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Firma del Protocolo Bóxer

Cuando España puso fin a la sublevación de los 'bóxers' en China contra las potencias extranjeras

Tras 55 días de asedio, Bernardo de Cólogan, embajador de España, lideró las negociaciones entre las potencias occidentales y China. Fue el responsable de la firma del Protocolo Bóxer que ponía fin al conflicto

pocos conocen la figura del español Bernardo de Cólogan, el diplomático que presidió la mesa de negociaciones para poner fin a la Rebelión de los Bóxers, un violento movimiento revolucionario que quiso acabar con el poder de los extranjeros en la China de la Dinastía Qing.

Para ponernos en contexto, es necesario viajar al Imperio celeste. Desde mediados del siglo XIX, China había sido un pastel muy apetecible por las potencias imperialistas occidentales, su larga historia, su unidad, sus riquezas materiales, eran sin duda, apetecibles para todos. Sin embargo, su enorme tamaño y abundante población, impedían que fuera colonizada por una única potencia. Así, poco a poco, las potencias occidentales fueron pensando en otras alternativas, abrir China al exterior y ganar tratados comerciales en su favor, hacerse con puertos y zonas de influencia. Empresa que fue iniciada por Inglaterra tras la victoria en las llamadas Guerras del Opio, que tuvieron su origen en un particular invento inglés para descompensar su desfavorable balanza comercial con China, que consistía en la introducción de opio traído desde la India y vendido ilegalmente en China, con sus desastrosas consecuencias sobre la población. Muestra, sin duda, de la rapiña y crueldad demostrada por la Pérfida Albión en este fenómeno del imperialismo colonial.

Un pastel a repartirse

Propaganda política francesa que representa a China como un pastel a punto de ser repartido por diversos países mientras que un chino mira impotente

El Tratado de Nanking (1842), que puso fin a la Primera Guerra del Opio, fue el primero de los llamados «tratados desiguales» con China, un acuerdo que entregó Hong Kong al Imperio británico junto a la apertura de cinco puertos, entre ellos Cantón, y que, al mismo tiempo, demostraba al mundo que el antaño espléndido Imperio Celeste, estaba herido y anticuado. Poco después, Japón volvería a humillar a China, y los americanos, franceses, rusos y holandeses, imitaban a los ingleses firmando tratados desfavorables para China, que se hallaba bajo la ocupación de las potencias occidentales, repartiendo su territorio en zonas de influencia. Por si fuera poco, los misioneros cristianos predican su religión y destruyen las estatuas de Buda, lo que sigue despertando un resentimiento en la población China y un odio hacia la injerencia extranjera que pronto estallaría por los aires.

Efectivamente, en junio de 1900 una revolución nacionalista, la de los bóxer («puños de justicia»), que quiso la expulsión de todos los extranjeros de China, se ceba con los misioneros, comerciantes, embajadores y chinos convertidos al cristianismo, llegando a sitiar la ciudad prohibida de Pekín, donde se encuentran las legaciones extranjeras. Es necesaria la acción conjunta de todas las potencias occidentales a través de la Alianza de las Ocho Naciones, que fue el nombre dado a la unión de tropas del Imperio británico, del Imperio del Japón, del Imperio ruso, de la Tercera República Francesa, el Imperio alemán, los Estados Unidos, el Imperio austrohúngaro, y el Reino de Italia, destinadas a ser enviadas al Imperio de china para derrotar a este levantamiento.

Una revuelta que llegó a contar con el apoyo de la emperatriz Cixi, gobernante absoluta de China en aquella época bajo la Dinastía Qing, quien por una parte, rechazaba la idea de expulsar totalmente a los extranjeros, pues de ellos dependía gran parte de la economía china, así como el pago de tributos a la corte imperial, pero a la vez, permitía abiertamente las actividades proselitistas de los bóxers debido a la debilidad del poder central y al evidente malestar (incluso visible dentro de la corte) contra la desmesurada influencia de los extranjeros en asuntos internos de China.

Embajador español en Pekín

Es aquí donde aparece nuestro personaje, Bernardo Jacinto de Cólogan y Cólogan, nacido en Santa Cruz de Tenerife en 1847, y muerto en Madrid en 1921. De familia noble, hijo de los marqueses de la Candia, cursó sus primeros estudios en el Real Seminario de Vergara (Guipúzcoa), trasladándose con posterioridad a la Universidad de Oxford.

Retrato de Bernardo de Cólogan

De vocación prematura, comenzó a prestar servicios en la carrera diplomática a los 18 años, siendo su primer destino la legación española de Atenas y ocupando el cargo de joven de lenguas, una especie de traductor e intérprete a las órdenes de la monarquía española. En ese destino sufrió un trance muy desafortunado que le marcó por muchos años. Fue cuando el mariscal Markos Antonios Rodóstamo, chambelán del rey Jorge I, hizo circular en la corte de Atenas una serie de rumores que mancillaban su honor y su reputación. Cuando Bernardo se enteró acudió a la corte y se presentó ante el rey y ante este señor pidiéndole explicaciones de lo ocurrido. Rodóstamo solo dio respuestas evasivas, y Bernardo bastante indignado, le dio una bofetada. La cuestión es que esa misma noche se convocó un tribunal de honor, y puesto que no había aportado pruebas fehacientes de los rumores, se acordó que ambos se batieran en un duelo de pistolas del cual salieron ambos ilesos.

Poco después, ocuparía el mismo cargo en Pekín, durante su primera estancia, pasando después por lugares tan dispares como Constantinopla y Caracas, donde coincidió con un período convulso de las relaciones entre España y sus colonias en el Caribe, fundamentalmente con Cuba y Puerto Rico. En el caso cubano, los movimientos independentistas de ese país trataron por todos los medios de contagiar la rebeldía contra los intereses de España, y Venezuela no fue una excepción. Luego paso por México y Colombia. Todo este periplo le valdría de un bagaje de cosmopolitismo e instrucción en el oficio que forjarían su personalidad y profesionalidad.

El tratado que puso fin a la rebelión

En 1894, vuelve de nuevo a Pekín, como Ministro Plenipotenciario, cargo que desempeñó durante el levantamiento de los bóxers del verano de 1900. Tras los 55 días de asedio, lideró las negociaciones entre las potencias occidentales y China. Él, como decano, presidió en la sede de la delegación española un centenar de reuniones que concluyeron con la firma del Tratado de Xinchou o «Protocolo Bóxer», documento que él mismo redactó y firmó. Tras casi un año de negociaciones, el 7 de septiembre de 1901 los países extranjeros fijaron una indemnización global por parte de China de 450 millones de taeles (67.500.000 dólares), de la que los máximos beneficiarios fueron, por este orden, Rusia, Alemania y Francia. La indemnización que recayó a España, la menor de todas, fue de 388.055 taeles (menos de 1 % del total).

Finalmente, aquel mismo día inició la jornada con el siguiente discurso dirigido al emperador chino:

«Alteza y Excelencia: Acabamos de firmar un documento de gran importancia, que restablece las relaciones de amistad entre las naciones extranjeras y el Imperio chino. Este acto es consecuencia de unos extraordinarios acontecimientos que deseamos no vuelvan a repetirse. Es del todo sincero, el deseo de mis ilustres colegas, y el mío propio, de que, en el transcurso del tiempo, estos acontecimientos se sellen con el pasado. Gracias al respeto a la buena fe de las diferentes cláusulas de este protocolo. Será de este modo como China demostrará sus sinceras intenciones de cultivar las mejores relaciones internacionales, y será también de este modo, como el Protocolo podrá dar frutos de buena y cordial amistad en un futuro».

La caballerosidad fue devuelta por el emperador chino, en un acto de reconocimiento a su altura política, Finalmente, su actuación le valió recibir del gobierno español la gran cruz del Mérito Militar con distintivo blanco, que recibió de manos del ministro de Guerra Valeriano Weyler, pero también fue condecorado con otras grandes cruces de diversas potencias europeas.