La guerra franco-prusiana, punto de inflexión a la Primera Guerra Mundial
Esta guerra se puede explicar por las diversas tensiones que había entre ambos países desde 1866. Alemania quería unificarse y Francia quería anexionarse Luxemburgo, además de tener una gran influencia en los estados alemanes del sur
Este conflicto fue el más importante en Europa después de las Guerras Napoleónicas y antes del la Gran Guerra. El conflicto enfrentó al Segundo Imperio Francés y al Reino de Prusia y sus aliados. Esta guerra se puede explicar por las diversas tensiones que había entre ambos países desde 1866. Alemania quería unificarse y Francia quería anexionarse Luxemburgo, además de tener una gran influencia en los estados alemanes del sur.
En 1870, los dos países se prepararon para las operaciones bélicas. Francia podía competir contra Prusia, pero esta última estaba más industrializada y contaba con más vías de ferrocarril. La última cuestión que hizo que estos dos países entraran en guerra fue el telegrama de Ems, por el cual Guillermo I de Alemania le comunicaba a Bismark la retirada de la candidatura del príncipe Leopoldo de Hohennzollen-Sigmaringen al trono de España.
El trono español estaba vacante y el general Juan Prim buscó candidato en Alemania. Los franceses quisieron que el candidato alemán renunciara por escrito al trono. Guillermo I se negó a hacerlo y expulsó a los emisarios franceses.
El destronamiento de Isabel II, en 1868, obligaba al general Prim, y a los monárquicos que le acompañaban, a buscar un nuevo monarca, teóricamente elegido por el pueblo español. Prim era partidario decidido de un cambio de dinastía, lo que obligaría a buscar el candidato entre las Cortes reinantes en Europa. La negativa de la Casa de Saboya –que al fin acabaría aceptando en 1871 en la persona de Amadeo I– obligó a buscar posibles monarcas entre las familias del norte de Europa. Las gestiones de Prim llegaron, de acuerdo con lo que hoy se sabe, hasta los países escandinavos.
Movilización de fuerzas
El 14 de julio de 1870, aniversario de la Revolución de 1789, el Gobierno francés dio la orden de movilización general. El día 15, Guillermo I hizo lo propio en Berlín; toda la Confederación del Norte apoyaba a Prusia como un bloque único. El día 19 partió de París la declaración formal de guerra. Francia movilizó unos 550.000 hombres, con los que esperaba superar a sus adversarios. La movilización se hizo con lentitud, y en medio de increíbles contratiempos por culpa de la imprevisión más absoluta.
El 7 de agosto, cuando ya había comenzado la invasión alemana, no habían sido transportados al frente más que unos 275.000 soldados. Von Moltke, una semana antes, contaba ya prácticamente con la totalidad de sus efectivos, unos 385.000 hombres. Aquella amplia movilización de efectivos dio a Moltke una victoria fulminante y decisiva. Los franceses no tuvieron tiempo de reagruparse. Mientras que, su adversario, realizando movimientos con una precisión perfecta, los envolvía y desconcertaba por todas partes.
Fue primero el avance general por el sector de Alsacia, que obligó al mariscal francés Mac-Mahón a una precipitada retirada. Más al norte, con centro en Metz, se defendía Bazaine que, aferrado al terreno y a viejas tácticas que todo lo fiaban de la posesión de las plazas fuertes, no llevó convenientemente sus servicios de información, y no comprendió que el avance alemán más al sur iba a dejarlo aislado de su retaguardia.
El día 10 de agosto emprendió Moltke la maniobra para cercar a Metz; mientras unos cuerpos de ejército convergían por el sur desde Nancy, otros cruzaban el Mosela al norte de la ciudad. Los ejércitos de Bazaine se vieron rodeados por todas partes y retrocedieron sobre Metz, que era precisamente donde Moltke pretendía encerrarles. Una serie de pequeñas batallas bastaron para inutilizar la mitad del ejército francés.
Hacer honor al apellido Napoleón
Entretanto, Napoleón III, enfermo y pesimista, llegó al frente. Era partidario, como el propio Mac-Mahón, de ordenar una retirada general hacia París; pero la sociedad francesa hubiera recibido muy desfavorablemente aquella medida. Era preciso hacer honor al apellido, ponerse al frente de las tropas y batir al enemigo en una batalla decisiva.
Los franceses contraatacaron hacia el norte, por Sedán, pensando cortar la retirada del adversario. Fue por la habilidad táctica de Moltke y la mayor movilidad de sus efectivos, en una serie de movimientos magistrales, las que le permitieron tender una emboscada a su adversario. A fines de agosto el segundo ejército francés quedaba cercado en el sector de Sedán, sin escapatoria alguna posible. Entre los sitiados se encontraba Napoleón III.
El 2 de septiembre se produjo la rendición. Napoleón III, deshecho y desmoralizado, se entregaba a la generosidad de Guillermo I. La noticia se conoció en París el día 4 de septiembre. Al instante se lanzaron a las calles los activistas republicanos, que no parecían sino estar esperando este momento de la derrota imperial para proclamar el fin de la monarquía. Thiers y Gambetta, a quienes los hechos venían ahora a dar razón, eran los dueños de la situación. El segundo constituyó en el Hotel de Ville un Gobierno de Defensa Nacional. La emperatriz Eugenia huyó a Londres.
Francia, humillada, entregaba Alsacia y Lorena y se comprometía a pagar a los alemanes una indemnización de guerra de cinco mil millones de francos. Entretanto, el 18 de enero de 1871 se había celebrado una impresionante ceremonia en el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles, ya ocupado por los alemanes. Guillermo II de Prusia, en presencia de Bismarck y del Estado Mayor General, era proclamado Emperador de Alemania.
Todos los Estados germanos, incluyendo los del sur, aceptaban con entusiasmo al nuevo Emperador que venía a resucitar un Imperio alemán superior al decadente de Viena. Un Imperio caído -el francés- y un nuevo Imperio -el alemán- venían a cambiar por completo el status quo político y geopolítico de Europa.