Un cambio de era: las razones de la caída de Constantinopla en 1453
Fue un proceso mucho más largo y tortuoso de lo que parece, ya que el declive del Imperio bizantino pasa por la irrupción de los árabes en Oriente Medio y Norte de África y la llegada de los búlgaros y la instauración de su imperio
Mucho se ha escrito sobre la caída de Constantinopla, pero siempre –tanto en los artículos como en los libros– se hace hincapié en la aparición de los turcos otomanos y su expansión por Anatolia hasta cercar la Capital, Bizancio, y poner fin al Imperio Romano de Oriente sin ahondar en las profundas razones de la caída de ese gigantesco estado.
Popularización del Islam
Lo cierto es que la situación fue mucho más compleja que eso ya que fue un proceso mucho más largo y tortuoso de lo que parece ya que el declive del Imperio bizantino pasa por dos periodos. En primer lugar, el declive desde la irrupción de los árabes en Oriente Medio y Norte de África, arrasando al Imperio Persa Sasánida y tomando todo el sur del Imperio bizantino. Este estado, el Califato Rashidún y el posterior Califato Omeya arrancaron las regiones citadas comenzando el proceso de transformación religioso y cultural que acabaría creando la actual identidad arabo-islámica.
Aunque no fue hasta el siglo X, ya en era Abasí, cuando el Islam se popularizó. No obstante la aristocracia y la administración helena pasaron a estar dominadas por los árabes con el apoyo de los monjes ortodoxos bizantinos, el funcionariado y la clase urbana cristiana en calidad de Dhimmi. Pero una fuerza impulsora cristiana rural, los monjes de las montañas de la moderna Siria, Irak y sur de Turquía, de confesión Cristiana Monofisita, así como Nestorianos, apoyaron a los musulmanes debido a que fueron perseguidos por el poder Cesaropapista bizantino y por la Iglesia Ortodoxa.
Esto hizo que estas zonas rurales viviesen un renacimiento y apoyasen a los musulmanes frente a los ortodoxos griegos de la región que, como San Juan Damasceno, fueron muy críticos con el Islam y la estructura de poder Omeya en la región. Sin embargo este primer golpe hizo perder mucha fuerza militar a los romanos y, sobre todo, las riquezas recaudadas del extensamente poblado Oriente aunque se mantendrán como parte de la ruta comercial Asia-Europa y se seguirán beneficiando económicamente.
El primer Imperio búlgaro
El segundo golpe vendrá con la llegada de los búlgaros y la instauración del Kanato búlgaro del Danubio (681-864) y el posterior primer Imperio búlgaro (864-1018). A pesar de que en el periodo búlgaro imperial este territorio se cristianizó de forma ortodoxa eso no implicó una amistad entre ambos imperios enfrentados constantemente por Grecia y Tracia.
Esto unido a las crisis palaciegas constantes y al auge del poder islámico, hizo que el Imperio bizantino estuviera en la cuerda floja hasta el siglo X. Durante este periodo el Imperio Abasí dio muestras de agotamiento y empezó a disolverse creando una serie de guerras civiles (cuarta fitna) que dio un balón de aire oxígeno a Bizancio en el este que, junto con el debilitamiento y caída a comienzos del siglo XI del primer Imperio búlgaro, la llegada al poder de una Dinastía de emperadores fuertes y longevos como los Comneno, se hizo notar una mejora en el Imperio que duró todo el siglo X y XI hasta la batalla de Mazinkert en 1071.
La llegada de los turcos selyúcidas a Anatolia se tradujo en una serie de catástrofes militares que debilitaron la presencia bizantina en la península que siempre había estado sujeta a las tensiones entre árabes-musulmanes y cristianos-griegos pero la llegada de los turcos hizo que la población fuera turquizada e islamizada, sobre todo bajo los auspicios de los derviches de Mevlana y los Bektashíes de Haci Vektash i Veli.
Esto provocó la definitiva pérdida del centro-este de la península, que sería dominado por los selyúcidas, más tarde de los mongoles y posteriormente de los otomanos, que fueron quienes configuraron la actual identidad anatolia como turca y musulmana.
Las cruzadas –que se desarrollan en esta época– lograron desviar el interés islámico hacia el estado Cruzado y los ducados y condados de la región de Oriente Medio, liberando presión sobre las fronteras del este del Imperio, confinado ya a las ciudades costeras de Anatolia occidental. Por otro lado, el hostigamiento del segundo Imperio búlgaro no cesó y para más inri en la Cuarta Cruzada los caballeros cristianos católicos decidieron tomar Constantinopla y crear el Imperio Latino, que apenas duraría 57 años y recuperado por los Paleólogos (la última dinastía bizantina emparentada con la anterior dinastía de los Comnenos).
El daño ya estaba hecho y propició que en el siguiente siglo, el XIV, llegase el máximo declive: frente al ataque constante de los búlgaros en las fronteras occidentales y de los diferentes beylicatos turcos sucesores de los selyúcidas, entre los que tomaba primacía el otomano, dentro del Imperio las intrigas palaciegas eran constantes, los asesinatos de los emperadores estaban a la orden del día y encima el descontento campaba a sus anchas mientras las cruzadas llegaban a su fin y se evidenciaba que la Iglesia Ortodoxa iba a ser abandonada por los Católicos.
Una cadena de guerras civiles
La guerra civil entre Andrónico II y Andrónico III por el control del Imperio (1321-28) provocó una crisis económica, de suministros y un empobrecimiento general producto de la destrucción, las riquezas fueron a parar a las élites lo que acabó en la terrible revuelta de los zelotes de Tesalónica (ciudad casi tan grande y poblada como la propia capital) que dominaron la ciudad y la convirtieron en una ciudad-estado autónoma con gobierno ciudadano al más puro estilo clásico.
Todo ello dentro de la segunda guerra civil bizantina (1341 – 1347) en la cual Cantacuceno, al huir de Constantinopla se proclamó Emperador con el apoyo de la aristocracia mientras que el Emperador legítimo, Juan V, era respaldado por el pueblo. En este contexto los zelotes de Tesalónica se dedicaron a confiscar propiedades eclesiásticas y aristocráticas provocando una revuelta en la ciudad. La paz firmada entre Juan V y Cantacuceno en 1347 no solucionó el problema, que se prolongó hasta 1350, cuando la ciudad fue tomada por Juan V tras una serie de intrigas y negociaciones que habían implicado al Imperio serbio de Estaban IV Dusan y al propio Emir Umur Beg, aliados de Cantacuceno. Este último se proclamó coemperador junto a Juan V.
Esto debilitó muchísimo las bases del Imperio bizantino ya que la turquizada Anatolia ya era parte del Estado otomano. En 1389 los otomanos vencerían a los serbios en la batalla de Kosovo, el avance turco pondría fin al segundo Imperio búlgaro en 1396, lo cual provocó la caída del Principado serbio en 1403 rodeando por completo al Imperio bizantino que quedó recluido a algunos territorios en Grecia, Trebisonda (independiente de los bizantinos bajo la Dinastía de los Megas Comnenos hasta 1461) y las zonas alrededor de la propia capital.
La defensa y resistencia en los Balcanes y Cárpatos dependió de caudillos locales como Skanderbeg o Vlad Tepes, vinculados de una forma u otra al poder otomano antes de realizar sus campañas de resistencia pero que tuvieron el vivo recuerdo del Imperio bizantino. Un imperio engullido por un poder que se fue asentando en el territorio y rodeando al antiguo Imperio romano de Oriente hasta hacerlo desaparecer en 1453.