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Los Duques de Windsor, junto a la cúpula Nazi©GTRESONLINE

Eduardo VIII, el snob que coqueteó con los nazis e hizo posible el reinado de Isabel II

Al margen de su amor con la divorciada estadounidense Wallis Simpson, Churchill desconfiaba de los tratos del efímero rey con Hitler

Isabel II es vista en esta hora de luto como una Reina de leyenda. Pero lo cierto es que llegó al trono de rebote. Lo hizo posible la sorpresiva abdicación de su tío, el breve Rey Eduardo VIII, convertido en Duque de Windsor tras su renuncia. Su caída se ha contado casi siempre como una elección entre su amor por Wallis Simpson, una controvertida divorciada estadounidense, y la prohibición de su Gobierno de que se casase con ella. Pero hubo también una vidriosa trama política: los coqueteos con los nazis de Eduardo, un elegante snob que jamás hizo gala de buen juicio político.

«Tras mi muerte, este chico arruinará su reinado en doce meses». La profecía es del adusto Rey Jorge V de Inglaterra, el Rey de la mirada glauca, fallecido en enero de 1936. Acertó de pleno. En puridad a su primogénito, el eterno adolescente Eduardo, conocido en la Familia Real como David y por su mujer como «Peter Pan», le sobraron veinte días respecto al vaticinio de su padre, que lo detestaba. Solo reinó 325 días, antes de abdicar por amor para casarse con una arribista estadounidense de aspecto andrógino, dos veces divorciada y que coleccionaba amantes, Wallis Simpson.

el príncipe Andrés se ha retirado de los deberes reales pocos días después de su polémica entrevista en NewsnightGTRES

Hoy nos puede parecer exagerada aquella crisis constitucional, provocada por el Gobierno «tory» de Stanley Baldwin y por la presión de la Iglesia de Inglaterra, que por entonces condenaba el divorcio y de la que Eduardo era cabeza. Pero en su momento supuso una conmoción que amenazó incluso con hundir a la monarquía británica.

Recuperar el trono con ayuda nazi

Eduardo VIII continúa siendo un personaje incómodo para los ingleses 50 años después de su muerte. Documentos de los Archivos Nacionales de Kew, en Londres, divulgados en 2017, revelaron que en 1953 Winston Churchill pidió al general Dwight Eisenhower, el presidente estadounidense, y al Gobierno francés que no se divulgasen unos telegramas incautados a los nazis en los que se recogía una conspiración para reponer a Eduardo VIII en el trono una vez que los alemanes tomasen Gran Bretaña.

En el verano de 1940, tras la caída de Francia, donde residían, el Duque de Windsor y su mujer, Wallis Simpson, escapan rumbo a Lisboa, la capital del neutral Portugal, cruzando España. El plan de Churchill era que en Lisboa embarcasen rumbo a las Bahamas, donde Eduardo sería nombrado gobernador. El objetivo del premier era alejar al otro extremo del mundo a un personaje muy problemático. Pero el ministro de Exteriores alemán, Joachim von Ribbentrop, envía varios telegramas a sus embajadores en Lisboa y Madrid, con instrucciones de aproximarse al Duque de Windsor con un doble objetivo: evitar que navegase a las Bahamas y seducirlo con la oferta de que podría ser repuesto en el trono si los nazis conquistaban Inglaterra.

Eduardo VIII y Wallis Simpson en sus vacaciones en el Mediterráneo, 1936Thompson Paul / Wikimedia Commons

El 11 de julio de 1940, Von Ribbentrop escribe a su embajador en Lisboa: «El Duque debe ser informado en España, en el momento adecuado, de que Alemania desea la paz con el pueblo británico y que esa camarilla de Churchill lo está impidiendo y que sería bueno que el propio Duque se preparase para futuros desarrollos. Alemania está decidida a obligar a Inglaterra a la paz y allanaría el camino para cualquier deseo del Duque, en particular la ascensión al trono de él y la Duquesa».

El 25 de julio, el embajador alemán en Madrid informa a Berlín de que un agente del Ministerio del Interior español había transmitido al Duque que no fuese a las Bahamas, recordándole que «podría ser destinado a un gran papel en la política británica y posiblemente ascender al trono». Eduardo respondió al agente español que el ordenamiento constitucional británico impedía esa opción tras su abdicación. Pero su interlocutor contraargumentó que en una situación de guerra la Constitución británica podría ser modificada, ante lo que, según su relato, «el Duque de Windsor se quedó muy pensativo».

Clementine (extremo izquierdo) y Winston Churchill con el Duque de Windsor en la Riviera francesa en 1948

Los telegramas alemanes que recogen todas esas intrigas acabaron en manos de los aliados cuando conquistaron Berlín. En 1953 decidieron publicarlos en el marco de un trabajo académico, lo que llevó a Churchill a escribir a Eisenhower tratando de evitarlo: «Podría dar la sensación de que el Duque estaba en estrecho contacto con los agentes nazis y escuchaba ofertas para ser desleal».

Eisenhower respondió con otra carta, explicando a Churchill que esos documentos fueron examinados en 1945 y se concluyó que «no tenían ningún valor» y que estaban «conectados con propaganda alemana para debilitar la resistencia occidental» y que eran «injustos con el Duque».

En agosto de 1953, Churchill mostró a su gabinete, con sello de top secret, los documentos sobre el asunto y pidió que no se hiciesen públicos «al menos en diez o veinte años».

Películas con su sobrina Isabel haciendo el saludo hitleriano

El perfil filonazi de Eduardo es un fantasma en el armario de los ingleses. Retornó de las tinieblas en 2015, cuando el periódico sensacionalista The Sun aireó una película doméstica de 17 segundos rodada en 1933, en que la más tarde Reina Isabel II , entonces de siete años, su madre y su tío hacen el saludo nazi en sus posesiones escocesas de Balmoral, en cuyo castillo ha fallecido ahora Isabel II.

En sus memorias tras la guerra, el Duque de Windsor, exiliado en París de por vida, reconoció que había admirado a Hitler, pero negó haber sido nazi y tildó al dictador de «figura ridícula y teatral». Pero cuesta pasar por encima de la frase que dijo en una entrevista en plena guerra con el periodista estadounidense Fulton Oestler, quien habló siendo gobernador de las Bahamas: «Sería trágico para el mundo que Hitler fuese derrocado. Hitler es el líder correcto y lógico para la gente de Alemania. Es un gran hombre».

Eduardo VIII y su esposa Wallis Simpson saludando a Adolf HitlerWikimedia Commons

En 1936, Eduardo había enviado un telegrama a Hitler deseándole «felicidad y bienestar» en su 47 cumpleaños. En octubre de 1937 comete su gran error: un viaje de doce días por Alemania, como huésped de honor de los nazis en compañía de Wallis. Allí hace saludos con mano alzada, acude al pabellón de caza de Goering e intercambia confidencias con Goebbels. Incluso lo llevan a ver un campo de concentración, preparado para ofrecer cierto decoro, y visita a Hitler en su retiro de montaña de Berchtesgaden, donde charlan durante cincuenta minutos a solas. «Su abdicación fue una severa pérdida para nosotros. Si hubiese seguido todo habría sido muy diferente», comentó Hitler a su círculo, añadiendo que Wallis «habría sido una buena Reina».

El problema que suponían los instintos políticos de Eduardo se agravaba por el hecho de que la dinastía inglesa es de estirpe alemana. En la Primera Guerra Mundial cambiaron su apellido germano, Sajonia-Coburgo-Gotha, por el más británicamente digerible de Windsor.

Un niño huérfano de amor paterno y con problemas

Eduardo, nacido en 1894 y fallecido en 1977 en París con 72 años, debido a un cáncer de garganta por su contumaz tabaquismo, fue un niño huérfano de amor paterno. Arrastró siempre problemas de anorexia nerviosa y tics, y su reloj se quedó parado en una eterna adolescencia. Era también de carácter despreocupado, un bon vivant atractivo, delgado y deportista hasta lo patológico, bebedor, amigo de birlarle sus mujeres casadas al prójimo, vago en los asuntos de despacho. Un pequeño dandy de 1,70 de talla, probablemente estéril por unas paperas, que marcó época en el gran mundo frívolo. Seguramente lo único que ha dejado como legado son sus innovaciones en la moda, donde relajó la etiqueta victoriana; todavía hoy se habla del tejido «Príncipe de Gales».

Arrastró siempre problemas de anorexia nerviosa y tics, y su reloj se quedó parado en una eterna adolescencia

A los 16 años fue promovido a Príncipe de Gales. Tras pasar por Oxford sin más provecho que jugar bien al polo, comenzó a representar a su padre, con 16 giras por el imperio entre 1916 y 1935. Era inmensamente popular y todavía lo fue más cuando tuvo el gesto de visitar barriadas devastadas por la miseria tras el crack del 29. El soltero más famoso del mundo. El árbitro del estilo. El Príncipe encantador.

Eduardo como Príncipe de Gales , 1919

El 10 de enero de 1931 conoce a una nueva casada que despierta su interés. Se llama Wallis Simpson, de 35 años; él tiene 37. Ella es una flaca de Baltimore, de formas algo hombrunas, una socialité que va por su segundo marido. Eduardo enloquece, quiere ser dominado por ella. Wallis, que mantiene un romance paralelo con un vendedor de coches, que hasta había sido amante del embajador nazi en Londres, Von Ribbentrop, no lo ve claro. Pero Eduardo amenaza con suicidarse si lo abandona. Se dice que ella nunca lo amó. Aunque lo cierto es que le fue leal hasta su muerte, doce años antes que la de ella.

En enero de 1936, Eduardo VIII es el nuevo Rey. En octubre Wallis obtiene el divorcio. El monarca quiere casarse con ella. Pierde el pulso constitucional y abdica el 10 de diciembre de 1936: «No puedo cumplir mis deberes como Rey como querría hacerlo sin la ayuda y apoyo de la mujer que amo», lee en su adiós para la radio ante un pueblo acongojado. En junio de 1937 se casan y se les concede el título de Duque y Duquesa de Windsor, con orden del nuevo Rey, su hermano Jorge VI, de que no asomen bajo ningún concepto por Gran Bretaña, adonde solo volverá tres veces para funerales.

Estaba a punto de comenzar el reinado más largo de la historia del Reino Unido, que nunca habría sido tal de no ser por las meteduras de pata de Eduardo VIII

Nadie creía en Bertie

Pocos creían en Jorge VI, tartamudo, conocido en su hogar como Bertie, de salud delicada. Sí lo hacía su padre, que veía en él a una persona capaz de cumplir con lealtad con sus deberes constitucionales, a diferencia de su diletante hermano. Durante los bombardeos de Hitler sobre Londres la figura de Jorge VI se acrecentó. Los aviones alemanes del Blitz lograron golpear Buckingham dos veces, causando destrozos. Pero Jorge y su esposa, la popular y jovial Reina Isabel, optaron corajudamente por quedarse en el Palacio, gesto con el que comenzaron a ganarse al pueblo británico. Esa es la escuela de resistencia en que se educó la futura Isabel II.

De salud quebradiza y fumador, Jorge VI murió prematuramente en 1952, con solo 56 años y tras un reinado de quince. La noticia sorprendió a su hija en un viaje oficial en Kenia. Estaba a punto de comenzar el reinado más largo de la historia del Reino Unido, que nunca habría sido tal de no ser por las meteduras de pata de Eduardo VIII.