Como consecuencia del tratado de París (10 de diciembre de 1898) España tuvo que entregar –como castigo por perder una guerra injusta– a los Estados Unidos sus últimas posesiones en el Caribe y las Filipinas. Los gobiernos españoles combatían en Cuba una guerra civil en escenario tropical de forma intermitente desde 1868. Una guerra que era civil en escenario tropical porque los habitantes de Cuba, con la salvedad de los esclavos negros traídos de África, eran casi al 100 % de origen español. Cuando los Estados Unidos declaró la guerra a España con la excusa del estallido fortuito del buque de guerra Maine (15 de febrero de 1898) en el puerto de La Habana, desencadenó un proceso bélico que estaban buscando desde hacía décadas para anexionarse la isla de Cuba. Cuba era un emporio de riqueza azucarera y un enclave estratégico que permitía controlar el mar de las Antillas. A pesar de las insistentes promesas del gobierno de Washington a los independentistas cubanos, los Estados Unidos no estaban dispuestos a entregar Cuba a los cubanos descendientes de españoles. En 1899 Washington puso al mando de Cuba al enérgico cirujano militar Leonard Wood, que sería el encargado de presidir las elecciones de una asamblea que debía redactar la primera constitución de la teóricamente nueva Cuba independiente. Mientras la asamblea cubana debatía el texto constitucional, bajo la atenta vigilancia del ejército de ocupación norteamericana, desde Washington llegó una orden: Cuba tenía que aceptar una enmienda a su nueva constitución, redactada por el secretario de Estado yanqui Elihu Root y apoyada por el senador de Connecticut Orville Platt. La orden de Washington a los cubanos, que ha pasado a la historia con el nombre de Enmienda Platt, limitaba la capacidad de Cuba de firmar acuerdos con otras naciones extranjeras, incluyendo la humillante orden de que «Cuba acepta que Estados Unidos se reserve el derecho de intervenir con el fin de garantizar la independencia cubana y el mantenimiento de un gobierno adecuado para la protección de la vida, la propiedad y la libertad individual». Wood afirmó sobre la Enmienda Platt; «no es más que el reconocimiento del derecho de los Estados Unidos para hacer lo que hizo en abril de 1898 ante el fracaso de España para gobernar Cuba». La Enmienda Platt ha estado vigente hasta 1934, lo que suponía que los presidentes de la republicana cubana servían a los cubano y al gobierno de los Estados Unidos, pero no exactamente por igual. Cuba, su industria azucarera de caña, sus hoteles, casinos, burdeles... se convirtieron en un saneado negocio de inversionistas sin escrúpulo norteamericanos. Las grandes familias mafiosas se convirtieron en los dueños materiales de los negocios más lucrativos e inmorales de la Isla protegidos por los embajadores virreyes sin corona estadounidenses en La Habana. En 1934 un influyente lobby norteamericano afirmaba que «es paradójico que como consecuencia de su lucha por la independencia política, Cuba haya perdido el control de sus recursos económicos». En 1940 el 60 % de la tierra estaba en manos de unos pequeños grupos de propietarios que equivalía al 8% de la población de la Isla. De 174 azucareras solo 55 eran propiedad de cubanos. En 1945 la mitad de la multimillonaria industria azucarera cubana estaba en manos de los yanquis, así como una cuarta parte de su tierra cultivable. Estados Unidos, la tierra de la libertad, la nación que se libró del yugo inglés a finales del s. XVIII y que presume de su lucha continua en favor de la justicia y igualdad de los hombres, cuando expulsó a España del Caribe en 1898 se hizo con las posesiones españolas bajo nuevas formas de imperialismo encubierto de democracia y libertad. En 1895 el secretario de Estado Richard Olney afirmaba: «Hoy los Estados Unidos son casi soberanos en este continente [América] y sus órdenes son ley para todos los súbditos a los que se circunscribe su autoridad». Después de Olney nadie en Estados Unidos ha hablado con tanta claridad. Washington ha intervenido de forma unilateral militarmente en Méjico, Haití, República Dominicana, Honduras, Nicaragua, El Salvador, Granada, Panamá y al menos ha propiciado el asesinato de un dictador hispano americano, el dominicano Rafael Trujillo. En el mundo anglosajón se quitan las estatuas de los conquistadores, frailes y exploradores españoles, viendo supuestos pecados en el prójimo y ninguno de los enormes propios. Como muchos españoles, tengo numerosos parientes que de una forma u otra me vinculan a Cuba. Siempre he pensado que, a pesar de la atribulada historia de España en el siglo XX, a Cuba le habría ido mejor si hubiese seguido vinculada a España. ¡Mejor Franco que Fidel, al fin y al cabo ambos eran gallegos!