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El príncipe heredero Luis de Baviera (izquierda) con sus padres y su hermano menor, el príncipe Otto en 1860

Dinastías y poder

Los Wittelsbach, la excéntrica dinastía que reinó en Baviera

El demente Luis II, soberano de Baviera entre 1864 y 1886, sólo parecía entenderse con su prima Isabel, la admirada Sissi, también una Wittelsbach y tan desequilibrada como él

Durante más de diez siglos fueron la dinastía que gobernó Baviera. Tenían fama de excéntricos, aunque también de amantes de las artes y mecenas de la cultura. Desde que Baviera se constituyó como Reino en 1806, los Wittelsbach han dado personalidades tan extraordinarias como el perturbado Luis II o la mismísima Sissi, Emperatriz de Austria-Hungría. Unidos por lazos de sangre con la familia real española, entre sus miembros nos encontramos a Luis Fernando de Baviera, el marido de la Infanta Paz de Borbón, quien ejerció la medicina en Múnich durante el convulso periodo de entreguerras. Fuertemente católicos, jamás aceptaron un nazismo cuyo paganismo los llevó a mantenerse alejados de los círculos de poder. Desde que en 1180 Federico Barbarroja entregó Múnich a su vasallo, Otón de Wittelsbach, esta dinastía llevó las riendas del territorio bávaro hasta el final de la Primera Guerra Mundial. Fue ducado y electorado hasta que obtuvieron el reconocimiento de Reino en 1806: con la firma del Tratado de Presburgo, Napoleón quería compensar el apoyo prestado por los Ejércitos bávaros y Maximiliano I fue proclamado Rey.

Sin embargo, a raíz de la derrota francesa en Leipzig, el soberano decidía ahora unirse a los aliados a cambio de garantizar su integridad. Perdió parte de los territorios del Tirol y Salzburgo como consecuencia de las negociaciones del Congreso de Viena, pero Baviera salvaba su soberanía dentro de la «Confederación Germánica». Múnich se convertía en la capital y pronto llegaron las celebraciones del primer Oktoberfest, la popular fiesta cervecera, con la que, en 1810, se conmemoró la boda del heredero y que se ha convertido en uno de los principales atractivos turísticos de la ciudad. Pero aquel matrimonio entre Luis y Teresa de Sajonia no debió de satisfacer al impulsivo Wittelsbach que, rápidamente, entró en amoríos con la bailarina española Lola Montes, mucho más jovial que su anodina esposa.

Los Reyes vivían espaciosamente entre la Residenz, el Palacio Real de la dinastía en el corazón muniqués y Nymphenburg, su residencia de verano y sede de la vida familiar. Luis I se rodeó de artistas, arquitectos y fundó la Universidad, pero se vio forzado a abdicar en 1848, a causa del escándalo suscitado con la cantante. Su hijo, Maximiliano II heredó un Reino incapaz de renunciar a sus orgullosas señas de identidad, defensor de las libertades y del catolicismo frente a la poderosa Prusia. Pero igual que sus antecesores, Maximiliano era conocido por su temperamento melancólico y el padecimiento de trastornos mentales, acrecentados por los vínculos familiares endogámicos. Aunque sin duda, su caso no es comparable a las extravagancias de su hijo Luis II, el de los castillos «Disney», como Neuschwanstein, una joya arquitectónica construida entre oscuros bosques de abetos sobre picos rocosos, que a punto estuvo de hacer saltar por los aires la economía del Reino. Aquello y su obstinada obsesión por Wagner y su identificación, cada día más acusada con Parsifal, el héroe medieval y personaje de la ópera homónima. Rodeado de escenógrafos y artistas, Luis II ha pasado al imaginario general por la película Ludwind, de Visconti, con un magistral –y también perturbado– Helmut Berger en el papel de «Rey Loco».

Una impresión fotocromática de la década de 1890 de Schloss Neuschwanstein

El demente Luis II, soberano de Baviera entre 1864 y 1886, sólo parecía entenderse con su prima Isabel, la admirada Sissi, también una Wittelsbach y tan desequilibrada como él aunque en su caso los trastornos se debiesen a su obsesión por el deporte, los desarreglos alimenticios y un odio visceral hacia su suegra. No olvidemos que el padre de Sissi, el Archiduque Max –miembro de una rama secundaria de la dinastía– tan jovial y festivo como nos mostró Marischka en la trilogía cinematográfica sobre la Emperatriz, coleccionaba momias, era aficionado a las tabernas y, eso sí, impulsaba la música popular bávara. Con tal elenco de complejidades no es de extrañar que el Gobierno, una vez incorporada Baviera al Imperio Federal Alemán impulsado por Bismark a «sangre y fuego», decidiese establecer una regencia ya que Otón I, hermano de Luis II que había terminado sus días ahogado en el lago Starnberg junto a su psiquiatra, era tan desdichado como él.

Baviera consiguió mantener su Ejército y servicio postal, aunque su posición política dentro de Alemania los llevó a participar en la Primera Guerra Mundial. Tras la derrota, la situación en Múnich se volvió complicada. Luis III, hijo del antiguo regente, que había sido proclamado Rey en 1913 –estaba casado con una hermana de María Cristina de Habsburgo (la madre de nuestro Alfonso XIII)– huyó a Liechtenstein. La Monarquía había caído y se proclamó la República. El 7 de abril de 1919, tras el asesinato del presidente socialdemócrata Kurt Eisner, se anunciaba en Baviera la República Socialista de Consejos. Por doquier se hablaba de Revolución.

Tres generaciones de la familia real bávara: el príncipe heredero Rupprecht (izquierda), el duque Alberto (centro) con el duque Franz (derecha)

Entre los Wittelsbach que aún pertenecían en Múnich, se encontraba Luis Fernando de Baviera y su esposa, la infanta española, Paz de Borbón, hija de Isabel II. Luis Fernando era una figura muy querida por sus primos, los soberanos. Hombre cultísimo, talentoso violinista y médico de formación, ejercía la profesión en su piso-clínica de Odeonsplatz. Se les autorizó a seguir viviendo en unos apartamentos en Nymphenburg aunque les retiraron la asignación que mantenían como Príncipes de Baviera.

La rama principal de la dinastía Wittelsbach se mantuvo fuera de Alemania hasta el final de la II Guerra Mundial. Sus miembros, al contrario que otras casas reales, no simpatizaron con el nazismo ni con las corrientes totalitarias que arrasaron Europa a mediados del siglo XX. A día de hoy, el jefe de la Casa Real de Wittelsbach es Francisco Adalberto de Baviera. Bisnieto de Luis III, último Rey de Baviera, vive en un área del Palacio de Nymphenburg y no tiene descendencia directa. La familia constituyó hace varios años la «Wittelsbacher Ausgleichsfonds», una institución que reúne parte del patrimonio histórico de la Casa Wittelsbach, de la cual son usufructuarios. Entre sus propiedades se encuentran algunos palacios y obras de arte, aunque el castillo de Neuschwanstein, la joya de la corona, quedó asignada al Estado de Baviera. La vigente legislación alemana no reconoce los títulos reales.