Picotazos de historia
El perro Paco, famoso e 'influencer' en el Madrid del siglo XIX
La fama de este cánido se fue transmitiendo poco a poco, de boca a oreja, y los gacetilleros de entonces acabaron nombrándolo en sus artículos como si de un importante miembro de la sociedad se tratara
El Café Fornos, situado en la madrileña calle Alcalá con Virgen de los Peligros, frente al Café Suizo, era uno de los locales de tertulia más lujosos, frecuentado por la nobleza, la aristocracia empresarial, los toreros y lo más granado de la intelectualidá de su época. Nadie sabe como entró, aquel día del 4 de agosto de 1879, pero se le vio por primera vez pasando de mesa en mesa.
Era de pequeño tamaño, pelaje negro con el pecho manchado de blanco, raza «mil leches», rabón y simpático a rabiar. Uno de los clientes –el futuro alcalde de Madrid e hijo del poeta duque de Rivas, Carlos Saavedra, marqués de Bogaraya– cautivado por la simpatía del animal, impidió que lo echaran e hizo que le sirvieran una chuleta que devoró con entusiasmo. Por ser el día de san Francisco de Asís, el marqués lo bautizó como «Paco». El perro Paco se ganó a la clientela con sus gracias, inteligencia y saber estar. Fue aceptado en las tertulias, sin importarle que fueran de política, literatura o tauromaquia y numerosos clientes del local lo apadrinaban o respondían por él. Al poco tiempo se encontró que las puertas del Café Suizo estaban abiertas para él y allí hizo grandes muestras de alegría al encontrarse, de nuevo, con Bogaraya que tomó gran afecto al bicho (el perro solía acompañar a Bogaraya hasta su casa pero jamás entró en ella, por mucho que se le invitara a hacerlo).
Fue aceptado en las tertulias, sin importarle que fueran de política, literatura o tauromaquia y numerosos clientes del local lo apadrinaban o respondían por él
La fama del perro Paco se fue transmitiendo poco a poco, de boca a oreja, y los gacetilleros de entonces acabaron nombrándolo en su artículos como si de un importante miembro de la sociedad se tratara. Los porteros no se atrevían a impedir la entrada a quien, hasta hacía poco, era un chucho callejero y hoy una eminente personalidad de la Villa y Corte. Así se le veía en los cafés mencionados, el Veloz Club, la Gran Peña, el hipódromo y la plaza de toros, que entonces estaba situada en la actual plaza de Felipe II. Incluso fue presentado a Alfonso XII como atestiguan los diarios de entonces: «El perro Paco fue presentado a S.M. y A.A. en la exposición de ganados y presenció a su lado el desfile, saludando cortésmente a sus compañeros premiados» (La Unión, 6-VI-1882).
Los toros eran la gran pasión de Paco y hay muchas reseñas de corridas donde intervino, saltado a la arena para hacer 'gracietas' –muy aplaudidas por el público– o ladrar al torero si este no se mostraba muy inspirado. Por supuesto contando con la indulgencia de la presidencia y las simpatías de todos.
El 21 de junio de 1882, Paco, o 'Don Paco' como ya le mencionaban en los periódicos, estaba presente en una novillada. El novillero Pepe el de Galápagos, así conocido por tener su familia una taberna frente a la fuente de ese nombre, estuvo desastroso y perro Paco no pudo contenerse y saltó al ruedo para hacer patente su protesta. Hay varias versiones pero el resultado es que el novillero le clavó el estoque al perro en un costado. ¡Se armó la de Dios!
Sus restos se trasladaron, respetuosamente, hasta la oficina del conocido taxidermista Severini, que hizo un gran trabajo
A Paco se lo llevaron a una taberna cercana y le trataron de su herida, al novillero lo sacó la guardia urbana que si no lo cuelgan allí mismo. Durante cinco días los periódicos daban el parte de la evolución del herido y el 26 comunicaron –¡incluso con esquela!– el fallecimiento del can. Sus restos se trasladaron, respetuosamente, hasta la oficina del conocido taxidermista Severini, que hizo un gran trabajo. El resultado de la disecación estuvo expuesto, durante años, en el Café de Fornos y, a su cierre, se enterró en un punto desconocido del parque del Retiro. Así fue el auge y desaparición del primer «famoso» de la vida madrileña. Todo un influencer.
Cuanto al novillero, cuyo verdadero nombre era José Rodríguez de Miguel, colgó los trastos de matar, entró en política y acabó de concejal del ayuntamiento de Madrid.