Picotazos de historia
La extraña muerte del responsable del agujero de la capa de ozono
Thomas Midgley enfermó de polio y construyó un mecanismo que le ayudaría a incorporarse, girar y reclinarse, pero que más tarde le provocaría la muerte
Thomas Midgley (1889 – 1944) fue un brillante científico e ingeniero norteamericano muy aplaudido y ensalzado en vida, hoy mucho menos, por decirlo de una manera caritativa.
En 1921, trabajando para la general Motors, descubrió que un compuesto llamado tetraetilo de plomo reducía de manera muy significativa la trepidación de los motores de gasolina. En 1923 Midgley junto con la general Motors, DuPont y Standard Oil crearon la Ethyl Gasoline Corporation y produjeron enormes cantidades del producto, al que comercializaron con el más amistoso nombre de «etilo». Casi inmediatamente se empezó a comprobar que los trabajadores de la empresa empezaban a mostrar síntomas preocupantes de envenenamiento por plomo. No se dio importancia al asunto.
En 1924, después del fallecimiento de cinco empleados de una misma fábrica, en pocos días, y de decenas de casos más o menos graves, la Ethyl Corporation decidió hacer una demostración pública de la inocuidad de su producto. Thomas Midgley, como alto directivo y padre de la criatura, delante de decenas de periodistas, sumergió sus manos en el producto y lo inhaló a la vista de todos, esto mientras pontificaba sobre los efectos nulos que tenía sobre el organismo. Incluso llegó a insinuar que producía efectos beneficiosos. Lo que no dijo es que conocía perfectamente las consecuencias del envenenamiento por plomo y que, él mismo, lo había sufrido. Durante meses estuvo gravemente enfermo y desde entonces se mantenía alejado del etilo, excepto cuando tenía que confrontarlo frente a la prensa.
Que Midgley fuera el responsable del envenenamiento por plomo que ha sufrido la humanidad durante sesenta años ya es grave, pero ahí no acaba la cosa.
En la década de los años veinte del siglo pasado, los refrigeradores (y aire acondicionado) utilizaban gases tóxicos que y a veces se filtraban al exterior con consecuencias letales. Midgley trabajó en ello y, con el tino de un doctor Mengele, inventó los clorofluorocarbonos. Estos eran estables, no inflamables ni corrosivos y fueron inmediatamente adoptados por la industria, encontrándole mil aplicaciones: desde los aires acondicionados, desodorantes, pulverizadores de todo tipo, sistemas de refrigeración, etc. Alegremente la humanidad, al menos el considerado «mundo civilizado», estuvo consumiendo y lanzando al aire clorofluorcarbonos de todo tipo, hasta que descubrió una consecuencia que nadie había previsto: los cfc (abreviatura de clorofluorcarbonos) destruían el ozono de la estratosfera. Si, si, la famosa capa de ozono y su agujero.
Thomas Midgley no llegó a enterarse de nada de esto, ya que murió mucho antes, en el año 1944. Años antes de su muerte, Midgley enfermó de polio, enfermedad que le dejó paralizado. Durante su enfermedad, y conociendo las consecuencias de esta, trabajó en la creación de un complejo sistema de poleas motorizadas que le ayudarían en su futura postración. El mecanismo le ayudaría a incorporarse, girar y reclinarse, y fue otro éxito, a su manera. El dos de noviembre de 1944 le encontraron muerto en su lecho. De alguna manera se había enredado con los cables del mecanismo que, progresivamente, le habían estrangulado hasta matarlo.