Vespasiano: del destierro por dormirse en los recitales de Nerón a la púrpura imperial
Vespasiano participaría en la invasión de Britania, se haría con la púrpura imperial e institucionalizaría mediante una ley el poder absoluto de la figura imperial
Tácito, el historiador, no podía estar más agradecido a Vespasiano. Lo reconoce al comienzo de su obra Historias: «no negaré que mi privilegiada situación comenzó con Vespasiano». Por su parte, Suetonio señala que Vespasiano «asumió y afianzó al fin el Imperio, que durante largo tiempo había estado inseguro y, por así decirlo, ambulante a causa del levantamiento y de la muerte violenta de tres emperadores». Pocos emperadores hay que reciban las alabanzas de todos los autores. Uno de ellos es Vespasiano.
Tito Flavio Vespasiano nació el 9 d.C. en Falacrinas, según Suetonio, en territorio sabino, y pertenecía a una familia de larga tradición militar (con la excepción de su padre). Su abuelo paterno, Tito Flavio Petrón, había sido un veterano reenganchado del partido pompeyano que sobrevivió a Farsalia (48 a.C.), y tras su licenciamiento fue recaudador de impuestos. Su padre, Tito Flavio Sabino, sin embargo, siguió el segundo de los oficios del anterior, y desempeñó la recaudación de impuestos también, uno de los pocos honrados que debió haber, ya que, según Suetonio, en alguna ciudad de Asia incluso le habrían erigido una estatua con la inscripción «Al recaudador íntegro». Casi nada. Vespasio Polión, su abuelo materno, fue tribuno militar y prefecto del campamento –este último era un rango militar importante– llegando el hermano de aquel incluso al rango senatorial. Tito Flavio Sabino, el hermano mayor de Vespasiano (por ello porta el nombre del padre), eligió sin dudar la carrera militar, obteniendo el puesto de tribuno militar, pero no así Vespasiano, curiosamente.
Según Suetonio, «solo su madre consiguió moverle finalmente a solicitarlo», es decir, el tribunado militar. Quién diría, con la semblanza primera que da Suetonio, que participaría en la invasión de Britania (43 d.C.), se haría con la púrpura imperial tras el caos de los Cuatro Emperadores (69 d.C.), acabaría con la rebelión de los judíos (70 d.C.) y, algo menos conocido, pero mucho más importante que todo lo anterior, institucionalizaría mediante una ley el poder absoluto de la figura imperial.
No era amigo de Nerón
Durante el gobierno del emperador Claudio (imp. 41-54 d.C.), Vespasiano cosechó sus principales credenciales militares, obteniendo sonadas victorias contra algunos de los principales enemigos de Roma: como legado de la legión II Augusta en Germania (41-42 d.C.), y con la misma legión en la invasión de Britania proyectada por Claudio (43 d.C.). Todas sus hazañas le valieron la obtención del consulado en el 51 d.C. No es necesario ahondar demasiado en el cursus honorum de Vespasiano, baste decir que los turbulentos tiempos de Agripina y Nerón le tuvieron apartado del escenario público.
Según el historiador Suetonio, Vespasiano «se quedaba dormido en su sitio mientras el Emperador [Nerón] cantaba, cayó en la más completa desgracia y, tras haberse visto excluido de su círculo e incluso de las recepciones públicas, se retiró a una ciudad pequeña y apartada», donde se dedicó a vivir tranquilo. Así pues, parecía que en los años 60 del siglo I d.C. la carrera política de Tito Flavio Vespasiano había llegado a su fin. No soportaba a Nerón ni su canto, y este, por su parte, no soportaba que sus allegados no laudasen sus «cualidades artísticas». Pronto, la situación daría un vuelco.
La rebelión de los judíos
En el año 66 d.C. la situación en la provincia de Judea estalló en mil pedazos. Desde la incorporación de este territorio al Imperio como provincia en el años 6 d.C., los problemas no habían dejado de crecer. A Roma le resultaba imposible integrar en su seno «universal» al pueblo judío. Finalmente estalló la abierta rebelión contra el rey-títere, Herodes Agripa, y el procurador romano, Gesio Floro, que más tarde se extendió al mismísimo gobernador de Siria, Cestio Galo.
Cuenta el historiador judío Tito Flavio Josefo (cuyo tria nomina se debe a Vespasiano) que «algunos de los que más incitaban a la guerra se reunieron para asaltar una fortaleza llamada Masada. Tras apoderarse de ella por sorpresa, degollaron a la guarnición romana […]. Este fue el comienzo de la guerra contra los romanos». Y la rebelión fue de considerables dimensiones, ya que los rebeldes llegaron a derrotar al gobernador romano de Siria con nada menos que una legión al completo (XII Fulminata), destacamentos de otras tres (III Gallica, IV Scythica y VI Ferrata) y varias cohortes de infantería, alae de caballería y tropas aliadas. Pero en la batalla de Beth Horon no solo se perdieron hombres. Tuvo lugar el tabú del ejército romano: la pérdida de un águila, la de la XII Fulminata (Suet. Ves. 4, 5). Fue tras esta derrota cuando resucitó la carrera de Vespasiano.
La púrpura imperial
Nerón, consciente de las victorias de Vespasiano en Germania y Britania decidió que le encargaría a él sofocar la rebelión judía, «hasta que se le concedió, mientras se hallaba escondido y temiendo incluso por su vida, el mando de una provincia junto con un ejército», escribe Suetonio.
Según Josefo, «Nerón estimó que estos hechos eran un buen presagio y vio que Vespasiano era una persona madura y con experiencia […]. Tal vez lo dispuso así Dios para facilitar el acceso de Vespasiano al Imperio». Vespasiano llevó a Judea cuatro legiones más las respectivas fuerzas auxiliares: en torno a sesenta mil efectivos. Para el año 68 había sofocado la rebelión en el norte, obligando al líder zelote Juan de Giscala y al sicario Simón bar Giora a huir a Jerusalén.
En el año 69 d.C. el gobierno de Nerón llegó a su fin con su suicidio, dando comienzo al llamado «Año de los Cuatro Emperadores» (Galba, Otón, Vitelio y Vespasiano), año de caos y guerra civil. Vespasiano fue aclamado emperador por sus tropas en Judea, y se dirigió desde allí a reclamar el trono. Tras vencer a Vitelio, fue nombrado emperador por el Senado. Tras apagar los últimos rescoldos de la guerra judía y reordenar el Imperio, se encargó de realizar una labor que marcaría para siempre al Imperio, a la figura del emperador y la concepción del poder en Occidente, mediante la Lex de Imperio Vespasiani («Ley del Imperio de Vespasiano»), que le confería todo el poder que desde Augusto se habían arrogado los emperadores pero que aún no se habían hecho ley.
Vespasiano, el joven que quería vivir la vida y no ser militar, el que había sido relegado al ostracismo en tiempos de Nerón, acabó sofocando la gran rebelión judía y terminó con la farsa de apariencia republicana que habían mantenido los Julio-Claudios desde Augusto mediante una ley en la que se afirmaba claramente que el poder supremo pertenecía, de manera incontestable, al emperador. Ambas acciones determinarían inimaginablemente el devenir de la historia de Occidente.