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Felipe II presenciando un auto de fe, óleo de Domingo ValdiviesoGTRES

Los espías de Felipe II: Juan Velázquez de Velasco, el primer agente secreto

Este fue el primero en asumir la centralización de la información secreta y controlar a los espías, en 1598 desarrolla tareas de inteligencia tras ser nombrado «Coordinador de las inteligencias secretas de la Corona»

Juan Velázquez de Velasco fue el primer espía mayor de la Corte y superintendente general de las inteligencias secretas, general de la provincia de Guipúzcoa, comendador de Peña Ausende y castellano de Fuenterrabía. Dedicó su vida a la defensa de los intereses de la Monarquía Católica desde la milicia, participando en numerosas campañas y puestos de mando. Así, fue capitán de Infantería de Nápoles y pasó con mil hombres a La Goleta, donde estuvo siete años hasta que Juan de Austria lo reclutó para la batalla de Lepanto, donde fue herido. Intervino en la guerra de Portugal y en 1589 fue nombrado capitán general de Guipúzcoa y alcaide de Fuenterrabía, hasta 1599, donde vigilaba a los hugonotes durante las guerras de religión y creaba redes de espías en Francia.

Siendo el primero en asumir la centralización de la información secreta y controlar a los espías, en 1598 desarrolla tareas de inteligencia tras ser nombrado «Coordinador de las inteligencias secretas de la Corona». Fue la concreción oficial de algo que venía existiendo desde los últimos tiempos de Felipe II. De hecho, Carlos Carnicer y Javier Marcos señalan que una prueba de la existencia del cargo de espía mayor –al menos en lo que a sus funciones se refiere– es que el 9 de noviembre de 1598, pocos días después de la muerte de Felipe II, Juan Velázquez recibió avisos de Indias, Francia e Inglaterra, dato que pone de manifiesto la existencia de ese afán centralizador –al margen del secretario de Estado– en materia de espionaje.

Su labor junto a los secretarios de Estado y de Guerra fue imprescindible para construir el sistema de inteligencia

Su biografía se reconstruye con los datos biográficos extraídos del ingreso de su nieto en la Orden de Santiago, enriquecidos por los que se desprenden de la consulta de los legajos conservados en el Archivo General de Simancas. Por ellos se conoce que su actividad como espía mayor de la Corte, desde 1599, fue agradecida por el rey Felipe III, por su gran clarividencia, coordinando los recursos humanos y materiales del espionaje al servicio de España. Velázquez realizó una labor de coordinación universal de todos los agentes, espías y confidentes desplegados por los teatros de operaciones de la Monarquía. Su labor junto a los secretarios de Estado y de Guerra fue imprescindible para construir el sistema de inteligencia durante la primera mitad del siglo XVII. Sin embargo, el cargo de superintendente general de las inteligencias secretas no se prolongó más allá de 1640 o 1645. Casado con Juana Venero, tuvieron como hijo a Andrés que sucedería a su padre en el cargo de espía mayor.

Un sistema de espionaje

En los últimos años del siglo XVI, cuando aún no existía el cargo, Juan Velázquez estaba centrado en consolidar una estructura de espionaje activa, construyendo el entramado de las redes de inteligencia, algo que nunca se había realizado de forma continua y coordinada.

A comienzos de 1599, Velázquez escribió al Rey sobre la necesidad de que los espías estuvieran bajo su control y de que la información obtenida se centralizara para analizarla y, posteriormente, para preparar informes dirigidos al rey y a los Consejos de Estado y de Guerra. Al final de su memorial, Velázquez recordaba:

«Esto es lo que se me ofrece sustancial para servir a Vuestra Majestad en el negocio de más importancia que hay en su real servicio, pues todas las acciones de sus Consejos de Vuestra Majestad dependen de saber lo que hacen nuestros enemigos».

Velázquez vigilaba las comunicaciones entre Aragón y la vecina región del Béarn, muy revuelta por los manejos del traidor Antonio Pérez, quien pretendía el apoyo de París para sublevar a los moriscos rebeldes aragoneses y a los luteranos navarros para provocar una guerra civil en España.

Antonio Pérez liberado de la prisión en 1591, de Manuel Ferrán, 1864. (Museo del Prado, Madrid)

A finales del siglo XVI, Juan Velázquez había conseguido reunir una considerable cantidad de espías desplegados en Inglaterra, Holanda y Francia: diplomáticos, marinos, militares, religiosos y otros muchos que de forma permanente o esporádica informaban a cambio de dinero. Sus espías residían como «agentes durmientes» en ciudades como Londres, Lyon y Bruselas, reclutaban confidentes y arriesgaban sus vidas en servicio de la Monarquía Católica. Velázquez contrastaba la veracidad de la fuente por otras vías complementarias.

También vigiló a los agentes extranjeros que operaban dentro del Imperio hispano. Estas misiones de contraespionaje se complicaban por la con que los extranjeros entraban en el servicio doméstico de ministros y hombres notables. Como el retraso en el pago a los espías era frecuente, Velázquez solicitó a Felipe III poder administrar el dinero dedicado al espionaje, rindiendo cuentas semestralmente.

Velázquez también tuvo fracasos. Cuando planeaban incendiar Bayona, en junio de 1595, para aprovechar la confusión y desembarcar tropas españolas, el plan fue descubierto y los agentes fueron torturados y ejecutados.

A pesar de la centralización de Velázquez, la enorme extensión del Imperio donde no se ponía el sol, facilitó que los agentes a sueldo de las embajadas, de los virreyes, de los gobernadores o de los capitanes generales continuaran operando de forma autónoma. Los informes que llegaban a la corte, por diferentes vías y fuentes, eran discutidos y el criterio del espía mayor se sometía al de los validos, de los Consejos de Estado y de Guerra y, por encima de todos, la opinión del Rey.