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El general Montgomery a la izquierda y su doble el actor teniente Clifton James

La realidad superó a la ficción: magos y actores en la Segunda Guerra Mundial

La Segunda Guerra Mundial es una fuente de anécdotas curiosas. Un filón entre ellas, fue el uso de dobles de grandes personajes, por razones de seguridad o de confusión del enemigo

Cuentan que en 1915, en San Francisco, Charles Chaplin se presentó a un concurso de imitadores de Charlot, lejos de ganar, quedó el último. Es una paradoja que la caricatura superase al arquetipo. No sabemos si esa curiosa experiencia está detrás de la idea del ataque más inteligente que sufrió Hitler, la película de 1940 El gran dictador, su último filme y único hablado, en el que un barbero judío suplanta por confusión al Führer.

La Segunda Guerra Mundial es una fuente inagotable para todo; hazañas, crueldades... y de anécdotas curiosas. Un filón entre ellas, fue el uso de dobles de grandes personajes, por razones de seguridad o de confusión del enemigo. Muchas resultarían increíbles si no fuese por quedar documentos fotográficos, y se encuadran en un retablo de enmascaramiento en el que, de verdad, no pocas veces la realidad superó a la ficción en imaginación.

Faroles de decepción con cañones de mentira, como algunos que conquistaron los rangers en Normandía, o un ejército fantasma, con el que Patton fingía preparar un ataque más al norte, con lo que se perdió el Día-D, carros y aviones hinchables… No fueron pocos. Quizá el más genial fue el doblaje completo del puerto de Alejandría llevado a cabo por Jasper Maskelyne. En una bahía cercana construyó un enorme decorado, con maquetas, barcos, luces… que engañó por las noches a la temible luftwaffe, mientras el puerto de verdad permanecía apagado.

Un tanque Sherman inflable, uno de los muchos engaños que Maskelyne afirmó haber creado

No faltó imaginación a la inteligencia británica. Así mientras otro mago, el astrólogo Lajos Wohl, se las arreglaba para predecir los zarpazos de Hitler, uno de sus oficiales –les sonará porque es el arquetipo inglés de tantas películas– David Niven, oficial profesional antes que actor, reclutaba a un tercer reservista, el teniente Clifton James, actor también de enorme parecido con Montgomery. En su mejor actuación el falso «Monty» visitó Gibraltar, con todos los gestos y tics del personaje, engañando incluso a viejos conocidos de Sir Bertrand, y a los alemanes, que dedujeron una falsa operación en el Mediterráneo, cuando la de verdad se ventilaría en el Canal. Más tarde escribió un libro que fue película; Yo fui el doble de Monty, en la que naturalmente, interpretó su propio papel.

No sería la única engañifa con ese fin. Pensemos que a las órdenes de David Niven podían estar Christopher Lee, al que los de más edad asociaremos a Drácula, pero los de menos, a Saruman el mago malvado de El Señor de los Anillos. Pudo explicar con propiedad el imponente actor al director Jackson durante su filmación cómo sonaba realmente una letal puñalada, pero también Ian Flemming, que ideó la operación «carne picada» en la que el cadáver, un pobre londinense, se convirtió en un comandante abatido en el mar con una carpeta impermeabilizada con mapas de un desembarco en Cerdeña, en vez de en Sicilia. Aunque el más tarde famoso escritor noveló con mucha fantasía, se puede rastrear un guiño a contendiente, el coronel Hugo Von Der Drache en Hugo Drax, el villano de Moonraker.

Churchill tuvo un doble involuntario, el empresario Alfred Chenhalls, agente del muy célebre Leslie Howard, y a ambos –un poco como en su mejor papel– el viento se los llevó al ser atacado su vuelo (el último mensaje del 777 fue «atacados por aviones enemigos»), delatados desde Lisboa por el parecido, del primero a Churchill, y del segundo a su asesor personal Walter Thompson. A espaldas suyas debió haber un actor con suplantación deliberada. Es el desenlace de una bonita película, en la que fracasa la misión de Michael Caine; Ha llegado el águila.

Durante la ofensiva de las Ardenas, el último golpe alemán, en diciembre de 1944, algunos soldados de Otto Skorzeny que sabían inglés, se disfrazaron de americanos para controlar puentes y confundir a los yanquis. Se habló de una supuesta Operación Greif, salida de la imaginación de uno de los prisioneros, que consistiría en matar a Eisenhower. En medio de esta histeria, un teniente coronel de gran parecido con Ike, resultó un recurso de seguridad.

Aunque Hitler no debía ser muy aficionado a las charlotas, parece que en alguna ocasión habría tenido dos dobles, pero más mudos que Chaplin: Gustav Weler, y Ferdinand Beisel, uno para Múnich y otro muerto durante la batalla de Berlín. Stalin estaba algo obsesionado con la hipotética fuga de su rival derrotado, y mientras se dudaba sobre su suicidio, los rusos llegaron a desnudar al doble, para sentenciar, con discutible rigor que, ¡como tenía los calcetines remendados, no podía ser Hitler!

Dadaev (a la izquierda) y Stalin (derecha)

Pero la mayor explotación del recurso, al menos hasta Saddam Hussein, quizá haya sido la de Stalin. Tuvo varios, silenciados por el KGB a posteriori, pero uno de ellos sobrevivió para contar luego sus memorias. Felix Dadaev era un soldado daguestaní, bailarín, malabarista, también de procedencia caucásica. Mucho más joven, fue maquillado, engordó 11 kg. y se le marcó la cara con el recuerdo de la viruela que había tenido Stalin (no lo busquen en las fotos oficiales, pues el georgiano era coqueto, y, además de llevar sobre suelas internas en las botas, se retocaban todas). El actor profesional Alexei Diky, que interpretó a Stalin en ficción de propaganda, le entrenó a conciencia. Parece que el auténtico se divirtió alguna que otra vez mirando por un agujero como un ministro despachaba con su doble. En una ocasión confundió a los agentes alemanes, normalmente menos imaginativos que sus enemigos, en relación con su presencia en la conferencia de Teherán.

Menos fortuna tuvieron otros dobles, como el judío ucraniano, Yevsei Lubitsky, que sufrió cirugía estética, para acabar debidamente rapado en el gulag. Valgan estos apuntes de pequeñas historias, para indicio de que en la gran historia, la ficción ha tenido parte de juego.