Dinastías y poder
Henry Ford y la producción industrial en cadena
Su lema, reducción de costes y eficiencia. Un pionero del estado de bienestar y la sociedad de consumo. Pero también fue el amigo de los nazis, el único estadounidense citado por Hitler en Mein Kampf
Rico y poderoso. Para muchos la encarnación del sueño americano. Pasó de ser un humilde granjero a convertirse en la mayor fortuna del planeta: después del bandido Al Capone, el hombre más popular de América del Norte según rezaba un reportaje publicado en 1931.
Fue una figura cumbre en el mundo de la industria automovilística. Dinámico, enérgico. Fue él quien impuso las cintas de ensamblaje para la producción industrial. Su lema, reducción de costes y eficiencia. Un pionero del estado de bienestar y la sociedad de consumo. Pero también fue el amigo americano de los nazis, el único estadounidense citado por Hitler en Mein Kampf.
Enemigo de los sindicatos y de la caridad: «no dejaré fundaciones benéficas», dijo. Pará él era mejor el trabajo y la justicia. Su único hijo, Edsel, se mantuvo al frente de la Ford Motor Company pocos años a causa de una muerte prematura. El nieto del magnate, Henry Ford II, tomo las riendas de la compañía en plena crisis posterior a la Segunda Guerra Mundial. Después, su imperio entró en bolsa y la familia Ford dejó de tener el control mayoritario sobre la sociedad.
Henry Ford nació en Dearborn (Michigan) en 1863. Su familia era de ascendencia inglesa, emigrantes humildes que vivían modestamente del cultivo de una granja. Mal estudiante, apenas recibió formación escolar y nunca le interesaron los libros. Era bastante ignorante en todo lo que estuviese fuera de su campo. De cultura más bien escasa. Su primer acercamiento hacia la tecnología llegó como reparador de relojes. Luego fue aprendiz de maquinista hasta que dejó su casa y se mudó a Detroit. Aquí entró como empleado en Westinghouse y empezó sus experimentos con motores de gasolina.
Era el año 1888 y acababa de casarse con Clara Bryant, hija de un labrador de Deford que había abrazado el sufragismo y que según Henry iba a ser la verdadera autora de sus éxitos. Con ella probó su primer buggy mecánico en 1891, el primer carro Ford. Se asoció con unos compañeros en una casa de automóviles y experimentó con los coches de carreras, pero no fue hasta comienzos del siglo XX, en 1903, cuando tras fracasos y decepciones, se lanzó a la creación de su propia compañía, la Ford Motor Company.
A partir de aquí, con sus innovaciones en los sistemas de autopropulsión, sus políticas salariales y la producción industrial en cadena, iba a conseguir crear el imperio que le convertiría en uno de los magnates más poderosos de América: un sistema basado en la racionalización científica del trabajo.
En la Primera Guerra Mundial, no dudó en poner su potencial al servicio del Ejército en aras de la victoria
Pagaba a sus empleados el doble de lo que lo hacían otras fábricas para mejorar su nivel de vida. De esta forma podían acceder a un automóvil. Redujo la semana laboral a cinco días y limitó el trabajo diario de ocho horas. Su modelo Ford T fue un éxito sin precedentes. Un pionero, un visionario. Casi el primero en lanzarse al mundo de la publicidad para aumentar las ventas. Pero también era contrario a los sindicatos y de algún modo, controlaba la vida de sus empleados a través de un «departamento de sociología» afanado en guiar la buena conducta y las costumbres moralmente aceptables. Nada de alcohol ni vidas licenciosas. En eso él siempre fue muy parco.
Aunque Henry Ford se decía abiertamente pacifista, con la entrada de EE.UU. en la Primera Guerra Mundial, no dudó en poner su potencial al servicio del Ejército en aras de la victoria: ambulancias, camiones militares y toda su experiencia en el campo de tecnologías de blindajes para vehículos y soldados. El Presidente W. Wilson llegó a ofrecerle su ingreso en el Partido Demócrata y un puesto como Senador. Terminada la guerra y más enriquecido, reanudó la construcción de sus modelos para tiempos de paz.
Su único hijo, Edsel, fue nombrado presidente de la compañía, aunque era el padre quien continuaba marcado en rumbo. En los años veinte se lanzaron a la producción de tractores y se introdujeron en la aeronáutica. El español Juan de la Cierva, inventor del autogiro, visitó los talleres Ford de Detroit para conocer sus avances técnicos y el Infante Alfonso de Orleans, pionero de la aviación española, viajó a Estados Unidos para entrevistarse con el magnate e introducir sus innovaciones en los planeadores españoles.
En esta década la Ford Motor Company empezó a implantar modelos de producción en Europa y en 1927 lanzó el modelo Ford A, con una estética más moderna. Se instaló en Inglaterra, Francia y Alemania… Fue precisamente en este tiempo cuando sus simpatías hacia las ideas políticas propagadas por Hitler le llevaron a mostrar su apoyo al Tercer Reich. Compró incluso un periódico, The Dearborn Independemt, en el que publicó soflamas antisemitas.
En 1938, el cónsul alemán en Cleverand le otorgó a Henry Ford la «Gran Cruz de la Orden del Águila», la más alta condecoración que los nazis concedían a un extranjero. Son muchas las voces que apuntan a oscuros beneficios gracias a las fábricas de Ford en Vichy y Colonia, y al empleo de personal forzado.
Desde Detroit siempre negaron estas acusaciones. Pero lo cierto es que, durante la guerra, los alemanes colocaron las instalaciones Ford situadas en su territorio bajo control del Gobierno nazi y que el propio presidente Roosevelt llegó a pensar en nacionalizar la compañía para asegurar la producción continuada de vehículos para la guerra.
La muerte de Edsel Ford en 1943 por un cáncer, devolvía al viejo prócer a la primera línea de acción, aunque nunca había estado fuera de la cadena de mando. Será su nieto Henry Ford II quien acceda a la presidencia de la compañía en 1947, tras la muerte del patriarca a causa de problemas cardiacos. «No dejaré fundaciones benéficas» –había dicho– «no esperen tampoco bibliotecas ni museos. Todo esto es muy bello, pero nada práctico».
Los años siguientes al final de la Segunda Guerra Mundial, con las ventas muy mermadas, fueron esenciales para el desarrollo de la marca. En 1956 la Ford Motor Company salió a bolsa y se convirtió en una sociedad anónima. La familia dejó de tener el control de capital mayoritario de la compañía, aunque se mantuvo en puestos de dirección. Henry Ford II dejó la presidencia del consejo de administración en 1980. Era ya la cuarta multinacional industrial más grande del mundo.