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Requisa de trigo en el óblast de Kiev, 1930

Serie histórica (II)

Stalin contra Ucrania: el Kulak, el enemigo de las ambiciones comunistas

Los comunistas nunca habían visto con simpatía a los campesinos acomodados y desde 1929 se lanzaron a una feroz campaña para «liquidar a los kulaks» como clase

«Kulak» es una palabra rusa que en rigor significa «puño», pero que se usaba para designar a los campesinos acomodados. No me refiero a los terratenientes aristócratas, propietarios absentistas, sino al campesino arraigado en una aldea al que su afán de trabajo y sentido de responsabilidad le habían permitido tener algo más de tierras que la media, contratar algún bracero, poseer mejores aperos, etc. Los comunistas nunca los habían visto con simpatía y desde 1929 se lanzaron a una feroz campaña para «liquidar a los kulaks» como clase.

La lógica siniestra de la «lucha de clases» se usó para justificar que dos millones de «kulaks» fueran deportados a Siberia y Asia Central a partir de 1930

Ilia Ehrenburg es un escritor comunista ruso tristemente famoso. En España se le conoce porque fue un apologista de la II República y del Frente Popular. A nivel internacional su mala reputación se debe a las llamadas que lanzó a los soldados soviéticos para asesinar y violar en Alemania conforme avanzaba el Ejército Rojo. Sobre los «kulaks», Ehrenburg escribió: «Ninguno de ellos era culpable de nada, pero pertenecía a una clase que era culpable de todo». La lógica siniestra de la «lucha de clases» se usó para justificar que dos millones de «kulaks» fueran deportados a Siberia y Asia Central a partir de 1930.

Pero «kulak» era un concepto muy impreciso, y que, por tanto, podía ser usado contra cualquiera. Si no se tenían ni tierras ni aperos, bastaba con ser enemigo de la colectivización para ser etiquetado así. Y la colectivización de la tierra se enfrentaba a una oposición muy fuerte en ciertas regiones de la URSS, como Ucrania, las cuencas del Bajo Don y el Bajo Volga y las regiones de Kubán y Terek en la Precaucasia. Todos sus habitantes actuaban como «kulaks».

El exterminio por hambre

En 1930 la policía soviética registró unos 26.000 incidentes de protestas (muchos de ellos violentos) contra la «deskulakizacion» y la colectivización de las tierras, y la mayor parte tuvieron lugar en Ucrania. Según la policía, en ellos se oyeron consignas a favor de una Ucrania independiente. Por otra parte, la «deskulakización» tuvo un efecto esperable, aunque los sectarios comunistas nunca lo quisieron imaginar: la disminución de la producción al acabar con los campesinos más emprendedores.

La situación era muy preocupante para Stalin, ya que contaba con exportar el trigo ucraniano para conseguir divisas con las que comprar en el extranjero la maquinaria y la tecnología precisa para sus planes de industrialización. Decidido a todo, en 1932 Stalin ordenó que se exigiera a los «koljoses» que entregaran cuotas de grano que en realidad eran imposibles de conseguir, ni siquiera en condiciones óptimas. Y si no lo hacían por las buenas, debían hacerlo por las malas: confiscando hasta el último grano de trigo.

El resultado fue el que cabía esperar: una hambruna generada artificialmente y de proporciones colosales, que tuvo su apogeo en 1933. Si ya se había usado el terror para obligar a los campesinos a unirse a los «koljoses», ahora se usó para obligarles a entregar todo lo que lo que producían. No se les puso frente a un paredón y se les ejecutó. Simplemente, se les dejó morir de hambre. Una forma de morir absolutamente atroz. Una agonía lenta que acaba llevando a los humanos al canibalismo. No quiero abusar de los aspectos macabros. Creo que basta con una cita extraída de la obra Tierras de Sangre, de Timothy Snyder, quien narra lo ocurrido en una aldea cerca de Jarkóv, donde las vecinas habían creado una especie de orfanato para atender a niños cuyos padres habían muerto por hambre. «Un día –cuanta la ucraniana cuya narración recoge Snyder– los niños se callaron de repente. Fuimos a mirar lo que ocurría y vimos que se estaban comiendo a Petrus, el más pequeño. Le arrancaban tiras de carne y se las comían».

El resultado fue una hambruna generada artificialmente y de proporciones colosales que tuvo su apogeo en 1933

Como Ehrenburg, el escritor Vasili Grossman tenía ascendencia judía y fue corresponsal de guerra del Ejército Rojo en la Segunda Guerra Mundial. Pero a diferencia de un Ehrenburg, capaz de justificar estas monstruosidades, las denunció en cuanto le fue posible hacerlo. En su libro Todo fluye, Grossman se preguntaba: «¿Quién firmó aquel asesinato en masa? Una orden así no la había firmado nunca el zar, ni los tártaros, ni los ocupantes alemanes. Una orden que decía: matar de hambre a los campesinos de Ucrania, del Don, de Kuban, matarlos a ellos y a sus hijos».

Holodomor 1933Alexander Wienerberge /Wikimedia Commons

Ocultar el crimen

En aquella hambruna asesina murieron cuatro millones de campesinos de Ucrania, y otro millón de las regiones de Rusia meridional. Una política análoga se impuso a los pastores nómadas de Kazajstán, para que abandonaran la ganadería extensiva tradicional y se sedentarizaran, creando granjas ganaderas intensivas. Aquí costó la vida a un millón de personas (proporcionalmente muchas más víctimas que en Ucrania o Rusia, dada la escasa población de Kazajstán).

Pero el asesinato en masa de millones de seres no llenaba los silos de trigo ni hacía que el ganado llegara a los mataderos. Y había que buscar culpables. Del fracaso en el suministro se hizo responsable a los nacionalistas ucranianos que, según los secuaces de Stalin, se habían infiltrado en las filas del Partido Comunista Ucraniano. La intelectualidad ucraniana –y también la de otras nacionalidades– fue ferozmente perseguida y se quiso erradicar el más leve atisbo de «nacionalismo burgués» con la ejecución de miles de personas. La consigna volvía a ser la del «internacionalismo».

Un crimen de tamaña entidad es imposible que sea ocultado del todo. Pero como en 1933 Hitler había aparecido en escena, cualquiera que se atreviera a criticar a Stalin era considerado un «lacayo del nazismo». Destacadísimos intelectuales y políticos occidentales negaron que en la URSS hubiera hambruna. Toda afirmación de algo así era «propaganda fascista».

Se ocultó de manera sistemática todo lo relativo a aquella hambruna, que tan devastadora había sido en Ucrania. Esa política se mantuvo hasta el final de la existencia de la URSS. Un texto clásico dentro de esta campaña de desinformación apareció en 1987 en Canadá, bajo el título de Fraud, Famine and Fascism. The Ukranian Genocide Myth from Hitler to Harvard, firmado por un izquierdista de aquel país, donde se había radicado tanta emigración ucraniana.

En realidad, hasta la desaparición de la URSS, no se ha podido hablar libremente del tema en Ucrania. Y hoy disponemos de obras tan demoledoras como la de Anne Applebaum, Hambruna Roja. La guerra de Stalin contra Ucrania (editada en español en el 2018). Pero una cosa es que no se hablara del tema a nivel público y oficial, y otra que el pueblo ucraniano ignorase lo que le había ocurrido a sus antepasados. Con la espantosa hambruna artificial impuesta a los ucranianos –aunque no solo a ellos– Stalin había abierta una fosa quizás ya insuperable entre los rusos y los ucranianos.