Picotazos de historia
La peor faena que puedes hacer a un Marajá en la India
Los elefantes blancos son considerados sagrados y símbolos de la felicidad en Tailandia y Birmania. Por lo que si era visto en su territorio uno, se procedía a su captura
En Tailandia y Birmania los elefantes blancos son considerados sagrados y símbolos de la felicidad y prosperidad del reino, pero en el norte y zona meridional del subcontinente indio, aparte de significar lo anterior y ser dadores de agua y riqueza, son una de las reencarnaciones del propio dios Shiva. Por este motivo, durante siglos, todos los potentados –rajás, marajás, diwan, nababs, etc.– mantenían una estricta vigilancia para tener noticia inmediata por si era visto en su territorio uno de estos escasos ejemplares e inmediatamente, y con toda delicadeza y respeto, proceder a su captura.
Con el animal a buen recaudo se procedía a hacer una notificación oficial a un vecino cuidadosamente elegido, normalmente desde hacía mucho tiempo, y partía hacía la capital de su reino con la más esplendida y lujosa de las comitivas. Al llegar a la ciudad, el pueblo aclamaba al gran señor y bendecía mil veces su nombre, pues traía con él al elefante blanco como presente para su señor. ¡Les traía al propio dios!
El rajá recibía al visitante con las más exuberantes muestras de riqueza y lujo, y lloraba de emoción ante su pueblo al recibir tan exaltado presente de parte de su vecino mientras, en su fuero interno, maldecía a todos los ancestros del vecino y a su progenie presente y futura durante mil años. Porque el elefante blanco sería la garantía de prosperidad para su pueblo, además de ser el propio Shiva, quien mereciese toda muestra de atención y respeto. Nada sería suficiente para él. Su alojamiento habría de ser del más pulido mármol, su pesebre estaría adornado con joyas, su cuerpo tendría que estar cubierto de las más delicadas sedas, estaría atendido por una legión de sirvientes y todo eso lo tendría que pagar el marajá. Si su pueblo sospechase que es negligente en el cuidado, que su hospitalidad al dios es mezquina, entonces, este sabría que tendría que darse por muerto.
El dador sonreía con la íntima satisfacción de que acaba de hundirle la vida a su odiado vecino, el otro sonríe y agradece públicamente, mientras vierte copiosas lágrimas de emoción (odio, rabia, impotencia...) y los dos tienen muy presente que el cochino bicho puede llegar a vivir 90 años.