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La Batalla de Gibraltar, de Hendrick Cornelisz Vroom

La derrota de los ingleses en Santo Domingo: los españoles contaron con un aliado inesperado

Los cangrejos de mangle tuvieron un papel crucial en el sitio de Santo Domingo en 1655, donde el conde de Peñalva, con 600 soldados españoles, derrotó a cuatro mil infantes de marina ingleses y 38 buques

Todos los aficionados a la historia conocen bien la heroica victoria de España sobre Gran Bretaña en el sitio de Cartagena de Indias en 1741, en el marco de la guerra del asiento (o de la oreja de Jenkins para los británicos). De hecho, la desproporción numérica era tan favorable al almirante Vernon que hasta se acuñaron monedas celebrando su victoria sobre el almirante Blas de Lezo, quien con solo seis navíos de línea y poco más de tres mil hombres derrotó a treinta mil británicos y a una flota de más de 180 barcos, incluyendo 29 navíos de línea y 22 fragatas. Sin embargo, la de Cartagena, pese a ser la más famosa e importante, no fue la única derrota abrumadora que sufrió el Reino Unido en su rivalidad con España por el Caribe. Cartagena tuvo su precedente en el sitio de Santo Domingo en 1655, en donde el conde de Peñalva, con 600 soldados españoles, derrotó a cuatro mil infantes de marina ingleses y 38 buques. Aunque en esta ocasión los hispanos contaron con el aliado más inverosímil que uno se pueda imaginar.

Me contó esta historia, por primera vez, un erudito amigo jamaicano estando yo destinado en Kingston. Según su tesis, los cangrejos de mangle habían salvado a la Santo Domingo española y habían condenado a Jamaica a ser inglesa. Cuando investigué los hechos me di cuenta de que existía efectivamente esa leyenda y que, exageraciones aparte, tenía una base cierta. Es la increíble historia de la victoria española en el sitio de Santo Domingo.

Viajemos al año 1655. Una vez afianzado Oliver Cromwell como «Lord Protector» (jefe de Estado) inicia una ambiciosa política exterior contra las posesiones españolas en el Caribe, de tal manera que envía una flota de 38 navíos y nueve mil hombres, entre soldados y marinería, al mando del almirante William Penn y del general Robert Venables con el objetivo de conquistar la isla de la Española. Penn para evitar los cañones de la fortaleza de Santo Domingo decide desembarcar a la tropa 50 kilómetros más hacia el sudoeste, en un punto que en la actualidad se conoce como Nizao y que en la época era una zona de playas y manglares.

Carta náutica de La Española y Puerto Rico (circa 1639)

El gobernador de la Isla era Bernardino de Meneses y Bracamonte, primer conde de Peñalva, quien nada más tener conocimiento de la llegada de la flota inglesa prepara a su cuerpo de mosqueteros y recluta lanceros de poblaciones como San Juan, Guava o Santiago. Los lanceros eran auténticos vaqueros dominicanos. Estos expertos jinetes usaban sus largas lanzas para desjarretar toros y vacas.

La desproporción de fuerzas era abismal. De hecho, el censo de la Española, en la época, era de 6.179 personas, incluyendo ancianos, mujeres y niños. Menos, incluso, que los que viajaban en la flota inglesa, por lo que una batalla frontal estaba totalmente descartada. El plan del conde pasaba por apostar mosqueteros tras los árboles de mangle y utilizar a los lanceros para sorprender, en rápidas cabalgadas, a los ingleses. De esa manera, retrasarían al ejército invasor y ganarían tiempo para preparar la ciudad para el largo asedio que se avecinaba.

Un aliado inesperado

Lejos de los cañones de Santo Domingo, el 23 de abril de 1655 las tropas inglesas desembarcan sin contratiempos, no obstante, lo que se antojaba un paseo triunfal hasta la toma de la ciudad pronto se convierte en un pequeño infierno. En abril había comenzado la estación de lluvias en la Española, el terreno estaba fangoso, la artillería se hundía y resultaba además complicado moverla entre los árboles. El fuego de los mosquetes españoles no causa demasiadas bajas, pero atemoriza a los ingleses, al igual que las acometidas de los diestros lanceros sobre sus flancos. Los ingleses no sabían, a ciencia cierta, a que fuerzas se enfrentaban, aunque, desde luego, imaginaban que no sería una batalla fácil.

El primer día apenas habían conseguido avanzar y la pernocta en el bosque de mangle resultaba un tanto escalofriante porque además deben enfrentarse a intermitentes lluvias torrenciales, a mosquitos e insectos de toda índole y a un extraño ruido semejante a un galope sordo y esporádico. Como en el día de la marmota, los días siguientes son una reproducción de los anteriores, solo que la infantería de marina se encontraba cada vez más cansada y desmoralizada mientras seguían en los manglares aún lejos de Santo Domingo.

El fuego de los mosquetes españoles no causa demasiadas bajas, pero atemoriza a los ingleses

El 30 de abril, como cada atardecer, los españoles aprovechan las últimas luces del ocaso para descargar sus mosquetes. Pero esa no iba a ser una tarde cualquiera, porque en este punto volvemos a nuestros olvidados cangrejos. Los cangrejos de mangle vivían prácticamente su vida adulta en tierra, escondiéndose entre rocas, trepando por los árboles o caminado sobre la hojarasca. Al moverse provocaban ese sonido similar a un cabalgar lejano que les mantenía las noches en vela y que no acertaban a identificar. Con la llegada de las lluvias iniciaron sus migraciones hacia la costa, ya que desovaban en el agua. El destino quiso que aquella fuese la tarde en la que los cangrejos de mangle iniciasen su migración. Así, miles de cangrejos comenzaron su peregrinación anual inconscientes de que avanzaban hacia el campamento inglés. Los hombres de Robert Venables, rodeados por las primeras sombras del ocaso e intranquilos por los disparos de mosquete, escucharon, de repente, un ruido ensordecedor acercándose a su posición. Se imaginaron a numerosos escuadrones de lanceros cargando contra ellos.

Cangrejo de mangle rojo

El pánico invadió sus filas, por lo que abandonaron armas y equipos y huyeron hacia los barcos a toda velocidad, momento que aprovecharon mosqueteros y lanceros para perseguirlos. El saldo de la batalla de aquella semana de abril fue sorprendente, doscientos prisioneros y más de mil bajas inglesas por 25 españolas. La flota partió humillada pensando que Santo Domingo era inexpugnable por las incontables unidades de caballería y buscaron una revancha fácil en la, entonces, muy poco poblada y casi desprotegida Jamaica. Pero esa es otra historia.