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El Ejército romano no estaba formado únicamente por ciudadanos

¿Legionarios o soldados? El mito de la infantería ciudadana de Roma

La obligación de servir en el Ejército romano solo atañía a los ciudadanos y no a los extranjeros, pero tampoco estaba formado, ni mucho menos, por ciudadanos romanos únicamente, que eran quienes integraban las legiones

Para empezar: los «legionarios» no existían en la antigua Roma. Antes de que cojan piedras para lapidarme, me explico. En las fuentes escritas romanas, ya sea en las obras literarias, en los documentos legislativos o en los archivos oficiales, nadie encontrará el término «legionario» propiamente dicho, ya que no existió. Seguramente el término en español se tomó del francés legionnaire tras la fundación de la Légion étrangère en 1831. Únicamente el término «soldado» (miles) que forma parte de una «legión» (legio), es decir el cuerpo formado por el llamamiento de la leva, es el que aparece en los textos de la antigüedad. La obligación de servir en el Ejército romano solo atañía a los ciudadanos (cives) desde época de los legendarios reyes, no a los extranjeros (peregrini). Pero estos encontrarían en el Ejército, que no en las legiones, una magnífica oportunidad de medrar en la sociedad romana. Diferenciemos, así, entre los términos «Ejército», que englobaba a todas las fuerzas romanas, y «legiones», que eran uno de esos cuerpos (de élite, eso sí) que integraban el Ejército.

Con las reformas de Augusto del Ejército, operadas a lo largo de 41 años (desde el 27 a.C. hasta el 14 d.C.), el brazo armado de Roma institucionalizó toda una serie de costumbres no regladas (aunque tampoco ilegales) que se venían dando desde 40 años antes del ascenso al poder del princeps, en tiempos del apogeo de Pompeyo, eliminándose otros. Augusto derrochó inteligencia y habilidad, y fue consciente de la circunstancia histórica en la que se encontraba Roma tras su ascenso al poder: lo que los griegos llamaban Siria había sido conquistada pocas décadas atrás, y tres años antes de ser nombrado Augustus por el Senado se conquistó Egipto. Los romanos, ya en el año 27 a.C., llamaban al Mediterráneo mare Nostrum con razón. Pero una constante extensión del control territorial no salía gratis. Hacían falta hombres, ya fuera para defender literalmente los límites, como el del Rin, o para enviar inequívocos mensajes de fuerza a los aliados que ahorraban efectivos a Roma, como por ejemplo a «los reyes […] que se protegen bajo nuestra grandeza contra los imperios extranjeros» desde Siria hasta el Éufrates, en palabras de Tácito. La respuesta a esta situación la encontramos también en Tácito: cohortesque et alae («las cohortes y las alas», Hist. V, 14).

Los catafractos sármatas derrotados (derecha) huyen de los jinetes alares romanos, Columna de Trajano

Los cuerpos auxiliares

Los «cuerpos auxiliares» (auxilia) fueron la respuesta perfecta de Roma ante las necesidades geoestratégicas que su posición de primera potencia regional exigía. Yann Le Bohec señala que eran «unidades de menor importancia» que siempre acompañaban a las legiones. Entre ellas se encontraban, por orden de importancia, las alas de caballería (elemento siempre menor en la estructura del ejército altoimperial), las cohortes de infantería (ambas podían ser «quingenarias», es decir de 500 hombres, o «miliarias», de mil) y los numeri, cuerpos sin una organización prefijada cuyo armamento y táctica respondía a su propia tradición cultural. Además hay que sumar las flotas (classes), cuyos marinos (classiarii) tenían también un régimen de auxiliar. Las ventajas para Roma de alistar este tipo de cuerpos eran muchas, entre ellas la obtención de tropas sobre el terreno, un menor salario y retribución final, la integración cultural, etc.

Entre las ventajas para quienes se alistaban se encontraban: la paga, ventajas de tipo jurídico y social (como una legislación propia), la ciudadanía al finalizar el servicio con sus numerosas ventajas asociadas, etc. Eso sí, en la época en la que los soldados de la legiones servían 16 años, los auxiliares y marinos servían 20; cuando en las legiones se pasó a servir 20 años, en los cuerpos auxiliares y en las flotas se pasó a los 25. Aunque parece que el premio lo merecía. Ya siendo Vespasiano emperador en el año 70 d.C., y encargado su hijo Tito de terminar de someter Judea, dirigió este el Ejército hacia Jerusalén, integrado según el historiador Tácito por «tres legiones, la quinta, la décima y la decimoquinta, formadas por soldados veteranos de Vespasiano […]. Incorporó a estas la legión duodécima, de entre las que estaban en Siria, y los soldados de la vigésimo segunda y la tercera que había llevado consigo desde Alejandría. Iban en la escolta veinte cohortes aliadas, ocho alas de caballería, así como los reyes Agripa y Sohemo, unas tropas de refuerzo del Rey Antíoco, junto con una tropa aguerrida de árabes, enemigos mortales de los judíos», según recoge Tácito.

Así pues el Ejército romano no estaba formado, ni mucho menos, por ciudadanos romanos únicamente, que eran quienes integraban las legiones. La leva quedó desfasada ya en época republicana, y el esfuerzo de guerra romano a partir del Principado (27 a.C.) fue sin duda compartido tanto por los hombres de las provincias como por las tropas de los Estados aliados. Por tanto, cuando nos refiramos al Ejército romano en su conjunto, hablemos de soldados (milites) no de «legionarios».