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Escudo del priorato en el Convento de San Marcos de León

El cisma de Llerena: rebelión contra la Santa Sede por mantener los antiguos privilegios

Tras el decreto de suspensión de la jurisdicción religiosa que mantenían desde siglos las Órdenes Militares, en Llerena se produce el llamado cisma de Llerena, provocado por el clérigo don Francisco Maeso y Durán al no admitir acogerse a la jurisdicción del Obispado de Badajoz

Menéndez Pelayo, en su monumental catálogo de herejes, librepensadores y rebeldes que es Historia de los heterodoxos españoles (1880-1882), recoge como curiosidad, sin darle mucho espacio, el llamado cisma de Llerena de 1873. Si exceptuamos la secta de El palmar de Troya, quizás sea el último cisma de la Iglesia española. Aunque no se trataba de una separación por motivos teológicos o doctrinales sino un desacuerdo sobre jurisdicciones eclesiásticas y, seguramente, un exceso de vanidad de algún clérigo.

A mediados del siglo XIX todavía existían en España jurisdicciones exentas del poder episcopal pertenecientes a las órdenes militares. Era una situación anacrónica, ya que los priores de las órdenes tenían sus propias parroquias al margen de las diócesis ordinarias. El Concordato de 1851 y la llegada al solio pontificio de Pío IX, cuyas bulas Quo gravius invaslecunt y Quae diversa civilis indoles, propiciaron un decreto de Castelar de 9 de marzo de 1873. Con ello se declararon suprimidas todas las jurisdicciones privilegiadas y exentas y se agregaban a las diócesis donde estaban enclavadas. Los eclesiásticos de las órdenes, aceptaron de buen grado la medida menos el prior de San Marcos de León, perteneciente a la Orden de Santiago, cuyo priorato comprendía hasta ochenta pueblos de las provincias de León, Zamora, Salamanca, Orense, Cáceres, Badajoz y Huelva. Y que tenía su capital de hecho en la ciudad de Llerena en la provincia de Badajoz, por ser la residencia del prior.

Convento de San Marcos en León

Al frente del Priorato de San Marcos se encontraba provisionalmente el provisor Francisco Maesso y Durán que se opuso a entregar las parroquias a los obispos respectivos, a pesar de que este, para suavizar el tránsito, habían nombrado gerente de las parroquias a un freire de Santiago, antiguo gobernador del priorato, el doctor Genaro de Alday que fue cogido preso por Maesso. Había dudas sobre la legalidad de Maesso como prior. La legislación de la Orden era muy amplia y compleja y exigía que el prior saliera del conventual de San Marcos, condición que no cumplía aquel. El cardenal Moreno fue el encargado de dar cumplimiento a las órdenes de Roma, tomó posesión de las parroquias –incluidas las dos de Llerena– pero no obtuvo de Maesso la sumisión y la entrega de los libros y bienes del priorato.

El Papa reprobó la actitud de Maesso por haber «ocasionado con su rebeldía y obstinación un grave escándalo a los fieles»

El rebelde a la Iglesia, amparado por órdenes que decía tener del ministro de Gracia y Justica, desposeyó de las parroquias a los curas que quisieron obedecer al obispo, encarceló a alguno de ellos y los sustituyó por clérigos leales. La cosa se complicó cuando el recién constituido Tribunal de las Órdenes dio la razón a Maesso y sostuvo el cisma, al señalar que la bula Quo gravius no obtuvo el pase o exequator del Gobierno y no era eficaz. Este tribunal fue creado también por el gobierno de la I República y rehabilitó las jurisdicciones exentas, creando el llamado coto redondo y el Priorato de Órdenes Militares de Ciudad Real, lo que produjo un conflicto con el Vaticano que, no obstante, siguió adelante con sus medidas. El tema, estudiado en profundidad por Manuel Martín Burgueño, es el ejemplo de la resistencia a los cambios y no aceptar los nuevos tiempos que corrían tanto en el orden civil como en el eclesiástico.

Dado que los acontecimientos transcurrían de manera diversa a la prevista en las normas canónicas, el obispo de Badajoz decidió dar cuenta a la Santa Sede de lo que estaba ocurriendo en el Priorato y, sobre todo, en la ciudad de Llerena. Maesso fue censurado por el Vaticano. El Papa reprobó su actitud por haber «ocasionado con su rebeldía y obstinación un grave escándalo a los fieles». Por fin, el obispo de Badajoz comunicó en mayo de 1874 al ministro de Gracia y Justicia lo que sucedía en Llerena, Azuaga o Mérida «no para demandarle favor, que sí reconocida justicia, en pro de los intereses católicos confiados a su custodia, y en el día inquietados, por consecuencia, sin duda, de órdenes emanadas de ese Ministerio y comunicadas a las autoridades de esta provincia». Maesso y los suyos optaron por acudir a la justicia ordinaria al entender que se estaba aplicando una bula que no tenía vigencia en España. Pero el Tribunal Supremo no les dio la razón y con esto se empezó a solucionar el cisma.

Llerena representaba las ciudades en decadencia. El siglo XIX les había privado del esplendor de antaño y de la importancia política y administrativa

En 1876 se puso término al asunto con la adscripción de las parroquias rebeldes al obispado de Badajoz y quedando erigido canónicamente el Priorato de las Órdenes Militares en la provincia de Ciudad Real. Maesso, después de pasar una temporada de retiro, volvió a la disciplina diocesana y a su pueblo.

Detrás de este episodio, en parte pintoresco y en parte de reacción, está la oposición a la liquidación de instituciones del Antiguo Régimen que, como todo cambio, tenía sus perjudicados. Llerena representaba las ciudades en decadencia. El siglo XIX les había privado del esplendor de antaño y de la importancia política y administrativa. En 1810, el rey intruso había previsto que fuera una de las dos subprefecturas de Badajoz. Solo fue un proyecto. Las provincias actuales se crearon en 1835 y este cambio de organización territorial supuso una centralización de instituciones políticas, judiciales y administrativas en las capitales. Llerena había perdido el Tribunal de la Inquisición, las tierras comunales y eclesiásticas en las distintas desamortizaciones y, para rematar, la jurisdicción eclesiástica de la Orden de Santiago.

El Priorato de San Marcos era rico, poseía muchos bienes raíces y estaba en ventaja con respecto al obispado. La venta de propiedades supuso la ruina y cierre de conventos, y en Llerena ocho, con una pérdida de vida cultural y económica y el surgimiento de una nueva clase burguesa más liberal que había aprovechado su capacidad económica para adquirir lo desamortizado. Los que se aferraban a la antigua importancia de la ciudad –y en esto Llerena es solo un ejemplo de varias localidades de España llamadas a perder su brillo– quisieron resistir al cambio mediante un cisma que tuvo mucho de bufo. Y oponerse también a esa nueva clase liberal que se enriquecía con los bienes que antes eran del Priorato; una clase menos clerical y más abierta a ideas nuevas.