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La familia real portuguesa: D. Amélia Augusta , D. Pedro IV y D. Maria da Glória

Un triunfo español: la intervención militar en el Portugal de 1847

Desde el punto de vista de los intereses españoles, la intervención de 1847 en Portugal supuso el inicio de una política internacional propia, tras la disolución de la Cuádruple Alianza al año siguiente

Los liberales portugueses, tras triunfar sobre sus enemigos, los defensores del Antiguo Régimen en la guerra civil de 1832 a 1834, se dividieron en dos partidos, al igual que sus homólogos españoles. Si esa división en España había originado dos grandes partidos –los moderados y los progresistas–, en Portugal los liberales se escindieron en cartistas y vintistas. Para los cartistas, la Corona tenía un poder propio, legitimado por su función moderadora, por la cual otorgaba la constitución, cuyo modelo más viable era la Carta de 1826 concedida por Pedro IV. En cambio, para los vintistas, la soberanía nacional era el eje del sistema político, por lo que el Gobierno dependía, fundamentalmente, del apoyo del parlamento, lo cual implicaba un aumento de la capacidad electiva de la nación.

En mayo de 1846, las luchas entre los partidos lusos cristalizaron en la llamada insurrección vintista del Minho y en una sublevación progresista en tierras gallegas. La posterior libertad de movimientos y apoyo a los progresistas españoles exiliados en Portugal y una sublevación miguelista en las provincias de Minho y Tras-os-Montes en el verano de ese mismo año, motivaron la aproximación de tropas españolas a la frontera, con la consiguiente protesta británica, temerosa de una invasión a su tradicional aliado.

Itinerario de la campaña española en Portugal 1847

El 6 de octubre, la Reina María II nombró presidente del gobierno al marqués de Saldanha. La prensa vintista juzgó el cambio como una imposición del político portugués a una Reina «violentada», término con cual se pretendió salvaguardar la imagen de la Corona. Se suspendieron las garantías individuales, la nueva ley electoral y la libertad de prensa, licenciándose los cuerpos de la Guardia Nacional, creados desde finales de junio. La oposición interpretó el cambio como un auténtico golpe de Estado, alzando armas en Oporto. El levantamiento y formación de juntas revolucionarias se extendió, solicitando el nombramiento de un nuevo gobierno para evitar otra guerra civil. Saldanha solicitó el apoyo de España en virtud del tratado de la Cuádruple Alianza, al entender que peligraba el trono de María II. Este pacto, –firmado en 1834 por las dos potencias ibéricas más Francia y Gran Bretaña– había sido una alianza militar fundamental para el definitivo asentamiento del liberalismo en la Península Ibérica. Ante los consejos del embajador español en Lisboa, finalmente limitó su petición a una aproximación de tropas a la frontera. Dicha maniobra no agradó al Reino Unido, ya que su flota ayudaba, de forma no oficial, a los revolucionarios de Oporto.

La primera intervención militar en el exterior

El general Concha, marqués del Duero

Los moderados españoles deseaban la pacificación de Portugal para evitar que el triunfo de los vintistas provocara su desalojo del poder y la victoria de sus rivales, los progresistas. De esa manera, el 7 de marzo de 1847 el Gobierno nombró general en jefe del cuerpo de observación de Portugal a Manuel Gutiérrez de la Concha. A finales de mayo se firmó el protocolo hispano-luso, acordándose la entrada de 10.000 a 14.000 soldados de todas las armas en Portugal, cuyo comandante general se pondría a las órdenes de Lisboa. Saldanha se comprometió a afrontar el gasto de las tropas auxiliares entre el estado de paz y de guerra y otros costes derivados de esta situación. Y mientras se esperaba una prometida amnistía de la Reina, Madrid ordenó al general Concha que estuviera listo para marchar hacia Oporto, aunque se había producido un momentáneo cese de hostilidades entre los dos bandos.

A principios del mes de junio se produjo la intervención militar española, entrando desde varios puntos en la frontera, evitando toda represión y malestar con la población portuguesa. Concha decidió dirigir sus fuerzas rápidamente hacia Oporto, donde logró situarse, evitando el bombardeo a la ciudad –que hubiera generado numerosas víctimas– y mediando, junto a otros políticos y diplomáticos, para una pacífica resolución del conflicto. De esa manera, pensaba evitar inútiles derramamientos de sangre. El 30 de junio de 1847 todas las partes implicadas, con el arbitraje de España, Francia y Gran Bretaña, firmaron el Convenio de Gramido, que selló la paz.

Isabel II y su Gobierno, satisfechos de la hábil gestión del general Manuel Gutiérrez de la Concha, le concedieron el título de marqués del Duero con Grandeza de España de primera clase. Desde el punto de vista de los intereses españoles, la intervención de 1847 en Portugal supuso el inicio de una política internacional propia, tras la disolución de la Cuádruple Alianza al año siguiente. El Partido Moderado intentó afianzar la paz en el vecino reino, de la que dependía la propia tranquilidad de España. Alineándose con las potencias occidentales y liberales –Gran Bretaña y Francia–, Madrid aceptó protagonizar la primera intervención militar en el exterior del reinado de Isabel II, anticipando la que tendría lugar poco después en los Estados Pontificios, para restablecer el solio de Pío IX. La diplomacia hispana obtuvo un papel de primer orden en la resolución de la cuestión lusa y, en ella, la actuación de Manuel Gutiérrez de la Concha fue considerada muy positiva para la imagen de España.