Dinastías y poder
La aristocracia taurina de los Ordóñez
Hijos, hermanos, nietos, cuñados… Todos toreros, hasta llegar a emparentar con los Alba. Sin duda los Ordóñez son una pieza de referencia para entender la España del franquismo
Han sido lo más parecido a la realeza en el mundo del toro: el pasado siglo XX, los Ordóñez reinaron en los ruedos. Desde que el 'Niño de la Palma' se convirtió en figura señera de la tauromaquia, su saga ha seguido ganando aplausos en los cosos y generando revuelo en la vida social española. Durante décadas han sido los protagonistas de los semanarios gráficos por sus andanzas amorosas, amistades y relaciones políticas. Hijos, hermanos, nietos, cuñados… Todos toreros, hasta llegar a emparentar con los Alba. Sin duda los Ordóñez son una pieza de referencia para entender la España del franquismo. Un país convertido en plató de Hollywood por el que desfilaba Ava Gardner, Hemingway, Picasso y Orson Welles.
Fue en Ronda, en 1904, donde se inició una estirpe de toreros que marcará toda una era. Cayetano Ordóñez, hijo de zapatero, nació en esta localidad de la serranía malagueña, en una familia de recursos limitados. El afán por prosperar los llevó a La Línea de la Concepción, donde Antonio se vestirá de luces por primera vez para participar en un espectáculo cómico-taurino de aquellos en boga en la España decadente de la Restauración. Sus hermanos también debutaron en las ferias, pero 'El Niño de la Palma' lucía tan buen porte que pronto se hizo un hueco en los carteles de las plazas. Su debut en la Maestranza, el 4 de octubre de 1924, resulto tan arrollador que cortó dos orejas y rabo y tras su alternativa, el 11 de junio de 1925, apadrinado por Juan Belmonte, llegó a la cima del toreo. Era la España de la Dictadura de Primo de Rivera, la que liquidaba el caciquil sistema liberal del turnismo, hacía frente a los graves desórdenes públicos y terminaba con la guerra del Rif que se había convertido en una sangría humana y económica. Ese 'Niño de la Palma' rondeño era ya una figura de renombre, glosada por Rafael Alberti y ensalzada por un joven Hemingway en su novela Fiesta, resultado de la primera estancia del americano en los sanfermines. En un arrebato tan folclórico como patrio, en 1927, se casaba con una cantaora de sangre gitana que había protagonizado la película La reina mora. Se llamaba Consuelo Araujo de los Reyes, aunque artísticamente era conocida como «Consuelo de los Reyes». De este matrimonio nacería en 1932, Antonio Ordóñez. Era el tercero de sus hijos.
Sus hermanos también fueron matadores, pero Antonio estaba llamado a convertirse en una primera figura en rivalidad, muy sonada, con su cuñado Dominguín. Así lo relatará de nuevo Hemingway en su Verano Sangriento, de 1959, toda una genialidad periodística, contada por entregas en la revista Life: el relato de un desafío en los ruedos. Antonio, de lidia sobria, severa y clásica, había tomado la alternativa en Las Ventas el 28 de junio de 1951 de la mano de Julio Aparicio.
Poco después, su boda en la Finca «Villa Paz» –que había pertenecido a la Infanta Paz, hija de Isabel II de Borbón, en Saelices, Cuenca– lo elevaba, además, a la categoría de personaje del couché. La novia no era otra que Carmina Dominguín, hermana de Luis Miguel. Entre los invitados, más de mil, como relataban las crónicas de la época, se encontraba el general García-Valiño, protagonista de tantas campañas victoriosas en la Guerra Civil. La vida de los Ordóñez-Dominguín, era, en ese sentido, un poco ecléctica. Sabida era su buena relación con Franco, pero también, su cercanía con representantes de un universo más artístico. Antonio Ordóñez no mantuvo encuentros pasionales como los de su cuñado con Ava Gardner, pero si buena amistad con genios del celuloide como Orson Welles, cuyas cenizas acabarían reposando en «El Recreo de San Cayetano», la finca familiar en plena serranía de Ronda. Lo suyo respondía a algo sociológico; un conservadurismo que actuaba de forma poco tradicional. Como las artistas del régimen, su hija Carmina, la mujer más guapa de España, se hizo de Fuerza Nueva, con camisa azul y boina roja, y fue fotografiada en un mitin de Blas Piñar.
Al comenzar la década de los 70, ya retirado Ordóñez, otra figura, menos señorito, acaparaba la atención de la crítica: se llamaba Paquirri. Hijo de matador frustrado y de orígenes humildes, rudo, aunque atractivo, iba a conquistar a la primogénita del torero. El 16 de febrero de 1973, cuando la descolonización del Sahara y la amenaza de la ETA hacían peligrar los pilares del régimen, se casaban Carmina y Paquirri en la Basílica de San Francisco El Grande. Ella llevaba un tocado de inspiración lituana que marcó la moda. En lugar destacado, se encontraban Carmen Martínez Bordiú y Alfonso de Borbón, quienes apenas unos meses atrás habían protagonizado la «boda del año» con Franco como padrino en El Pardo. El enlace de Carmina fue más hispano; había ministros y artistas, desde el conde de la Unión a Lola Flores y Celia Gámez. La misma imagen armónica que el régimen estaba ofreciendo desde hacía años.
De esta unión nacieron dos hijos, Francisco y Cayetano, ambos matadores de toros y que han continuado la estirpe de los Ordóñez. Entre medias, los divorcios, escándalos, hermanastros díscolos y las exclusivas, han convertido a los herederos de los Ordoñez en objetivo de los platós de televisión. Pero los «Rivera Ordóñez» también han sabido continuar con la tradicional Goyesca de Ronda que inauguró su bisabuelo muchas décadas atrás.