¿Qué hacían los romanos en Judea en tiempos de Jesús?
Es importante tener presente al poder romano en Judea, ya que durante el juicio a Jesús, la rebelión contra Roma será la principal acusación contra Jesús esgrimida por los sacerdotes y el sanedrín
Es evidente que el poder romano tiene una enorme importancia en los Evangelios. Los momentos más evidentes tienen lugar en los capítulos finales, en los que se produce el juicio, la sentencia y la ejecución de Jesús por el poder romano. Es el procurador designado por Roma quien lo juzga, y son las fuerzas controladas por este los que lo ejecutan. Pero en otros momentos de los Evangelios también se hace presente la importancia de Roma. En el capítulo octavo de Mateo, por ejemplo, la curación del sirviente de un centurión romano (5-13) precede, nada más y nada menos, que a la curación de la suegra de Pedro (14-15). En el mismo evangelio se pone de manifiesto el control romano sobre Judea: «¿Está permitido pagar el impuesto al César o no?» (Mateo 22, 17), le preguntaron a Jesús unos fariseos y herodianos. Es importante tener presente al poder romano en Judea, ya que durante el juicio a Jesús, la rebelión contra Roma será la principal acusación contra Jesús esgrimida por los sacerdotes y el sanedrín, volviéndose a traer a la palestra la cuestión del impuesto a Roma: «Hemos encontrado a este hombre incitando a nuestro pueblo a la rebelión, impidiéndole pagar los impuestos al emperador y pretendiendo ser el rey Mesías» (Lucas 23, 2).
Una piedra en la sandalia
Para Roma, sin embargo, Judea era una piedra en la sandalia, aunque como el tiempo demostraría, sumamente persistente y molesta. La situación en el reino de los Asmoneos, la dinastía que gobernaba desde el 140 a.C. lo que posteriormente sería Judea, era un caos político lleno de intrigas y traiciones. Tras un enfrentamiento entre los hermanos Hircano II y Aristóbulo II en el 67 a.C. en la que obtuvo la victoria este último, Antípatro de Idumea, padre de Herodes el Grande y fundador de la dinastía herodiana, entró en escena. Sus intrigas y confabulaciones contra Aristóbulo y en favor de Hircano no conocieron límite. Finalmente, y tras una rápida sucesión de acontecimientos que Flavio Josefo, el historiador judío, narra en el libro XIV de sus Antigüedades judías, los romanos, con Pompeyo Magno a la cabeza, entraron en escena en el 63 a.C., y tras una sangrienta conquista de Jerusalén y la profanación del Templo, pusieron en el trono, bajo su protección, a Hircano II, a quien controlaba Antípatro de Idumea. Este, haciendo alarde de un realismo político magistral, estrechó sus lazos con el poder romano.
Roma, por su parte, no tenía un especial interés en el territorio judío. Sí lo tenía, en cambio, en los territorios fronterizos con la Persia gobernada por la dinastía parta de los Arsácidas, auténtico poder antagónico de Roma, y sobre reinos sumamente ricos como el de los nabateos de Petra. Como se demostró en la batalla de Carras del 53 a.C., donde los partos infligieron a Roma una de las mayores derrotas militares de su historia, la «economía de la fuerza» romana, tomando el concepto de Edward Luttwak, necesitaba de apoyo local, y debía sustentarse en la atracción de la lealtad de los reinos adyacentes. Ahí es donde radicaba el interés romano por el territorio judío y la dinastía asmonea: para avanzar hacia el Éufrates era fundamental conseguir el apoyo de los poderes locales, tanto para obtener apoyo militar como para contar con líneas de abastecimiento aseguradas en la retaguardia.
Necesitaba de apoyo local, y debía sustentarse en la atracción de la lealtad de los reinos adyacentes
Asegurar el apoyo militar
El apoyo de Antípatro de Idumea a Julio César durante la guerra civil entre este y Pompeyo (49-45 a.C.) le valió la obtención de la ciudadanía romana y del poder sobre Judea, comenzando un periodo de cierta paz y reconstrucción del territorio tras los convulsos tiempos de enfrentamiento entre Hircano y Aristóbulo. En este periodo los hijos de Antípatro, Fasael y Herodes, ocuparon puestos de importancia en el gobierno de Hircano. Pero tras el asesinato de César en el 44 a.C. la inestabilidad volvió a la región: en el 43 a.C. fue también asesinado Antípatro, y ante la debilidad de Hircano y la situación convulsa en Roma desde el magnicidio, los partos invadieron las provincias orientales romanas: depusieron a Hircano y auparon en el trono judío a Antígono Matatías, partidario de los partos, lo que motivó la huida de Herodes a Roma. «Y cuando los senadores se encontraban ya con los ánimos exacerbados, [Marco] Antonio, tras subir al estrado, les informó de que con vistas a la propia guerra contra los partos convenía que Herodes se convirtiera en rey», señaló Flavio Josefo en sus Antigüedades (XIV, 14, 4). Así fue cómo la dinastía herodiana obtuvo la legitimad al trono. Entre el 39 y el 37 a.C., las fuerzas prorromanas de Herodes se enfrentaron a las propartas de Antígono, obteniendo la victoria, y dando comienzo a un gobierno judío sometido a Roma que ya nunca sería autónomo.
La estrecha colaboración entre Marco Antonio y Herodes antes del último conflicto civil romano, entre Antonio y Octavio, no significó la caída de la dinastía herodiana. Al igual que su padre Antípatro, Herodes supo moverse entre las peligrosas mareas de la política romana, y se ganó finalmente la confianza de Octavio, quien a su vez sabía que tendría en Herodes un fiel aliado en Oriente. Así, dentro del programa de grandes construcciones y urbanismo de Herodes el Grande, destaca Samaria, rebautizada en 27 a.C. en honor a Augusto como Sebaste. Comenzaba un periodo de cierta tranquilidad en la región. Pero como venía siendo ya costumbre, tras la muerte de Herodes entre el 4 y 1 a.C. el desorden se cernió de nuevo sobre Judea. El territorio pasó a ser gobernado por los cuatro hijos de Herodes, siendo Arquelao –encargado de Judea, Samaria y Perea– el más incompetente. Tras el estallido de una rebelión sin precedentes contra Arquelao y los romanos, Publio Quintilio Varo, gobernador de Siria (el mismo que perdería tres legiones el 9 d.C. en el desastre de Teutoburgo) mandó a sus fuerzas desde el norte y acabó con la revuelta, y «una vez identificados, cogió a los principales culpables […] fueron crucificados dos mil», cuenta Josefo en sus Antigüedades (XVII, …).
El emperador Augusto, cansado de la inestable situación del territorio judío, y en pro de asegurar sus territorios orientales contra posibles operaciones contra los partos –el más temible enemigo de Roma– quitó a Arquelao del poder y acabó con el gobierno autónomo judío, creando en el 6 d.C. la provincia de Judea, que no sería ni senatorial ni imperial, sino una especie de apéndice de Siria, gobernada por un procurador de rango ecuestre dependiente, a su vez, del gobernador de Siria. ¿Qué hacían los romanos, pues, en Judea en tiempos de Jesús? Construir y asegurar su «gran estrategia» frente a la otra gran potencia del momento: el Imperio parto.