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La coleccionista de arte Peggy Guggenheim posa con cuadros entre los primeros cuadros de Jackson PollockGTRES

Dinastías y poder

Los Guggenheim: de vendedores ambulantes a mecenas del arte

Entre los Guggenheim encontramos a víctimas del Titanic, personajes de la vida social neoyorquina y muchos filántropos. ¿Son los Medici del siglo XX?

Su sangre es la de emigrantes judíos que salieron de Europa a mediados del siglo XIX. En menos de dos generaciones consiguieron crear un imperio económico gracias los nitratos y el cobre. En la «tierra de las oportunidades» fueron una de esas familias capaces de amasar un imperio: pasaron de ser vendedores ambulantes a manejar fortunas que les permitieron codearse con los Rothschild y convertirse en los más importantes mecenas del arte de la edad contemporánea. Muchas de las obras de sus colecciones se adquirieron a precios de ganga en las horas más difíciles de la ocupación nazi de Francia. Entre los Guggenheim encontramos a víctimas del Titanic, personajes de la vida social neoyorquina y muchos filántropos. ¿Son los Medici del siglo XX?

Meyer Guggenheim salió de Lengnau, un pequeño pueblo de Suiza a unos 500 quilómetros de Venecia, con una mano delante y otra detrás: era sastre, con nula fortuna y pocas posibilidades de mejora. Así que en 1847 decidió embarcar a América con su familia. La travesía, en tercera clase, duró casi dos meses, comidos por los chinches, la humedad y los contagios. Llegaban a la tierra de las oportunidades, en plena «fiebre del oro», de la expansión hacia el oeste, cuando el país se preparaba para librar su particular guerra civil. Pero a ellos, en Filadelfia, apenas les quedaba la opción de la venta ambulante; feriantes de cordones de zapatos, textiles y cintas de algodón. Meyer era listo, esforzado, hoy diríamos que «emprendedor». Padre de una numerosa prole, puso a sus hijos a trabajar con hilos y cuando empezó a progresar, envió a los dos vástagos más avispados de vuelta a casa para especializarse en «bordados suizos». Como los encajes de Bruselas, pero en versión helvética. Daniel regresó a EE. UU. con formación y la idea de crear una empresa de «importación». De ahí a convertir aquello en una de las mayores industrias de «minería» pasa como con el señor Ortega: que es difícil entender el salto de la «bata de boatiné» a la mayor empresa mundial de la moda. Aunque en el caso de Meyer Guggenhein, la acrobacia fue pasar de uniformes para las tropas yanquis, a adquirir participaciones en minas de cobre en Colorado: invertir ingentes cantidades de dólares en fundiciones de antracita y asumir el liderazgo de la industria minera estadounidense haciéndose con el control de la «American Smelting and Refining Company». Habían creado un imperio.

Pero, ¿quién «fue quien» entre los descendientes del patriarca? Eran once hijos, todos con nombres judíos (Isaac, Simon…) y un puntito extraño, pero dispuestos a honrar la memoria de su progenitor, fallecido en 1905. Tres de ellos, llegarán a ser eminentes filántropos vinculados con la política y las finanzas. Daniel, se mantuvo como el «referente pensante» y se convirtió, además, en un estudioso de la tecnología aeronáutica. Fundó becas de investigación en diversos Institutos y Universidades de prestigio. Solomon, se casó en 1895 con Irene Rothschild, cachorro del linaje de la saga de banqueros. Vivían con dispendio en el Hotel Plaza de Nueva York. Él conoció a la baronesa Hilla Rebay von Ehrenwiesen, de origen aristocrático alemán pero creadora de arte abstracto, que le fascinó con su personalidad y lo acercó a artistas como Kandinsky o Klees. Desde ese momento, relegó su colección de viejos maestros «clásicos» y empezó a invertir en propuestas atrevidas. Creó la Fundación Solomon R. Guggenheim para la difusión del arte moderno y autorizó las obras para el inicio del museo con su nombre, obra del arquitecto Frank Lloyd Wright –para muchos, el mejor del siglo XX– en la Quinta Avenida. No llegó a ver terminado el edificio, muy polémico en su tiempo, debido a su fallecimiento en 1948 por un cáncer de próstata. A esta fundación-museo está adscrito el Guggenheim de Bilbao que tanto ha contribuido a dinamizar la capital de Vizcaya.

Museo Guggenheim en BilbaoGTRES

El pequeño de los hijos fue Benjamin. El más vividor y excéntrico de los hermanos. Tras una estancia en París, embarcó en Cheburgo (Francia) en la primera escala del Titanic. ¡Insumergible! El vapor más grande y lujoso de todos los tiempos. Tres días después de zarpar, se estrellaba contra un iceberg en el mar de Terranova. Se cuenta que Benjamin estaba en su camarote en el momento de la colisión. Primero se negó a desalojar sus dependencias, pero advertido de la gravedad del suceso, accedió a ir a cubierta. Su amante y la criada subieron a un bote salvavidas. Colaboró en el embarque de mujeres y niños. Después, junto a su mayordomo, volvió a su compartimento, se vistió de frac y se dispuso a morir como un caballero. Era el 15 de abril de 1912. Catorce años antes, había tenido una hija, Peggy, fruto de su matrimonio con Floretta Seligman, hija de un banquero, que le esperaba en Nueva York. «La esposa del millonario se haya en un estado de alienación verdaderamente alarmante», leemos en La Correspondencia de España (18 abril 1912). Peggy era entonces una niña, pero tres décadas después, se convertirá en mecenas y descubridora de grandes artistas surrealistas y abstractos. Era, también, bastante estrambótica.

Der Untergang der Titanic, grabado del hundimiento del Titanic, realizado por Willy StöwerWilly Stöwer / Wikimedia Commons

En 1920 se había mudado a París para vivir la bohemia en Montparnasse y entrar en contacto con las vanguardias. Tuvo un primer matrimonio con un estrafalario escultor que le sirvió para conocer a Tristan Tzara –uno de los fundadores del dadaísmo–, Man Ray, Marcel Duchamp, Emma Goldman, Isadora Duncan o Hemingway. Tuvieron dos hijos, pero aquello fracasó. Luego decidió montar una galería en Londres que inauguró con una exposición de Jean Cocteau, con poco éxito. Regresó a Francia. Era el año 1939 y las cosas, en Europa, se ponían complicadas. Estaba en París cuando sobrevino la ocupación nazi. Ella, en lugar de huir, aprovechó para comprar y comprar pintura…con el acechante ejército alemán cerca, no faltaban vendedores. Compraba directamente a familias judías –ella lo era– que necesitaban dinero para su fuga o directamente a los artistas «degenerados» a precios de ganga. A pocos días de que los nazis llegaran a París, escondió su colección en el granero de un amigo y huyó a Marsella. Ahí entró en amoríos con Max Erns, rescatado de un campo de concentración, y escapó a Estados Unidos en 1941. De vuelta a la Gran Manzana abrió una galería dispuesta a exponer el arte de la escuela parisina (Mondrian, Duchamp…). «Art of the Century», Peggy Guggenheim Gallery, se llamó. Ahí, en pleno Manhattan, los jóvenes artistas pudieron ver las obras del arte nuevo.

Unos años después decidió regresar a Europa, a Venecia. En su palacio Venier del Gran Canal era conocida como «la última Dogaressa». Una dama como de otro tiempo; elegante, sofisticada, vestida con sus Delphos de Mariano Fortuny y gafas de mariposa. Era ella quien había descubierto a Pollock y otros artistas contemporáneos. Peggy Guggenheim falleció en Padua en 1978 a causa de una apoplejía. A su muerte, donó su colección a la Fundación Guggenheim, lo que ha provocado tensiones entre sus nietos. Dicen que se ha traicionado el «espíritu» de la abuela. ¿Por qué será que siempre pasa lo mismo? ¡Cosas de ricos!