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Motín del pan, es una forma de protesta popular común en Europa desde el siglo XV al siglo XIX

Cuando Crimea ocasionó un motín popular en Castilla

Los motines del pan de 1856 fueron causa de una crisis de suministros derivada de la guerra con Rusia

«La Historia no se repite, pero rima». Esta manida frase atribuida a Mark Twain se utiliza una y mil veces cuando se observan ciertas similitudes en diferentes periodos históricos. Si bien los paralelismos en la historia son desaconsejables, la Historia, como decía Cicerón, ofrece lecciones que no se deben dejar pasar.

La crisis de suministros que sufre Europa por el conflicto en Ucrania puede ser la «quinta columna» de Putin. Una guerra larga destrozará la economía rusa, pero también la del resto de Europa. La Unión Europea puede atravesar por momentos muy delicados, como ocurrió con la crisis de 2008. Es una baza que seguro el Kremlin tiene muy presente a la hora de alcanzar sus objetivos.

Nuestro país ya sufrió los efectos de una guerra en Crimea. Fue entre 1853 y 1856. En aquel entonces, franceses e ingleses combatían al lado de los otomanos para contener la expansión rusa y el declive de la «Sublime puerta». Otro ejemplo de la doctrina anglosajona del balance of power: impedir de cualquier manera la hegemonía de un imperio, siempre que no sea el suyo. Los británicos y franceses entraron en guerra con una deficiente logística, lo que ocasionó una crisis de suministros entre sus fuerzas expedicionarias que obligó a echar mano de todo lo que se produjese por el Mediterráneo. Y por allí estaba España.

Por aquel entonces los cereales eran un asunto de estado en cualquier país. En España los castellanos tenían el monopolio del trigo. El «pan de Castilla» era vital para el resto de la Península y las Antillas, y se encontraba protegido por una fuerte política arancelaria. Solo en épocas de malas cosechas se permitía la llegada de otro grano, normalmente el «pan de Italia», como se conocía ya desde los Austrias. Este equilibrio iba a romperse por culpa de la política económica y la guerra.

En España había comenzado su andadura un incipiente capitalismo agrario, con una clara intención de mejorar la producción y a través de monocultivos extensivos. Estas medidas iban en contra de la economía agraria tradicional del Antiguo Régimen y los desequilibrios los sufrían los estómagos de los más desfavorecidos, muy irritados ya con las noticias de la desamortización de los bienes comunales de Pascual Madoz.

El Gobierno en Madrid no podía hacer frente a la crisis inflacionista y especulativa heredada de una deficiente política monetaria y echó mano de la solución más rápida: subida de impuestos. Desde la reforma Mon-Santillán, de 1845, los castellanos sufrían una creciente subida de los consumos (impuestos indirectos sobre bienes de primera necesidad) y derechos de puertas (aduanas) para sanear las haciendas locales. Los progresistas en un primer momento se comprometieron a bajarlos siguiendo el compromiso que habían acordado en el Manifiesto del Manzanares («queremos la rebaja de los impuestos, fundada en una estricta economía»), pero la situación hacendística obligó a lo contrario.

Con el hambre llegaron las revueltas, que fueron creciendo en magnitud y en el que llegaron a participar miembros de la Milicia Nacional

La Guerra de Crimea significó la gota que colmó el vaso. Después de fuertes conatos en años anteriores, en 1856 los sucesos llegaron a ser de extrema gravedad. El 22 y 23 de junio los vallisoletanos fueron testigos de un motín que puso en jaque al gobierno progresista. La revuelta se inició por una crisis de subsistencias por la fuerte demanda externa y los precios del grano se dispararon. Los más desfavorecidos no pudieron hacer frente a estas subidas de impuestos y de precios de bienes de primera necesidad. Con el hambre llegaron las revueltas, que fueron creciendo en magnitud y en el que llegaron a participar miembros de la Milicia Nacional. En la capital castellana, los amotinados destrozaron el puesto de Puertas del Puente Mayor, asaltaron algunas casas de comerciantes y quemaron las industrias harineras.

Ante la impasibilidad del gobernador civil, el capitán general de Castilla la Vieja, Joaquín Armero, decretó el Estado de Guerra y las tropas comenzaron a poner orden en Valladolid y en otras localidades donde se habían extendido los motines, entre ellas Medina de Rioseco y Palencia, donde fueron asaltados los denominados fielatos. Las fuerzas del orden detuvieron cientos de personas y se decretaron varias penas capitales.

Los terribles sucesos fracturaron el débil Gobierno progresista. Tras una visita a Valladolid, el ministro de la Gobernación, Patricio de la Escosura, pidió a Espartero que actuase contra el ministro de la Guerra, O’Donnell, al que creía instigador de la represión del Ejército junto a Serrano. La polémica terminó en el Consejo de Ministros, que acabó con la dimisión de Escosura y la renuncia de Espartero, al ver que la reina tomaba partido por el futuro duque de Tetuán, que se hizo con el Gobierno. Estalló entonces un motín en Madrid, Barcelona y se decretó el Estado de Guerra. El bienio progresista estaba finiquitado.

Si bien los paralelismos en la historia son desaconsejables, la Historia, como decía Cicerón, ofrece lecciones que no se deben dejar pasar

Con posterioridad a los hechos, Joaquín Armero escribió un informe donde alertó al Gobierno del peligro de nuevas insurrecciones si no se arreglaban los problemas estructurales del campo. El capitán general alertó sobre la presencia de elementos revolucionarios, que habían difundido entre el pueblo «ideas anárquicas» con cierto éxito ante las injusticias sufridas y por las envidias crecientes por el lujo con el que vivían los nuevos «negociantes».

Nuestro presente es distinto. Empero, un conflicto a largo plazo en Ucrania hoy puede desembocar en tensiones sociales que pondrán a prueba la fortaleza de la UE.