La historia del primer genocidio del siglo XX: el exterminio armenio
El gobierno de los Jóvenes Turcos decretó la deportación de la población armenia al centro del Imperio. Esto era un plan de limpieza étnica para eliminar su población
El exterminio del pueblo armenio durante la Primera Guerra Mundial es considerado el primer genocidio conocido del siglo XX. Aún en la actualidad, no tiene la unanimidad de su reconocimiento y los descendientes de los supervivientes de la diáspora, luchan por divulgar lo que fue el hecho más obscuro del primer conflicto mundial del siglo XX.
Bajo el dominio turco
En el siglo XV, los turcos otomanos construyeron uno de los mayores imperios, expandiéndose en las tres riberas continentales del Mediterráneo oriental. Los armenios se convirtieron en súbditos de su Imperio. Bajo el dominio turco, los armenios como comunidad cristiana fueron ciudadanos de segunda clase. Sin embargo, fueron expandiéndose por las ciudades como artesanos, comerciantes y miembros de profesiones liberales. Pero a diferencia de otras comunidades, como los sirojacobitas o los asirios, que permanecieron ocultos en sus desheredados pueblos de montaña, dedicados a actividades ganaderas de subsistencia, los armenios fueron progresando al disponer de una importante clase intelectual, formada en las ciudades, e instruida en las escuelas de las misiones católicas. No obstante, en los períodos de intolerancia o de protestas de la población musulmana, muchos armenios tuvieron que exiliarse formando colonias en el exterior. Las matanzas hamidianas de 1894 a 1896 preanunciaron el terrible fin que les esperaba.
El Imperio otomano necesitaba una política de reformas que modernizase el arcaico imperio e impidiese que fuese conocido como «el hombre enfermo», al cual, en la época de los imperialismos, se le veía como víctima propiciatoria de las grandes potencias europeas. Su decadencia venía marcada desde un siglo XVIII, en que rusos y austro-húngaros habían logrado expulsar a los turcos de amplios territorios europeos, e impulsado el deseo de independencia de los pueblos ortodoxos balcánicos (serbios, búlgaros, rumanos y griegos), que finalmente habían logrado su soberanía reduciendo el territorio dominado por los otomanos al hinterland de Constantinopla.
La toma del poder en 1908, de los jóvenes turcos, obligó al sultán a reconocer la constitución de 1876, que establecía la libertad de credo y la igualdad entre todos los ciudadanos ante la ley, y abrió amplias expectativas de igualdad entre las diferentes comunidades integrantes del Imperio. Entre las que estaban las armenias, que favorecieron de forma mayoritaria el proceso de cambio y aperturismo que significaba la llegada al poder de los reformadores nacionalistas. Sin embargo, en el programa político de los jóvenes turcos estaba la formación de un gobierno centralista con un discurso favorable a la supremacía nacionalista turca. Uno de sus principales ideólogos, el poeta Ziya Gökalp fue quien impulsó la regeneración y la elevación de la identidad turca que condujese a la unificación del Imperio otomano en torno a la imposición de la lengua y la cultura turca a todos los ciudadanos. El rechazo de armenios, griegos y árabes pronto se hará sentir.
El estallido de la Primera Guerra Mundial causará los primeros contactos entre poblaciones armenias y soldados rusos que serán vistos por los armenios como liberadores. Aquellas manifestaciones no pasaron desapercibidas a los militares turcos, que apercibirán a su gobierno de la peligrosidad de la fuerte presencia armenia en la frontera con el enemigo ruso. El 24 de abril de 1915, el gobierno de los Jóvenes Turcos decretó la deportación de la población armenia al centro del Imperio. El brutal traslado de la población armenia a los campos de concentración, su ubicación en una zona desértica y el desarrollo de la Primera Guerra Mundial ayudó a crear el momento propicio para su eliminación física. Aunque los historiadores turcos rebaten las cifras, se calcula que murió un millón y medio de armenios residentes en el Imperio, de un total de dos millones.
Una limpieza étnica
El historiador Taner Akman afirma a través de los telegramas de septiembre de 1915 del ministro de Interior, Talaal Pasha, uno de los tres máximos dirigentes y uno de los principales responsables junto a los miembros del gobierno Enver Pasha y Ahmed Cemal, que la deportación ordenada contra los armenios era un plan de limpieza étnica para eliminar su población del Imperio. La organización premeditada, el uso de tropas regulares, reforzadas por milicias paramilitares kurdas, e incrementada por criminales amnistiados de la cárcel, fueron el instrumento exterminador contra todo un pueblo. En esta ocasión, no quedó localidad sin que su comunidad armenia fuese eliminada, incluyendo a mujeres y niños. Los hombres jóvenes, reclutados en el ejército, fueron reagrupados en batallones de trabajo, y eliminados posteriormente. Los testimonios europeos procedentes de diplomáticos y militares, aliados de los turcos durante la guerra mundial, confirman la meticulosidad con que fue llevado el proyecto de limpieza, y la brutalidad anticristiana demostrada por los genocidas.
El resultado posterior será la construcción de una república turca, liderada por Mustafá Kemal, donde la ciudadanía turca se asentará sobre un 99 % de musulmanes, cuando antes de 1923 eran el 70 % de la población. El exterminio de armenios y asirios, y la expulsión de los griegos, eliminó la presencia de comunidades cristianas con una historia de casi dos mil años. El experto en Derecho Internacional, Raphael Lemkin, fue quien acuñó por primera vez el término de genocidio para describir lo que había sucedido con los armenios del Imperio otomano. En 1948 la Asamblea General de la ONU incorporó el delito de genocidio al Derecho Penal Internacional.
El silencio que se aplicó al primer genocidio del siglo XX abrió las puertas a que otros países hiciesen lo propio con sus minorías. La pregunta de: ¿Quién recuerda a los armenios? sirvió como ejemplo para la eliminación de otros pueblos. La desaparición de las comunidades judías por los nazis, las de ucranianos occidentales y polacos por los soviéticos, las de italianos de Istria por los partisanos de Tito, la de los camboyanos por los jemeres rojos o los tutsis por sus vecinos hutus en Ruanda, describen un largo recorrido en que el olvido de un genocidio ayudó a que otros viesen la oportunidad de eliminar una comunidad molesta, bajo la acusación de la culpabilidad colectiva.