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'Don Pelayo en Covadonga', por Luis de Madrazo, 1855

Segunda parte

'Pelayo. XIII siglos': Covadonga, la emboscada calculada

Un sitio con vista dominante, alturas al derredor y con tiempo para preparar un recibimiento

Don Pelayo se encontró en la tesitura terrible de someterse ante una fuerza incontestable, como hizo la mayor parte de la alta nobleza goda, y sobrevivir jugando un papel discreto y cómodo, o arriesgarlo todo en defensa de lo que se ama. No debe entenderse esto desde el anacronismo del nacionalismo decimonónico, proyectando banderas posteriores a un tiempo en el que Cantabria, Asturias, Hispania etc, eran territorios, no carnets, y la identidad ordinaria era la religión, y un sistema concéntrico de clanes, linajes y fidelidades que no conocemos con exactitud. La lealtad política de un guerrero culminaba en un rey cuando lo había, y desaparecía en orfandad. 

El asunto es que predominó el orgullo o la desesperación al pasteleo. El que saliera bien el envite, algo siempre azaroso, es el motivo de que nos ocupemos con admiración de lo que de otro modo habría sido un ignorado rebelde, entre tantos. 

El Mons Vindius, que llamaron los romanos, es un conjunto de tres grandes macizos calizos, muy abrupto y plagado de cuevas. Fue el último reducto de los astures ante el poderoso Octavio hacia el 19 antes de Cristo. 

El monte Vindio, según la Tabula Peutingeriana

La ganadería extensiva, trashumante, permite la supervivencia en la huida mejor que a una cultura agraria. Las montañas suplen con ventaja a los castillos para quienes las conocen, y son la perdición para quienes osan aventurarse sin su permiso. Hasta en décadas recientes, en Afganistán, se ha cumplido este axioma. 

Cangas significaría lugar bajo entre montañas, como canga es el centro de un yugo. En torno a ella, por unos jefes de clan comprendidos entre el Sella y la Liébana, en un territorio que fue llamado Primorías, Pelayo habría sido elegido princeps. Alguna crónica le llamará luego «infante», no ya Rey, como sí a su efímero hijo Favila. Tiene nuestro personaje categoría como para casar a su hija Ermesinda, la que quería Munuza, con Alfonso, hijo de Pedro de Cantabria, y quizá el noble godo de más rango en la opción de resistencia.  

Un jefe militar no es espadachín glamoroso, si no alguien que ha sabido leer el terreno y hacerse obedecer por su gente

Pelayo conoce en alguna medida a los dirigentes árabes y a los duros bereberes de los que disponen. Hubiese estado o no con Rodrigo en la rota del Guadalete (o de la laguna de la Janda). Sabe que, aunque no compense el botín, sí el principio de escarmiento, vendrán a la primavera siguiente, cuando las nieves se retiren de los pasos. Y que no puede enfrentarlos en campo abierto, por su número, caballería y arqueros; debe atraerlos a un espacio cerrado, rodeado de montañas, con un solo acceso estrecho y serpenteante, que niegue la visibilidad hasta que esté dentro. Conocedor del terreno, por caza, pastoreo, o por ser quizá ya santuario la Covadominica que cristianizaba el siempre telúrico y pagano nacimiento de un río. 

Ilustración de la cueva, obra de Martín Rico, publicada en 1857 en 'El Museo Universal'

La cueva tendría una portilla en el suelo y no el paso horizontal luego excavado. Buena atalaya. Y un buen cebo, como la cabra que se ataba al árbol para el tigre, a la vista del cazador del salacot. Y un sitio con vista dominante, alturas al derredor y con tiempo para preparar un recibimiento. Ya se encargaría de permitir que le encontraran.

La crónica andalusí quiso justificar una posterior retirada con desprecio a la irrelevancia de «cuarenta asnos salvajes, –de ellos diez mujeres–, que a duras penas se alimentaban con miel».

No se requiere la interpretación milagrosa para que las flechas y las piedras de fundíbulos, que no eran, como se ha querido señalar, piezas de artillería, si no un arma de guerra individual, que une la honda a una pértiga, ofreciendo un gran alcance, de cientos de metros, aunque muy poca precisión. Basta la ley de Newton para descargar de trabajo a la Santina. Tampoco el número es de utilidad, más bien al contrario para la confusión y la retirada, en un embotellamiento. Quien espera desde las alturas puede haber preparado un alud de piedras, maleza a la que puede darse fuego, y de troncos apilados para los que bastan dos clavados frágilmente, dos cuerdas y la orden de toque de un cuerno a lo Jericó. Un jefe militar no es espadachín glamoroso, si no alguien que ha sabido leer el terreno y hacerse obedecer por su gente.

Lo demás es historia. Que un humilde abrigo rocoso, no mayor que el portal de Belén, sea la cuna de una colosal aventura puede ser una explicación a posteriori de más alcance que los venablos y hondas de unos montañeses que defienden lo que aman, o un gesto de la Providencia.