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Pintura de Stanisław Chlebowski de 1878, mostrando la captura de Beyazid por Tamerlán

Alianza contra la amenaza turca: la embajada de Enrique III de Castilla frente a Tamerlán

El monarca castellano, en su propósito de buscar aliados contra la expansión de los ejércitos turcos, cuya amenaza se cernía ya sobre Europa, envió en 1403 una embajada a Tamerlán, el señor de Samarcanda

El siglo XIV fue testigo de una serie de prodigios geopolíticos que hicieron temblar todo el orbe mundial. Mientras que en Europa Occidental Francia e Inglaterra combatían a muerte en la Guerra de los Cien Años, un Estado del extremo sur de Europa se iba haciendo más fuerte: Castilla había tomado la delantera en la Península Ibérica frente a los musulmanes de lo que quedaba de Al Ándalus, acumulaba poder a través de políticas de matrimonios entre los Trastámara, Habsburgo y demás y empezaba a tantear el Océano Atlántico observando las Canarias.

En paralelo Aragón no se quedaba atrás, su expansión mediterránea se estaba evidenciando y las gestas de Roger de Flor y los almogávares eran amados y temidos por igual en Oriente durante el siglo XIV. En paralelo a este peso en Europa Occidental en un momento de crisis Francia- Inglaterra, con un Sacro Imperio Romano Germánico nominal y sin poder centralizado en Europa Central la geopolítica peninsular empezaba a manifestarse en la forma del desarrollo del comercio (que no tenían que envidiar a las ciudades-estado italianas), las finanzas, conquistas y diplomacia.

Sin embargo un poder en el Oriente amenazaba lo que quedaba del Imperio Romano de Oriente, el Imperio Bizantino, ya en franca decadencia y herido de muerte en el siglo XIV: los turcos otomanos que, en el siglo posterior (el XV) tomarían el control del estado, aún quedaba un último balón de oxígeno para Constantinopla que retrasó no sólo la caída sino la aparición de los jenízaros por los Balcanes y el centro de Europa: los turco-mongoles.

Tamerlán, el último Emperador de las estepas

En las estepas de Asia Central un hombre, Tamerlán, vivió una serie de avatares que llenó sus manos de todo el poder de las hordas nómadas centroasiáticas de una manera muy parecida a como había ocurrido con Genghis Khan ciento cincuenta años antes. Tamerlán, un nombre musulmán turco-mongol se definió como restaurador y defensor de la legitimidad de la línea gengisida por un lado y como espada del Islam por otro y logró crear un auténtico imperio que le sobrevivió hasta la disgregación del imperio en 1507.

Una pintura contemporánea de Tamerlán

Tamerlán había creado su imperio a costa de los territorios de las hordas mongolas, del Imperio jorasmio, al que aplastó y destruyó totalmente; de persas, árabes y turcos. De hecho derrotó en la batalla de Ankara al Sultán Beyazid I. La incursión timúrida generó dos grandes sentimientos en Occidente, conocedores de la legendaria crueldad del conquistador de las estepas. La primera basada en la «Realpolitik»: el enemigo de mi enemigo es mi amigo; el peligro eran los otomanos, no un esperador nómada estepario incapaz de tomar el mundo entero… se sabía que Tamerlán no iba a poder incursionar hasta las llanuras húngaras como hicieron Genghis y Ogodai Khan.

En segundo lugar, la presencia de almogávares y comerciantes castellanos y aragoneses en la región dieron a conocer el suntuoso poder y riqueza de ese imperio, a la sazón entre China (el imperio del medio) y Occidente siendo una tentación la carrera por obtener beneficios en una nueva ruta de la seda. De hecho Castilla, Aragón y Portugal con su circunnavegación de África y el descubrimiento de América y el Océano Pacífico provocaron una debacle en la sociedad esteparia que se tradujo en que, precisamente, el último gran conquistador centroasiático sería Tamerlán.

Una embajada española a Samarcanda

En este contexto de surgimiento de un poder enemigo de los otomanos y, por tanto, potencial aliado de Castilla (enemistada con los turcos) hizo que, como más tarde con la embajada persa a Felipe III, se decidiera tratar los asuntos de forma directa a través de una embajada al poderoso líder turco-mongol.

Enrique III envía la comitiva en 1403 con rumbo a Samarcanda justo un año después de que comenzase la conquista de las Canarias y el continuo hostigamiento a los musulmanes de la Península. Sin embargo esta comitiva tenía un fin geopolítico: alianzas contra los otomanos u otros posibles enemigos de ambos reinos en esta zona intermedia entre ambos y el establecimiento de relaciones comerciales y de amistad.

Ruy González Clavijo, litografía de Rufino Casado, 1860Biblioteca Nacional de España

La Embajada contará con los mejores hombres de la corte y su líder será Ruy González de Clavijo, junto a él Fray Alonso Páez de Santa María de la orden de los predicadores, doctor en teología y acostumbrado a tratar con gente de otras religiones por lo que su labor sería diplomática y cultural siendo, como se menciona en el posterior libro que redactará Ruy González de Clavijo, catorce los embajadores.

La Embajada fue puesta por escrito por el líder de la comitiva que sitúa el viaje entre 1403 y 1406 (Tamerlán fallece en 1405 y Enrique III en 1406). El libro que cuenta esta historia se llama Embajada a Tamerlán y al contrario de otros libros de viajes medievales carece de elementos fantasiosos sino que tiene un evidente objetivo retórico y se dedica a describir el viaje, las ciudades (especialmente Constantinopla y Samarcanda), la fauna y flora, gentes, costumbres y tradiciones buscando en los lectores la capacidad de analogía entre lo que describe y la cotidianeidad de Castilla siendo que frecuentemente compara animales o flores con los de su tierra natal.

El sentido de crónica, incluso casi de reportaje, otorga a este libro un carácter serio como cabe esperar de un texto que realmente no es una obra de ficción o más o menos fantasiosa sino un documento diplomático, casi un informe de inteligencia aunque con todos los matices y profundidad medieval con su idiosincrasia y teología que nos parece tan exótica pero que, realmente, no son sino aderezos para disfrutar de un libro que es algo más que un «libro de viaje» sino una ventana a la diplomacia española del siglo XIV que ya preconfiguraba la creciente grandeza de la España del siglo XV y de forma imparable del siglo XVI.