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Un puerto en la isla de Cabrera, en las Islas BalearesWikimedia Commons

La isla de Cabrera, el primer campo de concentración de la historia

Durante los años que estuvo en funcionamiento aquel primer campo de concentración de la historia, por él pasaron 11.286 soldados

A finales de 1807 Napoleón quiso invadir Portugal. El tratado de Fontainebleau articulaba que Francia y España irían juntos y se partirían el territorio portugués. Napoleón traicionó a Godoy, Carlos IV y al futuro Fernando VI. En junio de 1808 el general Dupont se dirigió a Bailén. Su intención era conquistarla. Dupont estaba al mando de 21.000 soldados, mientras que los españoles, a las órdenes del general Castaño, eran 27.000 soldados.

El 22 de julio de 1808 se firmaron las Capitulaciones de Andújar, tras perder los franceses la guerra. De los 18.000 prisioneros, España –con la ayuda de Inglaterra– logró transportar hasta Francia, en barco, a unos 4.000, entre ellos al general Dupont. Ahora bien, ¿qué pasó con los 14.000 restantes? Estos sufrieron una odisea. De ellos 4.000 fueron llevados a las islas Canarias. Los otros fueron embarcados, en 16 navíos fondeados en el puerto de Cádiz, rumbo desconocido en abril de 1809. ¿Cuál? Después de varios días de viaje y, ante la prohibición de desembarcar en Mallorca, los barcos atracaron en la isla de Cabrera.

El primer campo de concentración

En aquella época, como ahora, Cabrera era una pequeña isla –16 km²– y sin posibilidades de encontrar alimento, por su árida orografía. Ahí desembarcaron los primeros 5.000 soldados franceses. Decimos los primeros porque, durante los años que estuvo en funcionamiento aquel primer campo de concentración de la historia, pasaron 11.286 soldados. La situación ahí era tan precaria que no existía ningún edificio destinado a ser prisión, pero tampoco para que se cobijaran. Cabrera, toda la isla, se convirtió en una gran prisión, porque de ahí no se podía huir.

Aquellas condiciones paupérrimas e inhumanas hicieron que se perdiera cualquier brote de humanidad

Podemos decir que los soldados franceses fueron abandonados a su suerte. Alimentarlos era complicado. Desde Mallorca zarpaba, cada cuatro días, cargado de víveres un barco para que se alimentaran. Esta era la teoría. La práctica era muy diferente. A pesar de haber contratado a una empresa para que realizara este trayecto, no siempre conseguían dejar los víveres en Cabrera. Es decir, lo de cuatro días se convirtió en una utopía. ¿Por qué? Motivos logísticos o el mal tiempo lo impedía. Con lo cual, aquellos hombres, al acabar los víveres se tenían que buscar la vida. En aquella isla convivían, en un número no muy elevado, lagartijas, cabras y conejos. No hace falta decir que la fauna y parte de la flora de Cabrera desapareció en poco tiempo.

Grabado de la época que plasma las condiciones de los prisioneros en la Isla

A todo esto debemos añadir que la empresa encargada del suministro, por razones no demasiado claras, decidió romper el contrato. En parte por la presión de altos mandos franceses que se quejaban sobre lo que estaba ocurriendo. Por lo cual, para no tener problemas, decidieron acabar con todo aquello. Aunque las autoridades se dieron prisa en encontrar otra empresa, no fue fácil. Cuando se restableció el suministro las cosas en Cabrera se habían complicado mucho. Gran parte de los soldados franceses habían muerto de inanición. Aquellos que no murieron protagonizaron escenas de canibalismo, coprofobia y sadismo. La desesperación y el hambre los convirtió en bestias salvajes. Aquellas condiciones paupérrimas e inhumanas hicieron que se perdiera cualquier brote de humanidad.

Un brote de humanidad

A pesar de todo lo que hemos descrito, el 18 de julio de 1809 llegó a la isla el sacerdote Damián Estelrich. Éste comentó que aquellos hombres, a pesar de las penurias, habían sido capaces de organizar la vida y un sistema social con un consejo de notables, la impartición de justicia, la promulgación de normas que disciplinaban materias tan cruciales como la caza y la pesca, la creación de un hospital, la posesión y plantación de semillas, la construcción de un lugar donde se celebraban veladas teatrales, o trazar calles con nombres parisinos como la del Paláis Royal.

Algunos de los que sobrevivieron decidieron escribir su testimonio sobre lo visto durante aquellos años. En ellos describen la visión de miles de hombres desnudos o andrajosos, enfermos o dementes, sometidos por el hambre, la sed y el hastío; y experiencias como que «el escorbuto y la disentería eran las enfermedades reinantes, el consumo de carne salada, la privación de agua, la falta de limpieza, fueron las causas que más habían contribuido a desarrollar estas enfermedades. No hubo más que un pequeño número de estos infortunados que pudieron recuperar la salud; todos los demás sucumbieron prontamente».

Si ellos fueron crueles enemigos con las armas, no debemos usar la represalia a sangre fría con el tormento más atroz

En el 1813 el Diario de Palma de Mallorca publicaba que «la humanidad clama, se horroriza. Estremece al corazón, más duro ver abandonados tres mil o más hombres en una isla desierta e inhabitada, a la intemperie, a la desnudez y hasta al hambre. Si ellos fueron crueles enemigos con las armas, no debemos usar la represalia a sangre fría con el tormento más atroz».

El 17 de abril de 1814 terminaba la guerra de la Independencia. Los hombres abandonados a su suerte en aquel campo de concentración, que es en lo que se convirtió la isla de Cabrera, fueron puestos en libertad el mes de mayo de 1814. Todos ellos fueron embarcados y llevados al puerto de Marsella. Muchos de ellos habían pasado cinco años y un mes en aquella atroz isla. Aquellos hombres escuálidos y alguno habiendo perdido la cordura, regresaban a su país, esperando que los acogieran con cariño. Nada de esto sucedió. Aquellos hombres habían perdido una guerra, la de Bailén, y fueron olvidados por el nuevo Gobierno que se había creado después de la caída de Napoleón.

¿Cuántos hombres regresaron a Francia entre el 16 y el 24 de mayo de 1814? De los 11.286 prisioneros del Ejército francés que estuvieron en la isla de Cabrera, desde 1809 a 1814, sólo regresaron 4.250 hombres al puerto de Marsella.

Testimonio del cautiverio y de los padecimientos de los franceses es la inscripción colocada en 1847, en una lápida de granito promovida a iniciativa del príncipe Joinville, hijo de Louis-Philippe, quien, junto a un centenar de caprarienses reunidos en París, en la que figuran las palabras: «A la memoria de los franceses de Cabrera», de la que existe una réplica desde entonces en la isla.