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Cristina BarreiroPaula Argüelles

Entrevista

Cristina Barreiro: «El presente no se puede entender sin conocer el pasado»

La profesora Barreiro, con su novela Las hijas de Isabel II, ha querido «contar la historia de personajes reales, que desde su nacimiento en el Madrid de mediados del XIX tienen una vida que gira al compás de los cambios sociales y políticos»

Cristina Barreiro, profesora de Historia Contemporánea y doctora en Periodismo, imparte clase en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación de la Universidad CEU San Pablo. A caballo entre el presente y el pasado, entre la Historia y el Periodismo, ha conseguido mostrar un perfecto equilibrio entre ambas disciplinas con Las Hijas de Isabel II, su primera obra de historia novelada. 

A través de los ojos de las protagonistas del libro, las Infantas Isabel, Pilar, Paz y Eulalia, recorremos España con sus palacios, sus teatros, sus parajes y revoluciones. El libro es una «crónica de un tiempo pasado, de un mundo en transformación contado a través de la mirada de tres mujeres que ocuparon un lugar protagonista en la historia; una generación de la realeza española».

'Las hijas de Isabel II'Paula Argüelles

–Esta es su primera obra de historia novelada. ¿Por qué ha decidido rescatar a estos personajes del pasado y darles voz en su novela?

–He querido contar la historia de un siglo a través de la mirada de cuatro Infantas españolas. De personajes reales, que desde su nacimiento en el Madrid de mediados del XIX tienen una vida que gira al compás de los cambios sociales y políticos. Ellas, las hijas de la Reina Isabel II se ven directamente afectadas por la Gloriosa, que las lleva al exilio. Pero también por la Francia del II Imperio y Napoleón III, la Restauración de la Monarquía en la figura de su hermano Alfonso XII y su sobrino, Alfonso XIII. 

Eran cuatro mujeres, de edades más o menos parecidas en un mundo muy convulso, de cambios y Revoluciones que ellas viven en primera persona

Pero mi idea era hacerlo de manera amena, cercana a un público que no tiene por qué ser especialista en la génesis de los grandes procesos de cambio que acompañan esta época, sino utilizando las vivencias de las protagonistas para crear una «crónica ambiental» de una época, de un contexto. Las hijas de Isabel II ya habían sido estudiadas como objeto individual, sin embargo faltaba ese relato que las uniese, en cierto modo que las humanizase. Fueron Infantas increíbles, con una vida condicionada ser hijas de «reina exiliada»: eran cuatro mujeres, de edades más o menos parecidas en un mundo muy convulso, de cambios y evoluciones que ellas viven en primera persona.

–El foco se centra en las Infantas y es a través de sus ojos por los que recorremos la historia de España, ¿de qué manera influyeron en el reinado de su hermano, Alfonso XII?

–Fueron su apoyo en los aspectos más personales. Eran todos muy jóvenes y será su hermana Isabel, la Chata, quien en ese tiempo ocupe el papel de Princesa de Asturias con un protagonismo institucional que ella cumplía –y cumplió siempre– con muchísima responsabilidad. Las pequeñas, eran muy niñas, aunque ya empezaron a tomar conciencia de su condición en la Corte. Alfonso XII vivió siempre rodeado de mujeres. 

Es un tiempo, en el que además de ponerse en marcha el nuevo modelo político ideado por Cánovas y con el que se trataba de dar estabilidad a la Monarquía Parlamentaria, había que orquestar buenos casamientos que sirviesen a la Corona. Y sus hermanas menores lo entendieron, aunque no siempre saliese bien. Alfonso se quedó pronto viudo de su prima Mercedes, que tenía muchísima cercanía con Pilar, Paz y Eulalia. Se conocían desde niñas, habían pasado temporadas juntas en París, Randan (en la Auvernia francesa) y Sevilla, pese a las tensiones que existían con los Montpensier, padres de Mercedes. Pero España –y más en esos momentos de consolidación del sistema– necesitaba un heredero. Apareció así María Cristina de Habsburgo que reunía todos los requisitos para un nuevo matrimonio: regia, católica y con alto sentido de sus obligaciones. Pura cepa austriaca. Fue el gran acierto. Aunque ella sufriese mucho. Sus cuñadas la arroparon desde el principio; hablaban con ella en castellano, compartían jornadas a caballo, iban al teatro, al hipódromo y la acompañaron cuando nacieron sus hijas y más desde que muere Alfonso XII en 1885 y tiene que tomar las riendas del Estado. Menudo papelón. Pero Isabel y Crista, como la llamaban en familia, estuvieron muy unidas. Fueron dos figuras principales en la historia social y política de las primeras décadas del siglo XX. Además, con el paso del tiempo, aún se estrecharon más sus vínculos por nuevas bodas en la endogámica Familia Real.

–Cada personaje, cada infanta, tiene su carácter y personalidad. Algo que consigue plasmar muy bien en el libro. ¿Con qué personaje podría identificarse más?

Yo no me puedo identificar con ninguna. ¡No nací hija de reina! Y creo que eso debe marcar. Pero de todas admiro su fortaleza, vocación de servicio y capacidad para sobreponerse a las dificultades. Que tuvieron y muchas. Hoy lo llamaríamos resiliencia: Isabel se queda viuda con 18 años, Paz pasa verdaderas necesidades en el Múnich posterior a la Primera Guerra Mundial y Eulalia vive un matrimonio tormentoso. La pobre Pilar murió muy joven. Todas están muy condicionadas por la personalidad de su madre, Isabel II. Una mujer de un carácter impulsivo, quizá irresponsable en lo político, pero tremendamente cariñosa. Hay mucho de Isabel en su primogénita, la Chata, su llegada a la gente, los gustos populares –y no tanto–, la afición a la música, cierta campechanía y hasta el tono de su voz, muy marcado. 

Cristina BarreiroPaula Argüelles

Pero también en la Infanta Paz, aunque esta fuese más pausada en sus comportamientos y gestualidad. Fue una mujer de mucha fe, igual que lo había sido su madre pese a sus comportamientos un poco disolutos en muchos aspectos, y de fortísimas convicciones religiosas. De todas las hermanas, aunque era la menos glamourosa, pienso que es la que más suerte tuvo en la vida y más feliz consiguió ser. Era también muy activa, animadora de un montón de obras sociales y culturales en su afán de impulsar vínculos entre España y Baviera. Y de una generosidad enorme, como lo fue Isabel II. Venía continuamente a España, a Madrid a ver a su hijo Nando y a su finca de Saelices, en Cuenca. Y la Infanta Eulalia, en cierta manera, es un reflejo de lo que fue su madre: también la casaron sin amor y eso terminó en desastre. Llegó a sentirse incomprendida y se rebeló contra su situación publicando escritos que, quizá, contravenían la idea de servicio a España en la que había sido educada. Pero ella nunca lo entendió así. Pero muchas veces pensamos que, por ser infantas, viven aisladas del mundo y de las emociones. Pero eso no es así.

–Me sorprende el detalle con el que relatas sus vidas. Y aunque es cierto que el libro está muy bien documentado, ¿hay algún aspecto que ha dejado a su imaginación?

Las licencias las he tomado en las recreaciones de los diálogos, las conversaciones que mantienen y determinados pasajes con los que trato de tejer el hilo conductor en los acontecimientos. Desconozco cuales fueron las palabras exactas con las que la Infanta Paz se despidió de su hermana Isabel en abril de 1931, pocos días antes de que se proclamase la II República, pero sí sé que fue un momento de emociones y sentimientos. Las dos eran conscientes de que tendrían ya muy pocas posibilidades de volver a verse en este mundo, aunque ambas eran mujeres de fe y profundas creencias religiosas. No sé qué dijo Eulalia cuando vio aparecer la ambulancia en la que llegó Isabel a París, moribunda, tras decidir un exilio voluntario. Pero puedo imaginar lo que sintió. Y eso es lo que he tratado de transmitir. 

La información que me han proporcionado los periódicos y parte de la correspondencia entre las hermanas, ha sido fundamental para este libro. Es una obra de datos, de descripciones minuciosas basadas en las fuentes que he podido consultar. Las referencias que aporta el libro son reales, extraídas de la documentación que se conserva, la Prensa de la época y de la bibliografía de referencia sobre las protagonistas. Las tiendas que visitaban, la composición del ajuar, los carteles para los toros, los miembros de los Gobiernos, los menús que se servían en palacio y los personajes históricos o políticos, así como los miembros del servicio, familiares y cortesanos están todos documentados.

Fueron mujeres de acción, con una vida muy intensa en aspectos culturales y sociales

–A pesar de ser muy distintas entre ellas, tenían algo en común y era esa pasión por la cultura y el arte, ¿podría decirnos algo más de esta faceta que compartían?

–Las grandes tertulias y veladas literarias del primer tercio del siglo XX se celebraban en el palacete de Quintana, la residencia de la infanta Isabel en el barrio madrileño de Argüelles. No solo le gustaban los toros y las verbenas, que también. Tenía, además, una magnífica colección de fotografía a la que era muy aficionada. La Infanta Paz creo que fue la más completa, aunque menos carismática que su hermana mayor. Siempre se la ha asociado a la bondad. Pero Paz no era solo una beata. Colaboró con la Prensa, dictó sus vivencias y sobre todo, quiso mantener muy vivos los vínculos entre Baviera y España. El Spanisch Pädagogium fue su obra más querida, pero se vio truncada por el curso de la Gran Guerra. El líder socialdemócrata Kurt Eisner lo había visitado y quedó maravillado: pura pedagogía alemana con corazón español. Hasta los anarquistas españoles exiliados en Múnich sintieron su muerte en 1946. Además, tuvo suerte en su matrimonio. Su primo y marido, Luis Fernando de Baviera, que además ejercía la medicina, era un hombre muy culto. Como todos los Wittelsbach, gran aficionado a la música y magnífico violinista. Formaron una buena familia en Nymphenburg. Y la Infanta Eulalia, que era un torbellino, fue una mujer muy viajera, moderna en su tiempo, que se codeó con lo más escogido de la realeza y el mundo intelectual del primer tercio de siglo XX. Fueron mujeres de acción, con una vida muy intensa en aspectos culturales y sociales.

–Como bien indica en estas páginas, muchos de los miembros de la familia real tenían apodos que respondían al cariño y cercanía entre ellos. De estos personajes: Crista, Bubby, Nono, Nando, Tito o Ali ¿cuál rescataría para una posible futura obra de historia novelada?

–Me parece muy interesante Bee, Beatriz de Sajonia-Coburgo. Era nieta de la Reina Victoria de Inglaterra y se casó con Alfonso de Orleans, el hijo mayor de Eulalia. Era guapísima. Al principio no la recibieron muy bien porque parecía que no se convertía al catolicismo, como había hecho su prima, la Reina Victoria Eugenia. Después hubo un incidente entre el Rey y su primo que tengo que documentar bien, pero es algo de amoríos y que los llevó a tener que vivir fuera de España en 1909. También decían que había coqueteado con Miguel Romanov, hermano del Zar Nicolás II. Pero luego fue un personaje principal en la vida de la familia. Es quien se queda con la Chata en el Madrid republicano de los primeros momentos, la que tiene que darle la noticia de que la monarquía ha caído en abril de 1931 y quien se arma de valor para organizar toda la intendencia de organizar el viaje en tren a París con la Infanta moribunda. La camilla, la ambulancia… Alfonso de Orleans fue un magnífico aviador que durante la Guerra Civil volvió a España y quiso luchar en las filas nacionales. El matrimonio se estableció en Sevilla. Eran muy amigos de Alfredo Kindelán. Y bueno, ¡no voy a adelantarlo todo!

Las hijas de Isabel II ya habían sido estudiadas como objeto individual, pero faltaba ese relato que las uniese, en cierto modo que las humanizase

–Está claro que ha realizado una gran labor de documentación para escribir la novela, sobre todo una recopilación de hemeroteca por lo que ¿qué papel tienen los periódicos o medios de comunicación como fuentes históricas y de documentación?

–Aportan muchos datos y miden muy bien el pulso de una época. Son importantes para saber cuáles eran los temas del momento y el ritmo de la actualidad. Me han servido para conocer el detalle pequeño, lo descriptivo. Gracias a la prensa sabemos qué se estrenaba en los teatros y cinematógrafos, el coste de la vida, el tipo de establecimiento comercial que se estilaba. Sirve para documentar la historia del presente. Pero el libro también se nutre de mucha documentación de archivo. Académicamente yo vengo del estudio de la historia de la prensa y del periodismo. Pero debemos tener mucho criterio a la hora de utilizarla como fuente histórica ya que, igual que ahora, todo estaba muy mediatizado: había periódicos plenamente afines a la causa como La Época, otros que simpatizaban con el carlismo –es el caso de El Siglo Futuro– o diametralmente de oposición a la monarquía como El Motín, El Combate. Los que se decían «independientes», los periódicos satíricos… Pero sin las crónicas, sueltos e informaciones telegráficas que se publicaban en los diarios hubiese sido imposible conseguir el volumen de datos tan preciso como el que se ofrece en el libro. La consulta de las revistas femeninas como La Moda Elegante o Elegancias y ya en el siglo XX, los semanarios gráficos Estampa o Crónica han sido primordiales para ver cómo vestían o cómo era el aseo o toilette, como se decía en la época, de las protagonistas.

–Por último, ¿cuál cree que es la importancia de tener en un medio de comunicación o periódico una sección de historia?

–El presente no se puede entender sin conocer el pasado. Y en el fondo, el periodismo no deja de ser la historia del presente. Así que son disciplinas casi hermanas. La historia y los personajes que configuran la riqueza cultural de un país tienen que conocerse, aprender del pasado. Pero para quienes nos dedicamos a la historia no debería tener sentido coleccionar solo obras académicas como si fuesen galones. Hay una parte de obligación profesional en hacernos entender, en adquirir capacidad para conseguir comunicar mejor. Y en este sentido, una sección de historia es un instrumento fundamental. Yo hago un símil con la alta costura: Christian Dior hay solo uno. Pero si somos capaces de conseguir que lo que él crea llegue a todo el mundo –y además siente bien– estamos ante una fórmula revolucionaria. El modelo Zara. Y ahí donde la historia y el periodismo tienen que ir de la mano.

Portada del libro 'Las hijas de Isabel II'