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Representación de la toma de Sfax en 1881

Año 1881: de cómo Francia se apoderó de Túnez utilizando la deuda como arma

Las fronteras de Argelia estarían mejor garantizadas si Francia dominara de alguna manera Túnez y Marruecos, pero sabía que en Túnez se iba a encontrar con las pretensiones de Italia

En 1830 los franceses desembarcaron en Argelia y diez años más tarde ya podían presumir de dominar la parte útil del país y tenerlo sometido a su autoridad. Con eso se despejaba el camino hacia el Sahara. Argelia se convirtió en la joya colonial francesa de la que pensaron que nunca se desprenderían. Pero la ambición de expansión territorial no se frenó. Las fronteras de Argelia estarían mejor garantizadas si Francia dominara de alguna manera Túnez y Marruecos. Esa dominación del Magreb occidental le daría una potencia económica, militar y política muy grande. Sabía que en Túnez se iba a encontrar con las pretensiones de Italia y que en Marruecos le ocurriría lo mismo con España. Pero entonces Francia era mucho más poderosa que sus vecinos, podía imponer su política y lo hizo con pequeñas concesiones: a Italia la compensó con Libia y a España con el Rif. Y su intervención sobre las naciones norteafricanas siempre se sustentaba en dos reivindicaciones: las agresiones a los intereses y personas francesas y la crisis financiera que acababa en el impago de la deuda y sus intereses.

Francia había ideado o resucitado la fórmula del protectorado internacional, la revitalización del Estado vasallo de la antigüedad, para imponer su dominio con menor coste y con una apariencia de aceptación por parte de los dominados. Lo usaron por primera vez en Tahití en 1842 y tuvo éxito en Conchinchina. El protectorado sometía al Estado protegido a la intervención del protector en los asuntos exteriores, financieros y militares. Se hablaba de semisoberanía o soberanía compartida. El Estado sometido seguía teniendo plena personalidad jurídica internacional pero sus posibilidades de acción independientes eran inexistentes. Pero era un sistema que requería menos funcionarios e inversión que la colonia y permitía cierto grado de administración a las élites locales.

Francia había puesto sus ojos sobre Túnez y fue ampliando su influencia mediante la cooperación económica y militar, la eliminación de trabas al comercio, la emigración de ciudadanos europeos, etc. La finalización de la Guerra de Crimea en 1856 había demostrado que el Imperio otomano estaba en decadencia y británicos y franceses, que acudieron en auxilio de griegos y turcos, obtuvieron ventajas comerciales y estratégicas en Túnez. Un año después, aprovechando un incidente interno que culminó con la ejecución de un judío, los cónsules de las dos potencias europeas consiguieron nuevas ventajas para sus países ante la presencia de barcos de guerras que amenazaban al bey Muhammad. Estos privilegios mermaron el poder del bey y su capacidad financiera. Los europeos trataban de crear un banco nacional para acuñar moneda, ampliar la construcción de obras públicas superiores a la capacidad económica del país y ampliar las ventajas comerciales.

Túnez desligada de Estambul

Francia dio otro paso de importancia cuando Napoleón II impuso al bey Muhammad el Saquid en 1861 un documento que establecía una especie de monarquía constitucional, desligándola casi absolutamente del sultán de Estambul. Es cierto que la integración del país en la economía internacional favoreció las importaciones, pero encareció los precios en el interior provocando protestas y descontentos. Mientras, la deuda crecía y el bey emitía bonos de manera imprudente. En 1864 estallaron unas revueltas que fueron sofocadas con ayuda turca. Pero la influencia inglesa y francesa aumentaban mientras que los funcionarios otomanos veían disminuir su poder. En 1869 estos dos países europeos e Italia impusieron una Comisión Financiera Internacional para controlar la economía del país y pusieron al frente a un intelectual reconocido, Khair al Din, que luego fue primer ministro. La política tunecina ya no se diseñaba en Estambul sino en París y Londres. Khair al Din intentó enfrentar a las potencias entre sí pero no lo consiguió. Fue cesado y se exilió en Estambul pues nunca dejó de ser un leal servidor del imperio otomano. La construcción del canal de Suez llevó a Gran Bretaña a interesarse más por Egipto y dejar Túnez a Francia.

Bajo la tutela francesa

Durante la década de los 70 del siglo XIX las agresiones fronterizas en el oeste de Argelia fueron muy frecuentes, más de dos mil quinientas. Generalmente eran disputas tribales. En febrero de 1881 un grupo de argelinos le tendió una emboscada a un tunecino de la tribu Khroumir. Los administradores franceses de la población más oriental de la colonia, que se llevaba el nombre español de La Calle, pudieron arreglarlo como siempre, con un pacto y una indemnización. Pero ya había una voluntad de intervenir en Túnez y permitieron que se creara un clima de violencia. El 24 de abril de ese año, tropas francesas cruzaron la frontera tomando el puesto de El Kef mientras la armada bombardeaba Tabarka y se dirigieron a Bizerta con el mismo fin. Al gobernador de esta última ciudad le dieron instrucciones dese Túnez para que se rindiera. Las tropas francesas desembarcadas iniciaron una marcha sobre la capital llegando al palacio del Bardo, residencia del bey, el 12 de mayo.

Francia había preparado concienzudamente la actuación por lo que el general Breart, que comandaba las tropas, y el cónsul Rustan llevaban ya preparado un tratado para regular las relaciones entre la Regencia de Túnez y Francia. Así, en 1881, Francia reconocía la soberanía del bey pero imponía una supervisión general de los asuntos internos de un ministro residente francés que, además, sería el representante del país en las relaciones exteriores. La resistencia no era posible y se firmó el Tratado de El Bardo.

Ilustración de la firma del tratado

Faltaba un paso. El Tratado de El Bardo concedía a Francia el derecho de ocupación militar y la dirección diplomática del país, pero no decía nada de los asuntos internos y esto no satisfacía a Francia que, en otra vuelta de tuerca, impuso un nuevo tratado: el de Marsa de 8 de junio de 1883. Las finanzas tunecinas pasaban a estar controladas por Francia y Túnez se convertía en protectorado, la sumisión de un pueblo a otro con la carga correlativa para el segundo de asumir la protección del primero como lo definió un clásico en la materia, Frantz Despagnet.