Fundado en 1910

Pompeyo en el Templo de Jerusalén, de Jean Fouquet

Los samaritanos que crucificaron a Jesús

Los samaritanos conocidos como «sebastenos» desde la «refundación» de Samaria por Herodes el Grande fueron reclutados para sofocar los conflictos entre estos y los judíos

En nuestra sociedad occidental, fruto de la conjunción de las culturas clásica y judeocristiana, se entiende sin necesidad de explicación la expresión «buen samaritano». Solemos utilizarla como adjetivo para quien lleva a cabo una acción altruista, desinteresada e, incluso, en perjuicio propio. De hecho, en el Diccionario de la RAE, la tercera acepción del término «samaritano» es «adj. Dicho de una persona: Que ayuda a otra desinteresadamente».

'La parábola del buen samaritano', de Giacomo Conti en la Iglesia de la Medalla Milagrosa, Mesina

Siempre está bien recurrir a la RAE, que resuelve nuestras dudas lingüísticas de manera solvente, vacía de ideologías que tan en boga están hoy en día. Pues bien, esta expresión hunde su raíz en los Evangelios, concretamente en el de Lucas en su capítulo 10, versículos 30 a 35. No es la única vez que aparecen los samaritanos en los Evangelios, pero sí es la ocasión más significativa, y la que da el sentido a la expresión citada. Jesús lo enmarca en una parábola, una de esas historias que usaba para explicar cuestiones más complejas de forma que la gente lo entendiera, y en ella señala cómo uno de estos samaritanos se había compadecido de un hombre que había sido asaltado por ladrones recibiendo una brutal paliza. Actualmente, al menos en Occidente, cualquiera podría pensar: «¡Claro, es evidente! ¡Cómo no iba a ayudar a alguien al que habían robado y dado una paliza!». A esa persona se le podría decir, primero, que no piense el pasado desde la mentalidad presente, y segundo, que estudie la historia del pueblo judío.

Antagonismo entre judíos y samaritanos

Históricamente, la división entre el Reino de Israel, al norte, y el Reino de Judá, al sur, tras la división entre los hijos de Salomón, Roboam y Jeroboam, trajo a la región no solo escisión, sino también odios de carácter político y religioso. A esto se añadirían odios de tinte étnico cuando los asirios llevaron a cabo su política de deportaciones (que luego heredaron los babilonios) en el Reino del Norte tras su conquista, instalando allí poblaciones de la lejana Urartu.

Sebastia de la Encuesta PEF de Palestina de 1871-77

Tras convertirse Samaria, la principal ciudad del Norte, en centro administrativo para asirios, babilonios y persas, la escisión entre esta población y la del Sur, con capital en Jerusalén, fue haciéndose irreconciliable. Los hebreos del sur (judíos) concebían a los del norte (israelitas) como una raza impía, traidores y rebeldes a la fe originaria de sus padres. Todo contacto entre unos y otros fue prohibido. El resultado fue que ya en tiempos de Jesús, el antagonismo entre judíos y samaritanos era absoluto. Los galileos, situados más al norte, eran considerados casi apestados por los judíos, pese a adorar a Yahvé en el Templo de Jerusalén, solo por encontrarse al norte. En definitiva: para un judío en tiempos de Jesús, un samaritano era persona non grata, y, seguramente, un judío también lo era para un samaritano. La parábola del buen samaritano contada por Jesús en su contexto arraiga un sentido precisamente en que el protagonista, «el bueno», es samaritano, y rompe así uno de los principales tabúes del judaísmo de la época.

Los sebastenos los nuevos samaritanos

Estando así las cosas, aparecieron los romanos en el año 63 a.C., acabando con la autonomía política de Judea. En el 27 a.C., y tras un periodo sumamente convulso en la región debido a las luchas de poder, Herodes el Grande obtuvo la corona de Judea de manos de Augusto, convirtiéndose en Rey-cliente de Roma, y llevando a cabo un extraordinario programa constructivo. En este programa se encontraba la reconstrucción de Samaria, rebautizada como «Sebaste» en honor a Augusto (Sebastos es el equivalente griego del Augustus latino). Muerto Herodes el Grande se creó, a instancias del poder romano, la Tetrarquía entre los hijos de aquel. La incompetencia y crueldad de uno de ellos, Herodes Arquelao, tetrarca de Judea, Samaria e Idumea, desembocó en una rebelión generalizada. En poco tiempo Sabino, el procurador romano, se vio rodeado por los rebeldes, sin embargo, según cuenta Flavio Josefo, «de parte de los romanos estaba el grupo más belicoso, el de los tres mil sebastenos a las órdenes de Rufo y Grato».

Mosaico del año 785 que muestra la antigua ciudad de Sebastia en la Iglesia de San Esteban en Umm Rasas, Jordania

¿Quiénes eran estos sebastenos? Los romanos conocían bien los odios acérrimos entre judíos y samaritanos (conocidos como «sebastenos» desde la «refundación» de Samaria por Herodes el Grande), por lo que para controlar a la población judía con toda la dureza necesaria los romanos reclutaron fuerzas auxiliares como solían hacer, cohortes de infantería y alas de caballería, localmente, en este caso, además, de entre los peores enemigos de los judíos: en Sebaste-Samaria.

Se conocen inscripciones de al menos dos cuerpos de estos sebastenos: la cohors I Sebastenorum y el ala I Sebastenorum. Seguramente estas fueron las únicas unidades encuadradas en el ejército romano que pudieron encontrarse presentes en Jerusalén durante el proceso a Jesús. No hay razón ni prueba alguna que pueda llevar a pensar que un cuerpo legionario se encontraba en Jerusalén en aquel tiempo, ni a las órdenes de Pilato (un procurador del orden ecuestre), al menos según Michael P. Speidel, antes del año 40 d.C. (en su magnífico artículo The Roman Army in Judaea under the Procurators). Tradicionalmente, lo que se había hecho por parte romana desde la revuelta contra Arquelao había sido enviar destacamentos legionarios (si no legiones enteras) a Judea desde Siria, pero en casos de extrema necesidad, como sucederá posteriormente en la Primera Guerra Judía (66-70 d.C.). No fue hasta después de dicho conflicto que se estableció la primera guarnición legionaria en la ciudad. Por tanto, lo más lógico es pensar que los soldados romanos que, según los Evangelios, participaron en la ejecución de Jesús (los que lo azotaron, lo condujeron al Gólgota, se repartieron sus ropas y lo crucificaron) fueron estos sebastenos: ni ciudadanos romanos, ni legionarios, sino samaritanos.