Los ciudadanos de la mar: la hermandad pirata de la Isla de la Tortuga
La Cofradía de los Hermanos de la Costa era una organización formada por bucaneros y filibusteros, que duró desde 1620 hasta 1700. Esta cofradía tenía principios sociales igualitarios y sede en la isla de la Tortuga
Escribió Alexander Exquemelin, cirujano de piratas; «los bucaneros nunca están desprevenidos», ninguno de ellos se aparta ni un segundo de su mosquete, machete y pistolas. Al principio salían en canoas, luego en pequeños bergantines. Estos barcos tan pequeños eran prácticamente invisibles a la luz del ocaso, y podían llegar fácilmente hasta cerca de un galeón sin que se diese cuenta. Una vez puestos a tiro, los que tenían mejor puntería, que al igual que sus compañeros iban echados en el fondo de la canoa para que sus movimientos no fuesen demasiado bruscos, se incorporaban y disparaban contra el timonel y contra el vigía de cubierta. Antes de que el resto de la tripulación pudiese reaccionar, las canoas ya habían llegado hasta el barco, y una oleada de hombres realizaba el abordaje, disparando los dos fusiles que llevaba cada uno. Con la nave capturada partían de nuevo en busca de presas de mayor envergadura. Exquemelin nos ha descrito un ataque típico de los bucaneros, y es muy posible que él mismo formase parte activa de esta historia, aunque prudentemente oculte su participación.
Un botín capturado en un barco sería suficiente para convertir en millonario a cada uno de los veintiocho asaltantes. Un galeón español, el Santa Margarita, que se hundió en Cayo Oeste en 1622, en pleno apogeo de los bucaneros, reportó a sus rescatadores, hace poco tiempo, nada menos que 13.920.000 dólares. Un galeón, aunque captura excepcional, debería ser aún más valioso, pues además de las joyas y de los lingotes de oro y plata, transportaría todo tipo de bienes perecederos.
En 1668, Henry Morgan saqueó Panamá. «Aunque nuestro número es pequeño... cuantos menos sobrevivamos, más fácil será repartir el botín, y a más tocaremos cada uno». Morgan, como Drake, ejemplo de la fluida comunicación entre la piratería y la oligarquía naval y comercial británica. Con el tiempo llegó a conseguir el perdón real, título nobiliario, y que le nombraran gobernador de Jamaica. Nunca regresó a su Gales natal, y se instaló en Port Royal, bebiendo ron hasta morirse. El poder en el Caribe pasó de las manos de la Hermandad de la Costa, a las de la marina de Francia e Inglaterra, y aquellos hermanos, que no pudieron adaptarse de una continua lucha contra los españoles a una relativa paz, zarparon hacia el oriente, en busca de una nueva carrera como piratas en las costas de la India y de Madagascar.
Precisamente fue en el Índico donde se dio el mejor golpe clásico de la historia pirática; Henry Every abordó en 1694 el barco del Gran Mogol de la India. En el cine, Errol Flynn ligó con la princesa, que efectivamente estaba destinada a un matrimonio real, acompañada de sus damas de honor y dote. En la realidad, además del enorme tesoro robado, y del asesinato de la tripulación, todas las mujeres fueron violadas.
La era de bucaneros
Es difícil deducir cuáles fueron las consecuencias de la era de los bucaneros. Para los españoles, «los diablos del infierno». Y se puede compartir la opinión de los españoles de aquel tiempo, sobre todo cuando se leen algunos de los relatos de Exquemelin sobre Pedro el brasileño, el cual solía pasear por las calles de Jamaica segando a hachazo limpio piernas y brazos de inocentes transeúntes; o sobre el primer jefe del cirujano, que colocaba un barril de vino en mitad de la calle, y obligaba a todo el que pasaba por delante a beber de él o morir allí mismo de un pistoletazo; o respecto a otros amigos suyos que asaban mujeres desnudas sobre piedras calientes, luchaban bajo el agua contra los caimanes, o torturaban a los prisioneros para que les revelasen sus tesoros.
Quizás la consecuencia de la aparición de los bucaneros no fue lo que realizaron de hecho, sino lo que impidieron que ocurriese. Mientras la Hermandad de la Costa asestaba duros golpes comercio español en su mismo centro del Caribe, sus recursos tenían que retraerse para proteger sus puntos más vitales. Por lo tanto, el Imperio español no pudo expansionarse más a lo largo de la frontera norteamericana, como hubiera sido razonable, y como muchas personas esperaban y británicos y hugonotes temían. Los fuertes españoles estuvieron en la costa, y no había soldados para guarniciones de interior, al estilo de los que vemos en los westerns yanquis. El Imperio se hizo sobre la base de indígena y el mestizaje, no sobre su erradicación, como más al norte. Esto no ocurrió igual en el extremo sur, donde la piratería fue menor. Hay otros muchos factores, pero en ese sentido, la piratería no dejó de influir en la gran historia.
Los que para España eran bandidos y piratas, para las naciones adversarias del poder peninsular eran, también, bandidos... o aliados. Nada de eso preocupaba a los filibusteros mismos, por esencia libertarios, a quienes nada importa como no sea su condición de hombres libres, agrupados en la «Cofradía», que será un verdadero ensayo de sociedad anarquista. Pero alguna vez hay que bajar a tierra, y debe ser en lugar seguro. Un lugar como La Tortuga, refugio establecido en 1620 que sobrevivirá hasta 1700.
Los principios sociales de la cofradía
Lo que nos ha llegado son ecos de tradición oral de esta fraternidad, que vivía en libertad separada apenas por un brazo de mar de la sociedad que los expulsó, o de la que se alejaron voluntariamente.
«Sin prejuicios de nacionalidad ni de religión». No se es francés o inglés, católico o protestante, se es un hombre al que se critica o elogia como individuo. El primer registro de una división de ingleses contra franceses, en 1689, apunta al fin de la Cofradía. Tampoco crearon un idioma común o una nacionalidad nueva, nadie trató de imponer nada al otro.
«No hay propiedad individual». No se refiere al botín sino a la tierra. Nunca hubo lotes ni en La Tortuga ni en las zonas de caza. Tampoco los barcos eran propiedad individual y el capitán que llegaba a la isla con uno, perdía sus derechos sobre él. Cualquiera que preparase una expedición podía utilizarlo.
«No hay la menor ingerencia sobre la libertad individual». No hay actividades obligatorias, ni prestaciones forzadas, ni impuestos, ni presupuesto general. No hay código penal y las querellas se resuelven de hombre a hombre. Nadie está obligado a combatir, se participa en las expediciones voluntariamente. No hay ningún registro de persecución contra el «hermano» que abandone el filibusterismo.
Forzando la historia contemporánea, quizá lo más parecido fue el Aragón oriental en manos de la CNT-FAI en 1936-38, durante la Guerra Civil Española.
«No se admiten mujeres». Se refiere a las europeas y ninguna podía desembarcar en la isla. No así negras o indígenas. Cuando el agente oficial francés D`Ogeron intenta, en 1667, convertir La Tortuga en colonia de su país, utiliza no la fuerza sino el quebrantamiento de esa norma. Trae 100 mujeres blancas, que pese a ser «rameras sacadas de la cárcel, pelanduscas recogidas en el arroyo, vagas sin vergüenza», se ubican fácilmente entre los hombres del lugar. Se forman parejas, sin casamiento, en las que la mujer no es la esclava, sino la compañera, pudiendo reclamar la ruptura de la unión en caso de maltrato.
Una sociedad democrática
En toda constitución hay derechos y deberes. En la Cofradía las leyes que hemos visto no señalan ningún deber para con la comunidad que no se preocupa de proteger a los débiles. Sí hay un sistema de seguro indemnizatorio por mutilaciones, de ahí la redundante imagen del cojo, manco o tuerto. Para esta fraternidad las necesidades militares son imperiosas y obligan a designar jefes para el combate. Pero se trata solo de un cargo militar, determinado por elección y revocable en cualquier momento. El «gobernador», que así se llamara, deja sus funciones cuando la contingencia bélica es superada. Recuérdese que faltan 150 años para la independencia de los Estados Unidos y para la Revolución Francesa, pero en La Tortuga ya hay elecciones. Los capitanes se eligen por votación democrática, y así se destituyen, (normalmente significada su muerte). Mientras mantenga este consenso, el gobernador –como el capitán de un navío– tiene una autoridad indiscutida. También había un «Consejo de Ancianos», formado por los más veteranos, quienes velaban por la pureza del espíritu libertario de la Cofradía, especialmente vigilando las condiciones de ingreso de nuevos miembros a través de un noviciado sui generis llamado «matelotage», donde el aspirante debía compenetrarse con el espíritu y la conducta de la hermandad o ser rechazado.
En Madagascar, otra aventura pirata-utopista llegó a tener mayor dimensión que la de la ejemplar Tortuga, pero acabó con la muerte de su jefe, Bartolomé Roberts, en 1723. Su Carta Constitucional de 1722 es todo un documento democrático, pues se inició el principio de «un hombre equivalía a un voto».
La consolidación del capitalismo y de los poderes imperiales europeos en el Caribe, además del aumento del poder de los navíos de línea, acabó con la extraordinaria experiencia de los Hermanos de la Costa. El filibustero se hizo «corsario legal». Otros cayeron en un mero bandidaje naval que perdió todo matiz anarquizante. Pero la leyenda nunca olvidará esa inédita aventura de libertad que navegó a toda vela por las Antillas. El anarquismo debe su bandera negra a ese precedente.