Las tres cartas que evitaron una guerra de España con Marruecos en 1975
Las tres misivas decisivas del embajador Martín-Gamero tuvieron siempre el mismo mensaje: la mejor opción era evitar la deposición del rey Hassan II, de lo contrario y de no desactivarse la Marcha Verde se llegaría a un enfrentamiento armado con Marruecos
«Yo no quiero que se vayan Vds. del Sáhara tan pronto». La cínica frase se la soltó Hassán II al ministro José Solís en Marrakech el 21 de octubre de 1975. La semana anterior había convocado a una columna, presuntamente de civiles, para que se presentaran a las puertas de la colonia aún controlada por España. El taimado rey de Marruecos sabía bien lo que hacía azuzando la Marcha Verde. Franco acababa de redactar su testamento y enfilaba la recta final de su vida. El Príncipe de España y el presidente Arias Navarro carecían de la determinación que habían mostrado el moribundo jefe de Estado y el presidente Carrero Blanco, asesinado por ETA dos años antes. Don Juan Carlos temía comenzar la transición democrática con una guerra contra el vecino del sur. Arias, que mantenía una relación pésima con él, desplegó una política errática y titubeante.
Evitar la Marcha Verde
Enviar a negociar con Hassán II a Solís, la «sonrisa del régimen» y ministro secretario general del Movimiento, constituía un signo de debilidad. Se hizo de espaldas al Ministerio de Asuntos Exteriores y sin que lo conociera la delegación española en Naciones Unidas, que defendía la celebración de un referéndum de autodeterminación en el Sáhara Occidental. Arias trataba, en definitiva, de detener la Marcha Verde. A la desesperada.
Era la ocasión propicia para que Marruecos se quedase con un territorio que nunca le había pertenecido, pero que otorgaría a su rey una popularidad en ese momento maltrecha. Hassán II halló en su reivindicación la forma de liquidar las disensiones en el seno de sus fuerzas armadas y de recabar el respaldo popular frente a sus enemigos los socialistas árabes, los argelinos y los libios, sospechosos estos últimos de recientes atentados contra su persona. El «Comendador de los Creyentes» podría conceder al ejército español una retirada escalonada del territorio, pero no estaba dispuesto a renunciar a ocuparlo. Así debía interpretarse su hipócrita afirmación ante un ministro de España.
Las tres cartas decisivas
Que la crisis estuvo más cerca de causar una guerra con Marruecos y de torcer el rumbo de la transición democrática posterior lo demuestran tres cartas, inéditas hasta la publicación de mi último libro. Fueron remitidas por el embajador en Marruecos al presidente Arias. Adolfo Martín-Gamero había llegado a Rabat en el verano de 1972 tras dirigir la Oficina de Información Diplomática y recalar como cónsul en Nueva York. Procedía del equipo del ministro Castiella y, como este, era partidario de una política de descolonización que expresara la voluntad aperturista de España y, como efecto derivado, facilitara la recuperación de Gibraltar. Le exasperaba la parálisis que el Gobierno español mostraba respecto al territorio apenas habitado y desértico en el que la Corona de Castilla había emplazado algunas plazas militares para la defensa de Canarias ya a finales del siglo XV. No obstante, el régimen no había preparado a los saharauis para la independencia, ni había avanzado en la integración nacional de la colonia (quizá estableciendo un Estado libre asociado a la manera de lo que significa Puerto Rico para los Estados Unidos), ni negociado la cesión a Marruecos desde una posición de fuerza (asegurando los derechos de los saharauis y los intereses económicos españoles en las minas de fosfatos).
Las tres cartas decisivas del embajador Martín-Gamero están fechadas los días 6 de junio, 11 de julio y 14 de octubre de 1975. Solo se diferencian por el tono cada vez más apremiante y angustiado con que el diplomático se dirige al presidente del Gobierno. Todas se remiten de espaldas al ministro de Asuntos Exteriores y apelando a Arias como a un amigo (el encabezado reza siempre «querido Carlos»). Las dos primeras son previas a la Marcha Verde. La última coincide con la convocatoria de esta: se envía dos días antes de que el Tribunal Internacional de Justicia de la Haya confirme el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui conforme a la Resolución 1514 de Naciones Unidas. El mensaje siempre es el mismo. Aunque el único responsable de la crisis es el rey alauita, la mejor opción pasa por evitar su deposición, «echarle subrepticiamente un cable para que sobreviva y capitalizar esta ayuda». De lo contrario, y de no desactivarse la Marcha Verde, se llegaría a un enfrentamiento armado con Marruecos. Si bien España ganaría la guerra, previsiblemente la transición democrática arrancaría condicionada por una condena de las Naciones Unidas (por disparar contra los civiles presuntamente desarmados de la Marcha Verde). Al rey Juan Carlos, salpicado en su prestigio nada más acceder al trono, se le abriría, además, un foco de inestabilidad en la frontera sur, con un vecino probablemente arrojado a la órbita socialista de Argelia y Libia. No cabía, en definitiva, más solución que entregar el Sáhara a Marruecos.
Aunque no sabemos qué peso concreto tuvieron estas cartas en el presidente, Arias Navarro siguió al pie de la letra sus consejos. Solís acudió a Marruecos a detener la Marcha Verde y, más tarde, lo hizo Antonio Carro, ministro de la Presidencia, para signar los detalles de la cesión del territorio. Los acuerdos tripartitos de Madrid se firmaban la semana en que moría Franco. A finales de febrero del año siguiente abandonaba el Sáhara el último soldado español.
Más de cuarenta años después se consuma la vergonzosa entrega. Se da la espalda a las resoluciones de Naciones Unidas y se traicionan las esperanzas de los saharauis que, al margen de la violencia del Frente Polisario, prefieren depender de una democracia antes que de una monarquía tradicional. Y, sobre todo, se demuestra una vez más el estilo marrullero y personalista de un presidente sin palabra que decide giros copernicanos en política exterior sin respaldo de la oposición ni debate parlamentario. Derribado el muro saharaui, Ceuta y Melilla aguardan.