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Batalla de Las Navas de Tolosa, óleo de Van Halen expuesto en el palacio del Senado (Madrid)

¿Hubo batalla decisiva en la Reconquista?

El triunfo cristiano en la batalla del Salado supuso el cierre del paso por el Estrecho de Gibraltar, cortando las posibilidades de nuevas invasiones, y dejó a Granada aislada del Magreb y abandonada a su suerte

Tradicionalmente, la Batalla de las Navas de Tolosa (1212) ha sido considerada como la victoria decisiva de la Reconquista, y así está habitualmente considerada en la historiografía actual. Las razones esgrimidas son, en general, las siguientes:

  1. Porque el que venciera en esta batalla ganaba la Reconquista.
  2. El intento musulmán de recuperar el terreno perdido quedó definitivamente desarbolado.
  3. Fue el inicio de la decadencia de la ocupación musulmana en la Península Ibérica.
  4. Produjo el desmoronamiento del imperio almohade.

Sin embargo, parece más razonable estimar que en la Reconquista no hubo ninguna batalla decisiva. Las batallas campales no solían tener, como consecuencia, la conquista de grandes extensiones de territorios. Principalmente, porque el vencedor también sufría un severo desgaste, que le hacía muy arriesgado afrontar la invasión de un territorio hostil, defendido por una densa red de fortificaciones, difíciles de expugnar.

La situación anterior se agravaba, si el vencedor era un ejército musulmán, porque además se enfrentaba con una sociedad guerrera. Al contrario, los reinos de la España musulmana prefirieron delegar su defensa en ejércitos mercenarios foráneos y en los grandes imperios bereberes, lo que contribuyó a disminuir sus capacidades y espíritu de lucha.

Victoria musulmana

Los resultados de las grandes batallas de la Reconquista constatan la valoración anterior. Por ejemplo, la batalla de Alhándega o del Foso (939 d.C.) donde fue derrotado el califa cordobés Abderrahmán III por el Rey de León Ramiro II. Permitió que la expansión cristiana rebasase el río Duero; sin embargo, el Califato de Córdoba conservó todas sus capacidades y, no impidió que, poco después, Almanzor atacara Barcelona (985), Santiago de Compostela, corazón del reino de León (997) y Pamplona (999). Estas expediciones aseguraron las fronteras califales, pero no supusieron una expansión del territorio musulmana, seguramente por no poder repoblarlo.

Otro ejemplo sería la batalla de Zalaca o de Sagrajas (1086), a las puertas de Badajoz y dentro de territorio musulmán. Acabó con la derrota del Rey Alfonso VI, por el emir de los almorávides. Pero, este optó, prudentemente, por regresar al Magreb ante el desgaste sufrido en el encuentro y sin que se produjeran cambios significativos en las fronteras.

La Reconquista no fue una guerra de batallas campales, sino de desgaste económico

Cuando los almorávides volvieron a vencer en la batalla de Uclés (1108) al ejército cristiano que acudió en socorro del asediado castillo de Uclés, la derrota supuso la pérdida de esta plaza y de algunos territorios, hasta el río Tajo, a favor de los invasores africanos. No obstante, los almorávides fracasaron en sus intentos para recuperar Toledo, entre los años 1109 y 1115.

La batalla de Alarcos (1195) entre el Rey castellano, Alfonso VIII y los almohades, al mando de su emir Yusuf II, fue otra derrota campal castellana, pero los vencedores solo consiguieron recuperar media docena de castillos fronterizos y retrasar 17 años el avance cristiano hacia el sur.

¿Cuál fue la batalla decisiva?

La batalla de las Navas de Tolosa, merece mención aparte, aunque, como las anteriores, tampoco fue decisiva, porque el avance territorial fue mínimo y no fue la causa principal del derrumbamiento del Imperio almohade sino, como el almorávide, cayó por las tensiones internas y la rebelión de los benimerines, en el Magreb. Además, la Reconquista duró casi tres siglos más.

Solamente, la batalla de Guadalete (711), en la primera invasión musulmana de la Península y, por tanto, anterior al inicio de la Reconquista, fue una batalla decisiva. La victoria árabe dejó expedito el paso por el estratégico Estrecho de Gibraltar y produjo el colapso del estado visigodo, sobrepuesto a la sociedad hispanorromana homogénea, pero no guerrera.

El reverso de la batalla de Guadalete puede ser la del Salado (1340), la última de las grandes batallas campales de la Reconquista. Enfrentó a los benimerines invasores, aliados del reino nazarí de Granada, contra un ejército castellano, coaligado con Portugal. El triunfo cristiano supuso el cierre del paso por el Estrecho de Gibraltar, cortando las posibilidades de nuevas invasiones, y dejó definitivamente a Granada, el último reino musulmán en España, aislado del Magreb y totalmente abandonado a su suerte.

Arrancaré uno a uno los granos de esa GranadaIsabel la Católica

El reino de Granada todavía sobreviviría 150 años más, porque estuvo asentado en un reducto geográfico, y, sobre todo, por las discordias internas, y guerras civiles, entre los cristianos peninsulares. La Reconquista no fue una guerra de batallas campales, sino de desgaste económico, con expediciones para corroer al enemigo, mediante talas sistemáticas («cortar los panes»), hacer inviables sus poblaciones fronterizas, y repoblarlas con gente propia. Estas repoblaciones, de vida abnegada y azarosa, fueron fundamentales para la Reconquista.

La Reina Isabel la Católica, en el año 1484, definió muy bien la guerra que le iba hacer al reino nazarí de Granada: «Arrancaré uno a uno los granos de esa Granada». Esta forma de guerra es aplicable a toda la Reconquista.