Fundado en 1910

Las mujeres soldado de Hernán Cortés

Estas mujeres lucharon, a veces, con más valentía que algunos hombres. Mientras estos se dedicaban a jugar a los naipes o a beber aguamiel, ellas se ocupaban de cuidar a los heridos y de otras múltiples labores de intendencia

Pese a la polémica que siempre rodea al personaje, la singladura de Cortés fue tan extraordinaria y sorprendente que ha pasado a la historia como el «inventor» de México, en palabras del historiador Juan Miralles, una especie de «Betelgeuse», es decir, un astro tan brillante y gigantesco que siempre ha ocultado a otras estrellas menores en ese firmamento de la conquista, situada ya, a quinientos años de la época actual. 

Más allá de sus luces y sus sombras, la genialidad de Cortés es innegable, pero se trató de una aventura colectiva en la que participaron personas muy diversas. Soldados, carpinteros, marinos, albañiles, incluso un par de curas y un nigromante. Bernal Díaz del Castillo, que siempre quiso poner de relieve ese carácter colectivo frente a las cartas de relación de Cortés, en las que no se ahorraba autobombo, no dejó de destacar el papel de los españoles e incluso de los aliados, fundamentalmente tlaxcaltecas, que le acompañaron en esta empresa. Así, personajes como Pedro de Alvarado, Cristóbal de Olid, Gonzalo de Sandoval, Blas Botello o el príncipe Xicotencatl no nos resultan del todo ajenos. Si uno se atiene a las crónicas, parecería que la conquista fue únicamente cosa de hombres. Como señala con ironía Eloísa Gómez-Lucena, Bernal incluyó nombre y características de hasta 16 caballos de la expedición, pero apenas nombra a las mujeres tanto castellanas como aliadas que participaron.

Lienzo de Tlaxcala: Hernán Cortés y Malintzín en su encuentro con Moctezuma II en Tenochtitlan

La gran excepción es doña Marina, a quien Bernal si puso en valor y sobre la que admite que sin ella «no podíamos entender la lengua de Nueva España y México». No me extenderé mucho sobre Malinalli, rebautizada como doña Marina por los españoles y apodada despectivamente por los mexicanos como «Malinche». Su concurso en la conquista es fundamental y de sobra conocido. Sí me interesa señalar, no obstante, que esa calificación de traidora por parte de algunos no es realmente justa. Ella fue la traicionada por su familia, ya que fue vendida por su padrastro como esclava. Además, Malinalli no era tenochca, ni siquiera mexica, sino originaría de un pueblo llamado Painala y aunque étnicamente era nahua, como estos últimos y hablaba, por tanto, su lengua, además del maya que aprendió en Potonchan, no se sentía, en modo alguno, vinculada a la triple alianza. En la época, los esclavos solo debían fidelidad a sus amos, si además este la libera de la esclavitud y la hace su amante es sencillo comprender por qué se convirtió en una de las principales valedoras de la causa de Cortés.

El papel de las mujeres soldado

También fue fundamental el papel de las mujeres tlaxcaltecas. Papel mucho menos conocido, pero que permitió sostener la alianza con el pueblo de la garza blanca, incluso en los momentos de mayor debilidad de los españoles, ya que todos los capitanes de Cortés se casaron con princesas tlaxcaltecas. Algunas como la esposa de Alvarado, Tecuelhuetzin, rebautizada como doña Luisa, (María Luisa Xicontencatl), tendría, también, un papel muy relevante en la conquista.

Y es razón que los indios entiendan que somos tan valientes los españoles que hasta sus mujeres saben pelearMaría de Estrada

Más olvidado e injusto aún es el caso de las españolas que participaron en aquellas campañas militares. Alguna, como María de Estrada, salió de Cuba con Cortés, pero la mayoría llegaron en la expedición de Pánfilo de Narváez acompañando a sus maridos o parejas y tras la derrota de este se pasaron en tropel al bando del extremeño. 

La más notable de estas mujeres fue, la ya citada, María de Estrada, sevillana de origen cántabro que estaba casada con Pedro Sánchez Farfán quien, por cierto, fue uno de los soldados que apresó a Narváez. María era muy diestra con la rodela y la espada e igualmente era una gran amazona. De hecho, salvó a muchos en la Noche Triste y combatió en Otumba «con tanta furia y ánimo que excedía el esfuerzo de cualquier varón» y «como si fuese uno de los hombres más valerosos del mundo», en palabras del cronista Diego Muñoz Camargo. Antes de iniciar la conquista de Tenochtitlan, Cortés, que le tenía un extraordinario afecto, pretende dejarla en Tlaxcala para evitar que corra más riesgos. María se niega en redondo. «Y es razón que los indios entiendan que somos tan valientes los españoles que hasta sus mujeres saben pelear».

María de Estrada, junto a Hernán Cortés, en una reproducción del Lienzo de Tlaxcala

Otra mujer espacialmente corajuda fue Beatriz Bermúdez de Velasco, más conocida como «la Bermuda», que habría llegado según Hugh Thomas a finales de 1520, (aunque otras fuentes la sitúan en la expedición de Narváez) y que en una de las escaramuzas militares aborta una fuga de los soldados castellanos diciéndoles que si ellos no atacan lo haría ella sola.

Mención especial merecen, entre otras, Isabel Rodríguez, esposa de Miguel Rodríguez de Guadalupe y que fungía como médico de la tropa, o la mulata afro-española Beatriz de Palacios, a quien llamaban «la parda» por el color de su piel y que era esposa de Pedro de Escobar, (en el siglo XVI en España, por cierto, eran perfectamente legales los matrimonios con personas de diferente etnia, lo que no ocurría en el caso de otras potencias coloniales). Beatriz luchó con un arrojo y valentía encomiable en la noche triste. También fueron valientes soldados, y a la vez esforzadas enfermeras, Beatriz González, las hermanas Ordaz o Elvira Hermosilla, esposa de Juan Díez del Real y amante de Cortés, con quien tendría un hijo.

Su desconocido papel, reflejo del machismo imperante de la época, es doblemente injusto y debe ser reivindicado, ya que todas ellas lucharon junto a los hombres, algunas, como hemos visto, con más valor incluso, pero al final de la jornada mientras estos se dedicaban a jugar a los naipes o a beber aguamiel, ellas se ocupaban de cuidar a los heridos y de otras múltiples labores de intendencia. Sin el concurso de Marina, Estrada, Luisa y tantas otras, no es seguro que Cortés hubiese podido conquistar Nueva España.