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Grabado del siglo XVIII donde se muestra al augur tomando los auspicios en la entronización del rey romano Numa Pompilio

Derramar la sal, romper un espejo y otras supersticiones que heredamos de los romanos

La superstición formaba parte de sus vidas. Fueron un pueblo muy supersticioso y condenado a maldecirse a sí mismos para poder refugiarse, conquistar batallas o conseguir el amor anhelado

Para los romanos la palabra superstición significaba «el que está por encima de una situación». Esto es, un superviviente. La superstición formaba parte de sus vidas. Por eso los defixionum tabellac estaban a la orden del día. Se debe haber escrito miles de tablillas. También organizaron toda una red de hechizos para romper y protegerse de las maldiciones. Los romanos creían que algunos objetos servirían como talismán, por ejemplo, la herradura, aunque se empezó a utilizar como amuleto con los griegos y después fue adoptado por los romanos.

El «miratorio» era un cuenco de cristal lleno de agua. A través de él se podía revelar el futuro de aquellos que se reflejaban en la superficie del mismo. Si se caía era mala suerte. De ahí el origen de que si se rompe un cristal se tienen siete años de mala suerte.

La sal era el valor del Imperio Romano. De ahí la palabra salario, porque con sal pagabas un trabajo. La importancia era tal que, si alguien derramaba un poco de sal, era una catástrofe para él. Para contrarrestar la maldición había que echarse un poco de sal por encima del hombro. Esta superstición ha llegado, como la anterior, hasta nuestros días.

Formas de adivinar el futuro

Para los romanos conocer el futuro y la voluntad de los dioses era de vital importancia. No emprendieron ninguna acción importante sin antes consultar las prácticas adivinatorias. Para adivinar el futuro, utilizaron diferentes técnicas o métodos. Aupicium era una clase de adivinación usando el vuelo de los pájaros. De esta forma rudimentaria de conocer el futuro deriva la palabra augurio, es decir, hablar con los pájaros. Si el pájaro volaba hacia la derecha, el augurio era positivo. A la izquierda negativa. De ahí las palabras derecha e izquierda. Por eso lo siniestro se define como una cosa perversa, traviesa y maliciosa.

Otra forma de adivinación romana era la lectura de las entrañas, especialmente del hígado de los animales sacrificados. Era practicado formalmente por sacerdotes y también por gente común. También tenemos la interpretación de los fenómenos naturales para adivinar el futuro. La mala suerte se combatía con el uso de amuletos. Para combatirla era común el uso de símbolos fálicos. En la antigua Roma se usaba como una joya que servía para alejar el mal de ojo y al mismo tiempo traer buena suerte. La magia se usaba como arma contra los enemigos.

Dibujo de un espejo de bronce muestra a un arúspice que examina el hígado de un animal sacrificado para leer los agüeros

Es muy probable que los romanos usaran lo que conocemos como «filtros de amor». Se preparaban mezclando elementos puros e impuros. Incluso utilizaron órganos de niños sacrificados. El propósito, por supuesto, era romper el rechazo del amor. Los ungüentos no siempre funcionaban. Si fallaban, había otra forma de conseguir el amor o, al menos, de conseguir la atención del amado. El tema se centraba en dos estatuas pequeñas. Una era de cera y la otra de barro. Ambas eran arrojadas al fuego. La primera figura, la de cera, representaba al derretirse el corazón de la persona deseada, mientras que la segundo cuando se endurecía, por efecto de fuego, simbolizaba el corazón despreciado.

Se combatía a los lémures o almas malvadas, en un rito especial, los días 9, 11 y 13 de mayo. A la medianoche se lavaba las manos y arrojaba frijoles negros detrás de él para saciar su hambre y calmarlas. Eran los días previos al 15 de mayo. Es decir, el día del idus de mayo o Mercurio. El 15 de marzo, mayo, julio y octubre fueron días de buenos augurios. El resto de los meses era el día 13. Otros malos espíritus para los romanos eran las larvas, las almas de los malhechores y los trágicamente difuntos. Estos se dedicaban a atacar a las personas, pudiendo enloquecerlas o poseerlas. Se usaron hechizos para combatirlos y usaron pociones para contrarrestar el poder de la larva.

Era tal su superstición que, en sus hogares, tenían un altar con una serie de textos mágicos para uso doméstico

El matrimonio religioso, conocido como confarreación, consistía en ofrecer un sacrificio untando farro sobre la víctima y luego comiendo los esposos una torta de farro. Esta ceremonia estaba presidida por el flamen de Júpiter. Inmediatamente, la esposa vestida de blanco y cubierto su rostro con un velo rojo, era conducida al son de flautas y cantos a la casa del marido, que la hacía trasponer el umbral levantándola en un vil, para simular un éxtasis. Así la separaba de los dioses de su propia familia y la unía a los de su nueva casa.

Cuando el matrimonio tenía un hijo, recibía el apellido del padre. En otras palabras, era reconocido por él una semana después de su nacimiento. Ese día era conocido como el de la purificación. Generalmente era criado y educado por la madre, hasta el momento en que iba a la escuela. Se le colgaba al cuello una bolsa que contenía amuletos contra el mal de ojo y se retenía hasta el día en que dejaba la toga de pretensión para ponerse la varonil. Esta ceremonia de la mayoría edad se verificaba ante el altar de los lares. Esto sucedía cuando el joven tenía 17 años. Aunque oficialmente era declarado mayor de edad, continuaba bajo el poder de su padre.

Los romanos, a lo largo de los años, fueron un pueblo muy supersticioso y condenado a maldecirse a sí mismos para poder refugiarse, conquistar batallas, conseguir el amor anhelado... Era tal su superstición que, en sus hogares, tenían un altar con una serie de textos mágicos para uso doméstico. Hemos heredado parte de los rituales, a través del paganismo o la religión. Todas ella evolucionaron a lo largo de los siglos y se han mantenido vivas en la Edad Media, en el Antiguo Régimen o en tiempos más cercanos.