Disección de los conflictos en la Segunda Guerra Mundial: una Europa enfrentada y la ambición imperialista de Japón
Por lo general se suele reducir la guerra al tema antisemita, pero esto es falso. Es como «tomar el todo por una parte»
No es un tema olvidado, si bien es cierto que la Segunda Guerra Mundial tuvo sus mayores ecos e interés en la Europa de los sesenta y los setenta, para declinar desde los ochenta y los grandes cambios, acontecidos con la caída del muro de Berlín, el teórico final del comunismo. El segundo conflicto mundial sigue siendo uno de los asuntos más complejos, de mayor trascendencia y en tela de juego por las revisiones consecuentes (Tolland, Beevor, Overy).
Naturalmente, hoy todo lo concerniente al nazismo, mal llamado fascismo alemán, y a su creador, Adolfo Hitler, es perverso, no solo malo sino tétrico, y cuantas referencias al mal podamos hacer son susceptibles de aplicarse. Pero no deja de ser objeto de revisión, a pesar de que se divulguen por televisión por temporadas enteras: El oscuro carisma de Adolfo Hitler, Los líderes del nazismo y otros documentales que se repiten, especialmente el tema del Holocausto. Se ha insistido mucho no solo en este aspecto, sino en resaltar que las dictaduras son malas per se, si bien unas más que otras. ¿Se han exagerado los males relacionados con ellas? Se ha sugerido que Franco, Hitler o Mussolini eran amigos, cuando no lo eran. Hace falta enaltecer la democracia que vivimos con sus corrupciones, sus controles, el dominio de los empresarios, falsas verdades, el temor de que la historia se repita... son cuestiones que se muestran baladíes frente a los campos de concentración, el sadismo manipulado, la supuesta indiferencia hacia la vida: curiosamente, ellos, los nazis que exaltaban un concepto vital de superioridad.
Por lo general se suele reducir la guerra al tema antisemita (tema erróneo, pues sería antijudío, ya que antisemita implica también a los árabes como descendientes de Sem y no hablamos jamás de ellos), pero esto es falso, es como «tomar el todo por una parte».
No fue solo una guerra sino varias
La Segunda Guerra Mundial fue una culpa compartida, los alemanes la iniciaron en Europa bajo ciertos consentimientos. Además, no hubo una guerra sino varias que convergieron junto con otros problemas: un enfrentamiento ruso-finlandés, otro ruso-polaco extendido a las repúblicas bálticas, Hitler por su parte planteaba la revancha contra Francia, dentro del viejo marco geopolítico del Rin es decir la secular lucha franco-germana; el otro conflicto, el mayor de todos sería el germano-ruso por temas raciales, geopolíticos e ideológicos, el asunto que trascendería a la guerra con sus graves repercusiones. Ambos contenidos en el Mein Kampf.
Italia, por su parte, también quería un conflicto, el suyo, independientemente del alemán, si bien su debilidad le llevó a recurrir a su aliado. Y desde luego cabe hablar de los otros conflictos que se combinan. El colonial anglo-italiano, el italo-balcánico (no solo italo-griego), en tanto que estos litigios son anteriores a la Segunda guerra Mundial y por supuesto el marco colonial. A esta última dimensión habría que añadir la estrategia oceánica, la guerra marítima, en la que entraría la lucha estadounidense-japonesa, extensión de la guerra del Japón contra occidente, y desde luego el conflicto chino-japonés.
Pues, quien dominase las rutas comerciales, las líneas intercontinentales, incluidas posesiones coloniales, tendría la hegemonía mundial, y en este marco la lucha contra la Gran Bretaña tendría sentido, ya que Inglaterra y la Comonwealth guardaban ese estatus hasta el definitivo relevo por sus primos los Estados Unidos. Hitler en los años anteriores había conseguido la recuperación de los territorios alemanes, de forma legítima, aunque rompiendo la legalidad de Versalles. ¿Cómo fue posible? Muy sencillo: la opinión pública europea estaba dividida en gran parte e incluso abstraída por Hitler, demostrando que los acuerdos de Versalles eran totalmente vergonzosos.
El rencor alemán a los acuerdos de paz
Esa idea de injusticia que recaía sobre los acuerdos de paz y sus autores, estimularon las reivindicaciones de Hitler y de Alemania. Hitler además utilizó el instrumento del plebiscito, con el que obtuvo resultados espectaculares. El nacionalismo era un sentimiento poderoso en un país aún joven como Alemania. De esa manera, inicialmente, no hizo falta amenazar: el Sarre fue anexionado en 1935, el mismo año del servicio militar obligatorio en Gran Bretaña y Alemania o de los acuerdos navales, en 1936 la Renania, las ciudades libres de Eupen, Malmedy de población alemana fueron recuperadas, quedarían pendientes Memel, Posnania, reconstituir La Prusia oriental, la Alta Silesia, Danzig y el tema del corredor polaco Francia y Gran Bretaña no se atrevieron a hacer nada porque sabían que Alemania jugaba aquí con el respaldo de la opinión pública y la nefasta imagen versallesca.
La ambición de Hitler creció ante la debilidad de las democracias
El factor miedo a un conflicto parcial o fronterizo no tenía relevancia colectiva aún. La atmósfera de inseguridad crecería a raíz de la guerra civil española y sobre todo en 1938, año que Giles Macdonogh denominó como El año de las grandes decisiones, en su obra titulada Hitler 1938 (2010). La ambición de Hitler creció ante la debilidad de las democracias. En noviembre de 1937 en la finca del coronel-general Hossbach, en las afueras de Berlín, reunió a los altos jefes de los Estados mayores, para asegurarse la puesta a punto de sus fuerzas armadas en la eventualidad de un conflicto próximo. Pero recibió una contestación negativa.
Las fuerzas alemanas no estarían disponibles, técnicamente, hasta 1945 o 1947. No obstante, se firmaron unos Protocolos con el fin de forzar una mayor disponibilidad. Ese mismo invierno el jefe de la Abehwer, Wihelm Canaris visitaba el frente de Teruel y se entrevistaba con el general Franco, en pleno proceso de reconquista del frente de Aragón, exponiendo los planes de Hitler, para que no interviniese dentro de la euforia de la derrota de un enemigo común y de su futura extrapolación en los asuntos europeos.
La ambición de Hitler
El 12 de marzo de 1938 Hitler planeaba el Anschluss, también con la idea de aplicar el plebiscito, lo que terminó de asegurar con su entrada el día siguiente. Austria fue anexionada gracias a la operación Otto, en medio de una enorme manifestación de aceptación. Una anexión que tuvo su problemática, cuando Hitler quiso llevarla a cabo en 1934. En ese momento, exigió al entonces canciller austriaco, el católico Dollfus, a cambio de la ayuda del NSDAP austriaco que colaboró en abortar la sublevación comunista de febrero de ese año, pero Dollfus se negó a los propósitos del canciller alemán y fue asesinado. Las garantías de Mussolini sobre la prohibición de realizar el Anschluss movilizando sus unidades en el Brennero no evitaron el magnicidio si bien consiguieron retrasar lo inevitable, porque Francia y Gran Bretaña no hicieron nada.
El éxito de la operación fue fulminante y Hitler entró en Viena en olor de multitudes, el 13, según testimonia Caballero Jurado en su Operación Otto (2020). Impulsado por el éxito y con el convencimiento de que nada ni nadie se opondría a su paso puso su vista en los Sudetes la región fronteriza entre Checoslovaquia y el III Reich, que tenía forma de tenaza, con una mayoría de población alemana. Aquí, las exigencias de Hitler fueron atendidas en un ambiente de miedo, porque ya se cernía la atmosfera de guerra en aquel setiembre de 1938. El resultado fue el famoso papel que esgrimió Chamberlain nada más bajar del avión en el aeropuerto de Heston (Londres) el 30 de setiembre. Se había evitado la guerra dejando a Hitler la anexión de los Sudetes. Ahora se expone que no fue un acto de candidez, a pesar de las críticas que hiciera Winston Churchill a Chamberlain, sino ganar tiempo, para rearmarse ante la posibilidad de una agresión casi inmediata. No obstante, se consideró aquel acto (la firma) como un precedente nefasto sin dejar que el presidente checo, Benes, estuviera presente en ningún momento de la gestión de los acuerdos. Hitler en abril de 1939, dio orden de ocupar el resto de Checoslovaquia, incumpliendo los pactos de Múnich.
Checoslovaquia tenía importantes fábricas de armamento, como Skoda, necesarias para los proyectos del mandatario alemán. Por último, quedaba Danzig y la cuestión polaca. La opinión pública atemorizada ante un conflicto cercano hizo objeción de conciencia: «Mourir par Danzig? ¡Non!» Decían los periódicos no solo en Francia. Los obreros comunistas hacían sabotaje en las industrias de armamento. Mientras, Polonia en la seguridad de que sería defendida por sus aliados, permitió que los sectores anti-alemanes lanzaran soflamas patrióticas. «Entraremos en Berlín en pocos días», clamaba la radio polaca. Según expresaba Raymond Cartier en el comienzo de su primer volumen sobre la Segunda Guerra Mundial (1976). Hitler no pensaba que Gran Bretaña le declarase la guerra cuando invadió Polonia, que fue como una apuesta. No pensaba en que la Guerra sería mundial. No se tuvo constancia de ello hasta 1941, cuando entro Japón el 7 el diciembre, sin reparar que para entonces se combatía en casi todos los mares y varios continentes.