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Alfonso X tomando posesión del Mar, óleo de Matías Moreno©KORPA

Neos- Historia

Alfonso X el Sabio: lo que va del VII al VIII centenario

Aquella España todavía convaleciente del 98 y hondamente conmocionada por el recientísimo desastre de Annual fuera capaz de rendir el homenaje a Alfonso X

Alfonso X de Castilla y León nació en Toledo el 23 de noviembre de 1221. Quizá como consecuencia del escaso aprecio por su figura del jesuita padre Juan de Mariana, cuya Historia general de España constituyó el canon interpretativo más influyente a lo largo de dos siglos, durante mucho tiempo se mantuvo un juicio tan negativo como injusto sobre sus dotes de gobierno, pero nadie pudo nunca discutir la extraordinaria relevancia de sus empresas literarias, científicas, jurídicas o historiográficas. Hoy, tras los grandes progresos del conocimiento sobre su personalidad, reinado y legado, no puede ponerse en duda que Alfonso X es el más universal y destacado de los reyes hispanos medievales –quizá de todos cuantos lo han sido en España–, y eso a pesar de que sus principales objetivos políticos no se fueran coronados por el éxito o sus últimos años se vieran amargados por una terrible conjunción de enfermedades, conflictos dinásticos y reveses de todo género.

Por ello sorprende la escasa trascendencia que el VIII centenario de su nacimiento está teniendo cuando ya está tan avanzado el año de su conmemoración. Puede decirse que, más allá de los muy dignos actos celebrados en Toledo bajo el impulso de su Ayuntamiento y de la Junta de Castilla- La Mancha, y de la exposición que en estos días se clausura en la Biblioteca Nacional, poco se ha hecho y, lo que se ha hecho, ha sido bajo el signo de la dispersión local y de la parca significación institucional y académica. Y sorprende más este desprecio a la memoria de semejante personaje por cuanto Alfonso X y su reinado no presentan esos rasgos polémicos que lo harían políticamente incorrecto para la sensible epidermis actual y que sí caracterizan a muchas figuras de la mejor España, cuyas efemérides han sido prácticamente ignoradas con torpeza característica.

Juan Luis Carriazo, profesor de Historia Medieval en la Universidad de Huelva, ha tenido el acierto de rescatar en un libro de reciente aparición, Alfonso X, 1921. Crónica del VII centenario del nacimiento del Rey Sabio, el conjunto de actos celebrados hace exactamente un siglo con ese motivo. Y lo que nuevamente sorprende, ahora en sentido positivo, es que aquella España todavía convaleciente del 98 y hondamente conmocionada por el recientísimo desastre de Annual, fuera capaz de rendir el homenaje a Alfonso X que hoy, por motivos incomprensibles, se le niega.

Verdaderamente la figura de este Rey puede ser considerada como el símbolo de la cultura hispanaJulián Ribera, discurso pronunciado en el homenaje a Alfonso X

Hubo importantes y muy solemnes actos en Toledo y Sevilla, las ciudades sin duda más ligadas a la memoria alfonsí, pero sobre todo destacó el verdaderamente extraordinario celebrado el propio 23 de noviembre en la Real Academia Española con asistencia de los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia y del presidente del Consejo de Ministros, Antonio Maura, acompañados de un gran número de personalidades de todos los ámbitos de la vida pública. Formalmente se trataba de un acto académico que reunió, en la sede de la Española, cuyo director era a la sazón el propio Maura, a todas las Reales Academias con sede en Madrid. El gran nivel de los oradores, cuyos discursos se han conservado y publica Carriazo, se sublima en la excepcional intervención de Maura, que cerró el acto. En esas piezas, como también en los discursos pronunciados en los actos de Sevilla y Toledo, brilla lo que hoy nos falta para celebrar con dignidad la memoria del Rey Sabio: una clara conciencia de que lo que se recordaba, en aquella trágica hora de la Patria, era una figura clave de la historia de España. Y así, el insigne arabista Julián Ribera, quien abrió el acto, afirmó en el primer párrafo de su alocución: «Verdaderamente, la figura de este Rey puede ser considerada como el símbolo de la cultura hispana… Debemos, pues, recordar esa fecha, no como cualquier otro fausto acontecimiento, sino como suceso de la mayor transcendencia en la vida nacional».

Discursos en el homenaje a Alfonso X de 1921

El que se acerque al oportunísimo libro de Juan Luis Carriazo puede encontrar motivos para la melancolía. No solo al considerar el personalísimo y brillante discurso que era capaz de hacer entonces un Presidente del Gobierno y Director de la Real Academia Española, también al constatar que los principales actos tuvieron siempre como promotoras a instituciones señeras de la cultura, a lo que hoy llamaríamos sociedad civil: las Reales Academias, la Real Sociedad Geográfica, el Ateneo de Sevilla, la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo… A su alrededor, las autoridades políticas, y también las eclesiásticas en Sevilla y Toledo, supieron rayar a una altura que hoy nos produce la desazón de comprobar, una vez más, que la razón última de tanta apatía y desidia actuales no procede, desde luego, de la falta de medios sino de la ausencia de una voluntad que solo podría ser movida por un amor, hoy en quiebra, a España, su cultura y su historia.