El arrogante modo de entender el combate de Méndez Núñez en Filipinas
El marino gallego protagonizó un episodio singular, novelesco y de gran audacia que demostró su carácter valiente y combativo
Durante el siglo XIX, tras la pérdida del imperio americano que quedó reducido a Cuba y Puerto Rico como toda posesión ultramarina a la que sumar Filipinas y Fernando Poo, los marinos de guerra españoles estaban obligados a pasar parte de su vida militar en estos territorios. Sus hojas de servicio están llenas de referencias a estancias, mando de buques y combates en las costas y puertos del resto del gran imperio.
Uno de los más importantes marinos del ese siglo fue Casto Méndez Núñez. Nacido en Vigo el 1 de julio de 1824, ingresó como guardiamarina de la Armada en 1839 y al año siguiente embarcaba en el Nervión, bergantín recién adquirido en Bayona (Francia) con el que acudió a Guinea en la importante expedición de Juan José de Lerena que puso las bases de la colonización definitiva de Fernando Poo.
Este marino ha pasado a la historia por su participación en la batalla de El Callao, en la absurda guerra de España contra Chile y Perú apoyados por Bolivia y Ecuador en 1865 y 1866. Un conflicto diplomático mal llevado unido a un fuerte sentimiento de territorio perdido, deudas impagadas, de honor mancillado y hostilidad contra España en las nuevas repúblicas. La historia es larga y caben muchas interpretaciones. Méndez Núñez, que había acudido al mando de la fragata blindada Numancia, fue el artífice del bombardeo de El Callao y de la frase «más vale honra sin buques que buques sin honra».
Pero antes de esa aventura, Méndez Núñez estuvo demostrando su arrogante modo de entender el combate en Filipinas.
En junio de 1857, embarcado en la corbeta Narváez, llegó a Manila. Va a permanecer en Filipinas varios años mandando buques que patrullaban las costas del archipiélago y participando en varias acciones de guerra. El 26 de agosto de 1860, al mando del vapor de ruedas Jorge Juan, que navegaba por Visayas, avistó a cinco bajeles piratas y, a pesar de la desproporción de fuerzas, ordenó el ataque contra ellos, los tomó al abordaje y rindió los supervivientes. Regresó a Cavite con la presa fruto del combate. Al año siguiente ascendió a capitán de fragata y obtuvo el mando de la goleta Constancia y de la flotilla que costeaba el sur de Visayas. La misión de estas flotas era el combate a los piratas que abundaban en la región, al amparo de la multitud de islas que ofrecían abrigos escondidos. La constante vigilancia de las islas procuraba entorpecer la actividad filibustera a la vez que daba un conocimiento geográfico más profundo. El archipiélago de Visayas o Bisayas está compuesto por cinco grandes islas y otras más pequeñas y se encuentra entre Luzón y Mindanao en la parte central del país.
Es aquí donde Méndez Núñez protagonizó un episodio singular, novelesco y de gran audacia que demuestra el carácter valiente y combativo del marino gallego. Los piratas musulmanes de Mindanao se habían atrincherado en las márgenes del Gran Río. Habían construido una cota o fuerte que parecía inexpugnable, con muros de siete metros de altura y seis de espesor, rodeado de empalizada, con foso de quince metros de ancho y dotado de potente artillería. Se alzaba en un recodo en la orilla y le dieron el nombre de Pagalugan. Mandaba el lugar el sultán de Buayán que permitía que los piratas atacaran a la población local y que dispararan contra los barcos españoles que se encontraban en la navegación. Esa actitud rebelde al poder colonial no era admisible para las autoridades españolas.
«La Marina no se retira»
Se ideó una operación con fuerzas de tierra y mar para someterlo. Por tierra atacaría el general Ferrater, jefe del Estado Mayor de la Capitanía General, y por mar Méndez Núñez con una flotilla compuesta dos goletas, cuatro cañoneros y tres transportes con las tropas de tierra. El 15 de noviembre de 1861 partía la expedición de Cotabato y pronto se pusieron a la vista del fuerte. El primer intento de desembarco se abortó al llegar a terreno pantanoso poco propicio para el ataque. El segundo se produjo al día siguiente, dirigido por Pascual Cervera y José Malcampo. Asegurado el lugar, se inició el fuego desde las goletas y se intentó el asalto. Las tropas de tierra fueron recibidas con fuego nutrido que les ocasionó numerosas bajas, cedieron terreno y se decidió la retirada. El marino gallego, con vehemencia de héroe, gritó «la Marina no se retira». Según Agustín R. Rodríguez esta frase figurará siempre entre las mayores demostraciones de liderazgo, de pericia y de firmeza. Ordenó que la Constancia se pusiera a toda máquina, embistió contra el saliente del parapeto del fuerte metiendo el botalón en la empalizada, y usando el bauprés como puente de fortuna para introducirse en la defensa pirata. La lucha fue dura porque los piratas se defendieron bien. Malcampo cayó herido y Cervera tomó el mando para el asalto final jugándose la vida que no perdió gracias a la intervención del marinero Sebastián Llanos. Hubo bajas numerosas por ambas partes pero la derrota de los defensores fue total y se rindieron sin concesiones. Méndez Núñez, ascendió a capitán de navío, regresó a Cádiz en julio de 1862. En diciembre llegaba a La Habana al mando del vapor Isabel II.
Méndez Núñez se había perdido las expediciones a Conchinchina, Méjico y la guerra de África. La situación de la política española no le agradaba, la seguía con preocupación. Pero siguió dedicado a su profesión militar. Obedeciendo órdenes, en 1863 estuvo destinado a bloquear Puerto Cabello en Venezuela e, inmediatamente después, acudió a sofocar la rebelión de Puerto Plata en Santo Domingo que en esos momentos estaba otra vez bajo bandera española. Luego vendría lo de Perú.