Picotazos de historia
Rasputín no moría ni a tiros
El príncipe Felix Yusupov junto con el gran duque Dimitri y el diputado Purishkevich idearon un plan para acabar con Rasputín. Primero intentaron envenenarle, pero al no hacerle efecto le dispararon por la espalda
El príncipe Felix Yusupov estaba decidido a acabar con la nociva influencia de ese monje loco sobre los zares. Grigori Rasputín había llegado a ser Starets (consejero espiritual) imperial y, desde esa privilegiada posición, ejercía una enorme influencia.
Durante meses, Yusupov se ganó la confianza del Starets y esa noche del 30 de diciembre de 1916 en la que Rasputín iba a ir a su casa llevaría a cabo su ejecución.
Había acondicionado unas salas del sótano de su residencia en San Petersburgo para recibirle –el famoso palacio Moika–, ya que el Starets le había pedido discreción para la vista. El doctor Lazavert, uno de los conspiradores, había rellenado unos pasteles con cianuro potásico y preparado varios vasos con el mismo veneno. El médico aseguró que era suficiente para matar a 10 personas. El resto de los conspiradores, el gran duque Dimitri, el diputado Purishkevich, etc., aguardarían en el gabinete mientras se llevaba a cabo el plan.
Rasputín llegó puntual esa noche y, entretenido por Yusupov, se comió todos los pasteles y bebió varios vasos de vino que el doctor Lazavert había preparado, pero para horror de Yusupov, tras una hora, el veneno parecía no haber causado efecto.
Yusupov, desesperado, se reunió con el resto y les contó lo que sucedía. Purishkevich le dio una pistola animándole a dispararle por la espalda. Volvió al sótano y aprovechando que Rasputín estaba distraído contemplando un crucifijo, Yusupov le disparó. El doctor Lazavert declararía que la bala había atravesado el corazón y que Rasputín había muerto. Dejaron el cadáver donde estaba y volvieron al gabinete. Mientras discutían los pasos a seguir, Yusupov decidió volver al sótano para confirmar que todo estaba bien. Se inclinó sobre el cadáver y, en ese momento Rasputín abrió los ojos, le agarró con fuerza del hombro y le gritó: «Traidor, serás ejecutado por esto».
El príncipe gritó horrorizado y, llevado por el pánico, empezó a golpear al Starets con una porra de caucho que guardaba en un bolsillo. Rasputín aflojó la presa y se arrastró hasta una puerta secreta que daba a un patio. Alarmados por los gritos, los conspiradores bajaron corriendo para ver cómo Rasputín desaparecía por la puerta y se perdía en la nieve. Salieron en su persecución. Le dispararon varias veces, en el hombro, en la cabeza, le golpearon con una barra de hierro y lo dejaron sobre la nieve –esa noche la temperatura era glacial– mientras recuperaban el ánimo y un poco de cordura, en la sala que habían abandonado. La experiencia estaba siendo mucho más atroz y perturbadora de lo que habían imaginado.
Varias horas después, con el espíritu algo más fortalecido, envolvieron el cadáver en una manta y lo arrojaron a las heladas aguas del río Netva.
Cuando se realizó la autopsia del cadáver de Grigori Rasputín su conclusión fue tajante: tenía agua en los pulmones. Seguía con vida cuando lo arrojaron al río.