El 'Desastre de Varo': la masacre de un Ejército romano en el 9 d. C.
El hallazgo de la máscara de Kalkriese en el campo de batalla podría esclarecer la desastrosa derrota del Ejército de Quintilio Varo
«No quedaba por aquel tiempo guerra alguna, a no ser contra los germanos, motivada más por lavar la infamia del ejército perdido con Quintilio Varo que por afán de extender el Imperio», cuenta el historiador Tácito en su obra Anales. Se refería al año 14 d.C., cuando murió el Emperador Augusto y Tiberio cogió el timón del Estado romano. Cinco años antes, un Augusto ya cansado tuvo que encajar uno de los golpes más duros infligidos al poder militar romano: la derrota a manos de una coalición de tribus germánicas de Teutoburgo, en la actual Kalkriese (cerca de Osnabrück, Alemania).
Según el historiador Suetonio, Augusto «sufrió solo dos derrotas graves e ignominiosas, y las dos en Germania: la de Lolio y la de Varo. Pero mientras que la primera supuso más deshonra que pérdidas, la segunda pudo haber sido fatal, pues en ella fueron masacradas tres legiones junto con su general, sus lugartenientes y todas las tropas auxiliares». Añade Suetonio que Augusto «quedó tan consternado que durante varios meses se dejó crecer la barba y los cabellos; que se golpeaba a veces la cabeza contra las puertas gritando: '¡Quintilio Varo, devuélveme las legiones!', y que consideró cada año el día de la derrota como día de dolor y de luto».
La amarga pérdida del ejército
Augusto moriría en agosto del 14 d.C. sin ver vengada la afrenta. Tendría que ser Germánico, hijo de Druso el Mayor y Antonia la Menor, padre, hermano y abuelo de futuros emperadores (Calígula, Claudio y Nerón respectivamente), quien entre el 14 y el 16 d.C. se encargaría de «lavar la infamia del ejército perdido con Quintilio Varo» en la memorable derrota de Teutoburgo, sin duda la peor que tuvo que afrontar un ya desgastado Augusto. Fueron tres las legiones destruidas por la coalición germánica liderada por Arminio, las XVII, XVIII y XIX, además de seis cohortes auxiliares y tres alas de caballería. Pero lo peor fue la pérdida de las águilas legionarias, insignias militares sagradas (se les rendía culto en el campamento) y elemento distintivo por excelencia de las legiones. Si Augusto se había vanagloriado hasta la saciedad de haber recuperado las águilas perdidas por las legiones de Craso en la derrota de Carras a manos de los partos en el 53 a.C. como narra Suetonio («los partos […] le devolvieron las enseñas militares que habían arrebatado a Marco Craso») y como evidencia el detalle de la coraza de la estatua de Augusto de Prima Porta, en 14 d.C. Augusto moría con el amargor en la boca de haber perdido tres águilas y no haber vengado a las legiones, cuyos numerales jamás volverían a usarse, quedando desterrados de las listas y malditos.
No está nada claro cuál era el plan de Quintilio Varo, un general experimentado que ya había demostrado su valía en territorios tan conflictivos como Judea, siendo gobernador de Siria. Tradicionalmente se ha argumentado que, dirigiéndose a los cuarteles de invierno al oeste del río Weser, Quintilio Varo recibió la noticia del estallido de una rebelión (desinformación que habría sido extendida por el mismo Arminio) y decidió sofocarla en el momento antes de retirarse a los cuarteles de invierno. Otros han argumentado que fue un acto deliberado y mal calculado de Varo. Y más recientemente, que se trataba de una tournée como demostración de poderío militar frente a los «bárbaros» germanos. También se ha protestado que, pudiendo pensar Varo que se movía por «territorio pacificado» no tendría por qué encontrar problemas en el camino, y por ello tomó un desvío. Pero no se explica la cuestión de que Varo introdujese a un ejército formado para marchar por un terreno desconocido sin previo reconocimiento.
Para quien conozca el funcionamiento del ejército romano, esto no tiene sentido. En respuesta a esta cuestión, se ha aducido la confianza que Varo tendría puesta en Arminio, prefecto de auxiliares germanos y él mismo de origen querusco (una de las tribus que participó en la emboscada), pero esas razones no se pueden verificar: eso quedó entre Varo y Arminio. Cabría apuntar lo extraño que era que un legado romano pusiera la integridad de su ejército en manos del criterio de un prefecto de fuerzas auxiliares, teniendo un Estado mayor completo con el que llevar a cabo los planteamientos estratégicos. Y se podrían exponer mil y un posibles más. En cualquier caso, sobre lo que no hay discusión (arqueología dixit) es que un ejército romano fue masacrado en el 9 d.C. en lo que hoy es Kalkriese.
La máscara de Kalkriese
Ahora bien, hay una cuestión que ha traído de cabeza a los investigadores, y que podría ser la clave para entender el objetivo de Varo: la famosa máscara de Kalkriese. Se trata de una máscara con rasgos humanos que formaba parte de un casco de caballería romana, y que fue hallada en las excavaciones de Kalkriese en 1990. Hasta aquí nada raro. La cuestión es que estas máscaras habían sido interpretadas tradicionalmente como objetos de parada, es decir utilizados en desfiles y exhibiciones de caballería, los famosos ejercicios que Arriano denominó en su obra Ars Tactica como hippika gymnasia (Tact. 32), y teóricamente no se usaban en batalla. Sin embargo, esta máscara fue hallada en el lugar donde se produjo el choque entre romanos y germanos. El hallazgo de esta máscara en las excavaciones del campo de batalla puso sobre la mesa numerosos interrogantes que ampliaron la brecha entre quienes pensaban que estos objetos eran de parada y quienes creían que se usaban en batalla: ¿fue el Desastre de Varo una emboscada totalmente inesperada por los romanos en el trayecto hacia Castra Vetera (cerca de la actual Xanten, Alemania), es decir los cuarteles de invierno, y por ello el jinete dueño del casco con la máscara llevaba este objeto que en una expedición normal no habría llevado? ¿O, por el contrario, el portador de este caro equipamiento lo llevó conscientemente pensando en hacer uso de él llegado el momento?
Resumiendo: el uso o no de este poco común equipo militar romano podría esclarecer si Varo fue sorprendido retirándose a los cuarteles de invierno o fue derrotado en un enfrentamiento mal calculado. Algunos investigadores, como Krzysztof Narloch, han argumentado en favor de la utilización en batalla de estos cascos con máscara, aduciendo en el caso de este especialista numerosas razones entre las que se encuentran la correcta colocación de los orificios para la visión y respiración o el uso de materiales aptos para el combate (The cold face of battle. Some remarks on the function of Roman helmets with face masks, 2012). Por otra parte, si tenemos en cuenta la existencia de paralelos presentes en distintas culturas (máscaras de batalla japonesas del periodo Edo; cascos con máscara de la Rus de Kiev) y épocas (cascos, yelmos, bacinetes, etc., de la Plena y Baja Edad Media europea) no hay razón para pensar que los cascos o yelmos con máscara no fueran usados en batalla. En este sentido se pronunciaba el arqueólogo Anatoly Nikolaevich Kirpichnikov en el capítulo dedicado a los cascos de su obra sobre armas y armaduras de la Rusia antigua, Drevnerusskoe Oruzhie III: Dospech, Kompleks Boevych Sredstv IX-XIII vv.: «el propósito de combate de las máscaras es claro». En definitiva, un equipo militar muy costoso, que necesitaba de las expertas manos de un buen artesano, cuyo uso no estaba al alcance de cualquiera, y que era un elemento de especialista apto solo para los más diestros, que en nuestra opinión indica una dedicación mucho más estrecha al ejercicio de las armas por parte del interesado. Nadie enciende una vela para ponerla debajo del celemín, ¿no?