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Caballera de Berenice o Coma Berenice en el globo celeste de Mercator, de 1551

La historia de amor de un faraón egipcio, una reina de Cirene y el nacimiento de una constelación

La Reina Berenice se plantó en el templo de Afrodita y le rezó a la diosa de la belleza y el amor. Si su esposo regresaba con vida cortaría su preciosa cabellera y se la ofrecerá en agradecimiento

Al norte de Virgo y al este de Leo existe una constelación llamada Cabellera de Berenice. Se trata de un cúmulo, bastante extenso, de unas cuarenta estrellas. La más brillante es Beta Comae Berenices, una enana amarilla poco mayor que nuestro sol, situada a menos de 30 años luz, a la que, de momento, no se le han descubierto exoplanetas, aunque no por ello deja de ser una de las estrellas más interesantes de nuestra vecindad y eso que la constelación, en su conjunto, no es especialmente vistosa o, al menos, no en el sentido de la Osa Mayor y otras más conocidas, sin embargo, la historia del origen de su nombre es sorprendente. Para descubrir esta historia deberemos viajar al Egipto de los últimos faraones.

Matrimonio concertado

Ptolomeo III Evergetes fue el tercer faraón de la dinastía ptolemaica, su abuelo Ptolomeo había sido uno de los diádocos o generales de Alejandro Magno, que a su muerte se repartieron su Imperio. Evergetes, benefactor en griego, se había casado con la Reina de Cirene, Berenice II. Cirene, situada en la actual Libia, era una de las importantes ciudades helenas de la época, por lo que existían muchas razones políticas que justificaban el matrimonio al poder unir, de esta manera, Egipto y Cirene. Sin embargo y pese a ser un matrimonio de conveniencias, nada más conocerse sintieron un profundo afecto mutuo. Él era 13 años mayor, lo que para este tipo de matrimonios era considerado, en la época, una diferencia de edad pequeña. Por otro lado, era un joven erudito, que tendría un importante papel como mecenas de artistas y científicos. Así, fue protector, entre otros, de Eratóstenes de Cirene, director de la biblioteca de Alejandría y uno de los grandes sabios de su época, a quien debemos, entre otras cosas, la primera medición de la circunferencia terrestre que calculó, en el siglo III a. C., con bastante acierto.

Ptolomeo también era un valiente militar que no dudaba en ponerse a la cabeza de sus tropas en las campañas en las que se vio involucrado. Por su parte y al igual que su marido, la Reina era de origen macedonio. Conocemos sus rasgos por ser la primera soberana egipcia que ordenó acuñar monedas con su perfil, además de poemas que la inmortalizaron, como el de Calímaco de Cirene, por todo lo cual adivinamos una mujer de un muy bello rostro, de tez pálida, ojos claros y una larguísima cabellera rubia. Muy posiblemente una apariencia muy similar a la que tendría una de sus descendientes directas más famosas, (eso sí, seis generaciones posteriores), Cleopatra, de origen helénico, como ella, por lo que no hay que fiarse mucho de las películas que la retraten como una mujer de pelo color azabache y piel oscura.

Moneda de Berenice IIClassical Numismatic Group

Vengar la muerte de su hermana y sobrino

Pero volvamos a Ptolomeo y a algunos de sus líos familiares. Otro de los diádocos de Alejandro Magno, Seleuco, fue el fundador del denominado imperio seléucida en Oriente Medio. Uno de sus sucesores, contemporáneo a Evergetes, fue Antíoco II que, a su vez, se había casado con otra Berenice, hermana de Ptolomeo III, tras repudiar a su primera esposa, Laodice I. Berenice Sira tuvo un hijo al que Antíoco nombró heredero desplazando a su primogénito Seleuco. La resentida Laodice consiguió envenenar a Antíoco II y posteriormente, con la ayuda de su hijo, hizo matar a Berenice Sira, a su hijo y a todo el séquito egipcio de la Reina.

Cuando estas noticias llegaron a la corte de Ptolomeo en Alejandría, el faraón reunió a su ejército y partió hacia territorio seléucida para vengar la muerte de su hermana y su sobrino. Fue una campaña larga contra una de las grandes potencias de la época, por lo que a su enamorada esposa le invadió la angustia. Deambulaba sin rumbo fijo por los salones del palacio dando giros bruscos que hacían levitar su larga cabellera. Preguntaba a cada rato por la llegada de mensajeros, pero las rutas eran largas, los mensajes escasos y parcos. La guerra era dura e incierta. La propia vida del joven faraón estaba en peligro.

Si su esposo regresaba con vida cortaría su preciosa cabellera y se la ofrecerá en agradecimiento

Ante la desesperanza y el temor, Berenice buscó consuelo en sus deidades. Se plantó en el templo de Afrodita y le rezó a la diosa de la belleza y el amor. Si su esposo regresaba con vida cortaría su preciosa cabellera y se la ofrecerá en agradecimiento.

Mientras tanto Ptolomeo III guerreaba contra el nuevo monarca, Seleuco II, a quien consigue derrotar en tierras sirias y persigue hasta Babilonia. Sin embargo, algunos disturbios ante el vacío de poder dejado en Egipto reclamaron su regreso, no sin antes saquear a conciencia el Imperio seléucida.

Afrodita, conmovida por la ofrenda, la había aceptado y llevado al cielo, en donde la cabellera se había convertido en estrellas

El faraón regresó victorioso y la Reina de Cirene abrazó a su héroe mientras derramaba algunas lagrimas fruto de la angustia acumulada y la felicidad. Esa misma noche cumplió su promesa y colocó personalmente su larga cabellera en el altar de Afrodita. Con el alba las sacerdotisas de Afrodita acudieron asustadas a palacio. La cabellera de la reina había desaparecido misteriosamente. Ni los guardas del templo ni las propias sacerdotisas vieron entrar a ningún ladrón. Simplemente se había desvanecido. Ptolomeo y Berenice entraron en cólera. El más simbólico atributo de la Reina, aquel que hacía resaltar singularmente su belleza, ¿cómo podía llegar a evaporarse de esa manera?

Imagen de las constelaciones de Bootes y la Caballera de Berenice (Coma Berenices)

Alguno de sus consejeros acusó a los sacerdotes del templo de Seraphis, molestos porque Berenice hubiese acudido a una deidad griega en vez de una egipcia, pero nadie pudo probarlo.

Se dice que entonces, al llegar la noche, apareció en palacio el sabio sacerdote y astrónomo Conón de Samos y éste les explicó a los soberanos que Afrodita, conmovida por la ofrenda, la había aceptado y llevado al cielo, en donde la cabellera se había convertido en estrellas. Elevó un dedo enjuto y arrugado, indicándoles la nueva constelación que había surgido en el firmamento: la cabellera de Berenice.