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Busto de Maximino

Maximino el Tracio, el primer Emperador «bárbaro»

Fue un Emperador ciertamente efímero, pero cuyas acciones sí tuvieron consecuencias significativas para el Estado romano

Existen dos tracios sobresalientes en la historia de Roma: Espartaco y el Emperador Gayo Julio Vero Maximino, llamado «el Tracio». Uno es conocido, y el otro no. Uno fue esclavo, gladiador y rebelde; el otro militar, general sublevado y emperador. De uno hay una inmensa producción artística y ha dejado una indeleble huella en la cultura popular: infinidad de esculturas y pinturas, novelas históricas, películas (siendo la mejor, sin duda, la que dirigió Stanley Kubrick y protagonizó Kirk Douglas en 1960), series de televisión (de estas mejor no hablar), un ballet en tres actos de tiempos de la Unión Soviética, e incluso se dio su nombre a un equipo de fútbol (el Spartak de Moscú), cuya afición, dicho sea de paso, es tan temida como los Cuatro Jinetes del Apocalipsis por las fuerzas de seguridad de las ciudades en las que el equipo juega como visitante. Del otro, esto es, de Maximino, sin embargo, no hay nada más allá de las fuentes antiguas, tanto literarias (Herodiano e Historia Augusta) como epigráficas, que suelen ser manejadas únicamente por los especialistas.

Ballet 'Espartacus' de Aram Khachaturian

La figura de Espartaco no fue especialmente cacareada en la antigüedad, sino que se puso de moda, como tantos otros personajes históricos, en la segunda mitad del siglo XIX. El escritor y político italiano Raffaello Giovagnoli, quien acompañó al mismísimo Giuseppe Garibaldi en su marcha hacia Roma en 1867 y fue un firme defensor en la década de los 70 del siglo XIX del régimen republicano y el sufragio universal, lo puso de moda como personaje que luchó contra la tiranía y la esclavitud en 1874 con su novela Espartaco. Pero esa es otra historia. No pretendemos aquí dar a Espartaco más publicidad de la que ya le dedicó Giovagnoli, y que creó el mito. Pretendemos justo lo contrario: reivindicar el conocimiento de la figura de Maximino el Tracio, un Emperador ciertamente efímero pero cuyas acciones sí tuvieron consecuencias significativas para el Estado romano, y con él, todas aquellas figuras que tuvieron un recorrido vital asombroso pero han sido injustamente olvidadas.

Maximino no tuvo a un Raffaello Giovagnoli que reinventara su historia

Con Julio Maximino se inicia el paradigma historiográfico que los anglosajones denominaron barracks emperors (literalmente «emperadores de barracón»), término sugerente en sumo grado que en castellano traducimos por «Emperadores-soldado». Esto no hace referencia a que los Emperadores de épocas anteriores no empuñaran la espada, nada más lejos, sino más bien a que estos habían llegado al poder desde los escalafones inferiores del ejército. Además, la época que da comienzo en el 235 d.C. con Maximino el Tracio ha recibido por la historiografía tradicional el muy discutido término de «Anarquía militar», que tiene en la actualidad sus defensores y detractores, enmarcándose en un más amplio espectro dentro de la denominada –también por la historiografía tradicional– «crisis del siglo III». No por ser tradicional esta historiografía es incorrecta o menos válida, como les gustaría que dijera a los posmodernillos de turno, pero sí es cierto que es bueno, para mantener una «historia saneada», por así decirlo, revisitar y revisar los términos historiográficos a la luz de las últimas investigaciones.

En cualquier caso, es evidente que los términos que rodean a la figura histórica de Maximino el Tracio conforman una imagen de este negativa: anarquía, crisis, usurpación, etc. Curiosamente, si hubo algo durante los años 235 y 284 en Roma fue poder militar (de hecho el año 238 se conoce como el «Año de los Siete Emperadores»), hubo un exceso más que una falta de poder militar, como ocurrió a finales de la República, por tanto el término «Anarquía militar» ya empieza a sonar poco certero. En cuanto a la tan debatida «crisis del siglo III», hace ya más de dos décadas que se viene hablando de «transformaciones» o «cambios» del siglo III, destacando entre nuestros especialistas al catedrático de la Universidad Complutense Gonzalo Bravo. Pero vayamos a la cuestión principal, ¿a qué se debe el maltrato a Maximino por la historiografía y la predilección por, por ejemplo, Espartaco? Sencillamente a que Maximino no tuvo a un Raffaello Giovagnoli que reinventara su historia, ya que para el autor italiano, en tiempos de la formación de Italia, era mucho más útil la imagen de un esclavo que lucha por la libertad que la de un general «bárbaro» que toma el poder por la fuerza. Pero ¿fue tan malo, o tan «bárbaro», Maximino el Tracio?

Era mucho más útil la imagen de un esclavo que lucha por la libertad que la de un general «bárbaro» que toma el poder por la fuerza

¿Fue tan bárbaro Maximino el Tracio?

Cuenta Herodiano que Maximino (c.173-238) «en otro tiempo había sido pastor en las montañas de Tracia y […] tras presentarse al modesto ejército de su país por mor de su estatura y fuerza, había llegado de la mano de la fortuna hasta el imperio romano». Es lo más agradable que escribió Herodiano de él (y no lo dice precisamente como un halago). La Historia Augusta señala también que «fue en su adolescencia pastor» y que, bajo el gobierno de Septimio Severo (imp. 193-211), «sus primeros años en el ejército los cumplió en la caballería. Se distinguía por el tamaño de su cuerpo, sobresalía entre todos los soldados por su valor, era agradable por su aspecto viril, bravo en sus costumbres, duro, soberbio, despreciativo, pero casi siempre justo». En definitiva, las dos principales fuentes sobre Maximino le atribuyen la prototípica imagen del bárbaro: de origen agreste (ser pastor en la antigüedad era sinónimo de ser semisalvaje), de gran estatura y fuerte. ¿Cuánto de verdad puede haber en ello? No lo sabemos. En cualquier caso, al comienzo de la descripción Herodiano señala de manera contundente que Maximino «era un bárbaro tanto por su carácter como por su cuna», siendo más concreta la Historia Augusta al afirmar que nació «de madre y padre bárbaros; se dice que uno era de origen alano y el otro de procedencia goda».

Denario de Maximino el Tracio datada en el 236 d.C.

Si desde la entrada en vigor de la Constitutio Antoniniana («Edicto de Caracalla») del 212 d.C. todos los habitantes libres del Imperio habían pasado a ser ciudadanos romanos de pleno derecho, y por tanto Maximino fue, desde entonces, ciudadano romano, ¿por qué las fuentes le achacan su condición de bárbaro? En primer lugar, porque la élite romana no resultaba especialmente acogedora con aquellos que consideraban advenedizos o subalternos que llegaban a las cotas más elevadas del poder –no digamos ya a la dignidad imperial–; pero sobre todo porque Maximino transgredió el statu quo del poder: «dirigió a los soldados con valor […]. Nunca privó a nadie de su ración. Nunca toleró que algún soldado estuviese en el ejército en calidad de obrero», según Herodiano. Sin embargo «quiso reformar los poderes civiles del senado, lo que no es conveniente a un Príncipe que quiere ser amado», continúa el historiador.

Amigo del ejército, pero enemigo del senado

Aquí llegamos al quid de la cuestión. He aquí la razón, tocar el bienestar de los políticos. Maximino favoreció al ejército, pero perjudicó a la élite política, lo que le granjeó la enemistad del senado. Así pues, en cuanto hubo oportunidad, los políticos romanos apoyaron el levantamiento contra Maximino del procónsul Gordiano, y tras el fracaso de este, el de los patricios Pupieno y Balbino, y más tarde el del nieto del primero, Gordiano III. Finalmente, tuvo que ser mediante una traición de un grupo de soldados de la legio II Parthica, pagados seguramente por el senado, que Maximino, su familia y sus colaboradores fueron asesinados, sus cabezas cortadas y clavadas en picas para ser llevadas a Roma. Primer Emperador-soldado y «bárbaro», pero con final poco novedoso en la historia romana. Tras él, que había aprendido en la escuela de Septimio Severo, llegarían muchos otros que alcanzarían la púrpura desde las escalas más bajas de la sociedad apoyándose en el ejército.