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Entrada de Hernán Cortés en Potonchán en 1519

Batalla de Centla

La batalla de Centla o el primer capítulo en la conquista de México

El número de enemigos y la dificultad del terreno fueron desventajas para los españoles, quienes consiguieron la victoria de la primera gran batalla del continente americano

La conquista de América fue un proceso arduo y sorprendente, en el que muy pocos europeos, mayoritariamente castellanos, consiguieron someter a numerosas y diferentes etnias de un extensísimo territorio. Obviamente, no fue un proceso pacífico, aunque ni tan sangriento como relata la leyenda negra, ni tan amable como lo pintan algunas leyendas rosas posteriores.

Antes de llegar a la península del Yucatán, los españoles ya habían conquistado las principales islas del Caribe, (la Española, Cuba y Jamaica) e incluso batallado en el continente en refriegas como las protagonizadas por Vasco Núñez de Balboa en el Darién, pero en tierras de la civilización mexica y sus estados tributarios, los españoles entraban en una dimensión completamente distinta.

El 13 de marzo de 1519, la expedición de Cortes, tras remontar el río Grijalba en barcazas artilladas, llega a la localidad maya de Potonchán, que ante la hostilidad indígena, tomó la ciudad por la fuerza. Al día siguiente, Cortés envía a uno de sus oficiales, Francisco de Lugo, (a quien Bernal Díaz del Castillo retrató como «hombre de valentía poco común»), con algunos soldados a que explorasen el territorio y este, en una zona llamada Centla o lugar cercano al agua, se vio sorprendido por un enorme ejército indio, compuesto por tribus y poblados que respondían, desde comarcas limítrofes, a la llamada de auxilio del Cacique de Potonchán.

Un ataque sorpresa

Cortés, nada más escuchar los disparos de Francisco de Lugo, ordena a sus hombres ponerse en marcha. La mayor parte de los capitanes, junto a los mejores jinetes, quedaron a sus órdenes en la caballería. A Francisco de Mesa le encargó la artillería y a Diego de Ordás la infantería. En su retirada, Lugo alcanza al ejército del de Medellín y lo conduce al llano de Centla. Pero allí no se encuentra con unos centenares de indios como en la refriega en la toma de Potonchán del día anterior. Allí, en aquella explanada, había miles de guerreros, (cuatro mil según la historiografía moderna o hasta cuarenta mil según Hernán Cortés), extendiéndose por toda la sabana, vestidos con corazas de algodón acolchado, con pinturas de guerra en el rostro y todos ellos portando escudos y diferentes armas, (grandes arcos, hondas, mazas o lanzas y venablos).

Los mayas avanzaron a paso firme hacia un ejército que no llegaba a las 500 almas, mientras hacían tocar tambores y flautines y proferían intimidantes alaridos. Nada más ponerse a tiro, la infantería sufrió un auténtico aluvión de flechas y todo tipo de proyectiles que causaron heridas a unos setenta soldados de las primeras filas. Tras aquella descarga, los guerreros se lanzaron a la carrera buscando aniquilar a aquellos extraños rostros pálidos. Al ser muchos y cargar muy apiñados, los primeros disparos de cañón causaron una carnicería y desconcertaron a aquella primera oleada que nunca se había enfrentado a armas de fuego. Sin embargo, afrontando desconocidos cañonazos y disparos de ballesta y arcabuz y amparados por una abrumadora superioridad numérica, una segunda oleada se lanza nuevamente a la carrera. Tanto las picas como las espadas españolas demostraron ser mucho más eficaces que sus lanzas y mazas, de la misma manera que las rodelas, escudos, corazas metálicas y los cascos, aseguraban una protección, que no les daban sus chalecos de algodón.

Mientras los dos ejércitos se enfrentaban en un cuerpo a cuerpo, Cortés había ocultado la caballería, consciente que aquellos guerreros nunca habían visto hombres montados a caballo.

«Hernán Cortés al frente de unos cuantos caballeros, en lo más crítico de la batalla de Tabasco, decide a favor suyo la victoria». En Historia de la Marina Real Española (1854)Wikimedia Commons

La segunda oleada se retiró y volvió a llover flechas y proyectiles sobre la tropa castellana, contestando a su vez a base de artillería, saetas y plomo. Pero, para desconcierto de los mayas, quienes seguían manteniendo una gran superioridad numérica, Ordás ordenó avanzar. El avance les hizo retroceder hacía una ciénaga. Cuando los españoles llegaron a aquel vado, los mayas cargaron de nuevo con la confianza de que ese terreno les pudiese resultar más propicio y que el peso de las corazas y equipo de sus enemigos les hiciese más lentos en ese suelo embarrado y efectivamente. La lucha en la ciénaga empezó a comprometer a la infantería española que hasta aquel momento había llevado la iniciativa. La valentía y el arrojo de los mayas resultaba sorprendente si se tienen en cuenta que luchaban contra extraños individuos que utilizaban un armamento no solo totalmente desconocido para ellos, sino que además demostraba ser mucho más letal que el suyo.

Los 'centauros' españoles

Tras una hora de combate y percatándose que la infantería podía estar en apuros, Cortés ordena cargar a la caballería. Junto a él, Alvarado, Olid, Alonso Hernández, Velázquez de León, Escalante, Montejo, Ávila, Morla y otros buenos jinetes se lanzaron a pleno galope rodeando, por uno de los flancos, al ejército maya y cayendo a plomo sobre su retaguardia. Aquellos indios chontales no solo no se esperaban aquel ataque si no que era la primera vez que veían a aquellas extrañas y enormes criaturas de dos cabezas que mientras resoplaban por una de ellas daban gritos humanos por la otra. Fue tal el espanto que la visión de aquellos seres mitad hombre, mitad bestia le habían causado que huyeron en estampida, mientras algunos de esos seres monstruosos aún alanceaban por la espalda a los fugados.

El balance había sido tan desproporcionado. Tres españoles muertos, (que se apresuraron a enterrar para mantener su reputación de inmortales), por, al menos, ochocientos mayas. Centla supuso el inicio de la leyenda sobre el regreso de Quetzalcóatl y que, los más supersticiosos, tomasen a los europeos por dioses. Pero Centla y la caída de Potonchán, supondría, también, algo mucho más valioso que aquella incipiente reputación. Supondría la entrega de veinte esclavas entre las que se encontraba una joven princesa, que no solo hablaba perfectamente el maya, sino también el náhuatl y que una vez liberada y bautizada se convirtió en Doña Marina. La futura interprete y amante de Hernán Cortés que pondría al imperio mexica en sus manos.