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José Soto Chica, autor de El águila y los cuervos. La caída del Imperio romanoLilián A. G. Arzate / Desperta Ferro

Entrevista I José Soto Chica, autor de El águila y los cuervos. La caída del Imperio romano

«Rusia tiene vocación imperial y todo lo que no sea hacer imperio lo entiende como decadencia»

La nueva publicación del historiador y profesor de la Universidad de Granada, El águila y los cuervos, presenta una nueva y renovada historia de la caída del Imperio romano de Occidente

José Soto Chica (Granada, 1971), historiador y profesor en la Universidad de Granada, regresa a las librerías después de dos publicaciones que se han considerado dos de los mejores títulos de historia antigua de las últimas décadas en España: Imperios y bárbaros. La guerra en la Edad Oscura (2019) y Los visigodos. Hijos de un dios furioso (2020), ambos títulos publicados por la editorial Desperta Ferro, la «Cayo Mecenas» de los talentos históricos españoles que las grandes corporaciones editoriales desoyen. Este antiguo militar y en la actualidad abnegado historiador presenta al mundo hispanohablante una nueva historia, valiente, novedosa y actualizada de uno de los relatos más grandes de la historia humana: la caída de Roma.

–La primera pregunta es de obligada realización, ¿por qué El águila y los cuervos? ¿Por qué un título tan «ornitológico» para una obra sobre la caída de Roma?

–Bueno, el título es muy simbólico. El águila es el emblema por antonomasia de Roma, esa águila que durante mucho tiempo ondeó en su estandarte. Y los cuervos. El cuervo es un ave que muchas veces medra gracias a animales más grandes que depredan. Son animales que medran a la sombra de otros más poderosos, en este caso el águila. Para mí ese título recogía muy bien lo que yo me he encontrado a la hora de llevar a cabo un proceso intenso de investigación, de análisis y de reflexión sobre la caída del Imperio romano. Me di cuenta, efectivamente, de que los culpables de la caída del águila serán esos cuervos. Por eso me parece que simbolizaba perfectamente el drama de la caída de Roma. En cuanto al águila, también me inspiré en un sermón de Gregorio Magno que predicó en Roma en el año 592, en una Roma ya semiabandonada, arruinada, azotada por la peste... En esa Roma, a la grey que tenía congregada en San Pedro le señala que Roma es como un águila caída a orillas del Tíber. Me impactó mucho esa imagen.

–¿Qué nueva aportación podemos encontrar en la obra?

–Por qué creo que es original: primero, porque tiene una mirada comparativa. Yo vengo de formarme como bizantinista, iranólogo, como experto en lo que antes se denominaba «primer islam», es decir vengo de estudiar otros imperios y eso me permite comparar. No es lo mismo tomar a Roma por sí misma, como si fuera un ente aislado, que colocarla en su contexto. Eso me permite tener una mirada comparativa. Establecer realmente cuáles eran las fuerzas y las debilidades del Imperio porque puedo compararlas con otros imperios contemporáneos. Y luego también, tener una perspectiva diferente. Se nos ha hablado mucho de las causas de la caída de Roma. Se puede achacar esa culpabilidad al cristianismo como hizo Gibbon, o a los bárbaros, a cosas tan peculiares y extravagantes como la contaminación del agua por el uso de cañerías de plomo, etc. Yo intento pegarme mucho a las fuentes y a lo que sabemos hoy, a lo que realmente sabemos sobre los siglos IV-V que no fue para nada un tiempo decadente en lo económico, lo demográfico o en lo cultural. Y la verdad es que llegué a una conclusión que me sorprendió, a la que no quería llegar. Si hace dos años a mí me haces esta entrevista te habría dado otras conclusiones y por eso creo que he hecho bien mi trabajo, porque me he visto obligado a cambiar mi visión de la caída del Imperio romano y a concluir que los factores clave fueron la inestabilidad política, la lucha tan despiadada por el poder y la acumulación de riqueza en unas pocas manos. Esto como los factores principales; las causas son mucho más diversas. Procesos tan grandes no tienen una sola causa, sino muchas. Pero para mí esas tres causas son preponderantes y marcan el destino de Roma.

Entre las razones de la caída del imperio de Roma, hay un problema insalvable y que los historiadores intentan dejar de lado, y es que la parte oriental del Imperio romano pervive mil años más. ¿Por qué una parte del imperio sigue adelante y prospera y la otra se derrumba? El libro intenta explicar en qué acertó Oriente para sobrevivir y en qué no acertó Occidente para derrumbarse de la manera en que lo hizo.

–En la introducción al libro habla de «un eterno e imperial retorno» en referencia a todos los emuladores que ha tenido el Imperio romano a lo largo de los siglos en Occidente: carolingios, otomanos, españoles… ¿Cree que se ha roto en la actualidad dicho retorno? ¿Nos encontramos en un periodo histórico «desmemoriado» del Imperio romano?

–Para nada, para nada. Otra cosa es que haya menos conciencia. Pero la nostalgia y el poderío del retorno de Roma sigue presente, solo se necesita pasear. Es decir, si tú te das un paseo por Madrid, vas a pasar cerca de la Puerta de Alcalá, que no es otra cosa que un homenaje a Roma, o por el Arco del Triunfo en París si estás en París. Pero no sólo eso. Es que uno mira a Europa, evidentemente con las salvaguardas y distinciones que hay, y qué es la Comunidad Económica Europea, la Unión Europea, sino un Imperio romano «de bajo perfil». O qué es Rusia, sino la «Tercera Roma». Moscú es la tercera Roma. Últimamente Putin sólo leía libros de historia… Rusia tiene vocación imperial, y al final eso te condiciona mucho, porque todo lo que no sea hacer imperio lo entiendes como decadencia. Entonces esos dirigentes siempre van a estar obsesionado con un retorno imperial. Y ese retorno imperial, en el caso de Rusia, aunque en Occidente no lo entendamos, pasa por Constantinopla y, antes que Constantinopla, Roma. Ellos son la verdadera Roma. Ellos lo creen así.

Los factores clave de la caída del Imperio romano fueron la inestabilidad política, la lucha tan despiadada por el poder y la acumulación de riqueza

Como bien señala en varias ocasiones en su obra, la pléyade de teorías sobre la caída del Imperio romano de Occidente es inabarcable, pero ¿se puede hablar, fuera de los libros de texto de la ESO, de la «caída de Roma» en el 476 d.C.? ¿No quedó la «Nueva Roma» intacta en el Bósforo?

–Sí. Jurídicamente hablando, Roma continuó. Es decir, lo que hizo Odoacro fue enviar las insignias imperiales al Emperador que está en Constantinopla. Ya solo había un imperio, la pars Orientis. La ficción jurídica continuó, pero evidentemente lo que no continuó fue la realidad cotidiana. En Occidente hubo una quiebra, una quiebra de la seguridad, de la prosperidad que había ofrecido un imperio durante siglos. Eso desaparece en Occidente y surge un caos que va a parir la Europa medieval. Pongo dos ejemplos –que a mí siempre me gusta personalizar, porque cuando empatizas con una persona comprendes mucho mejor la situación–. En el Nórico, lo que hoy sería Austria, aquel año 480 un santo, San Severino reparte aceite de oliva entre los pobres, y eso lo recoge su hagiógrafo como un milagro. Y dices: «¿repartir aceite entre los pobres es un milagro?». Muchos de esos pobres, de niños, habían consumido a diario aceite de oliva que venía de África, pero en el año 480 eso era milagroso. Es decir, se había roto la estructura, esa zona de seguridad y de intercambio que era Roma… Ya era impensable y sería impensable durante más de mil años. Eso era lo que ofrecía Roma intercambio, seguridad, prosperidad… Y eso es lo que se pierde en Occidente y no en Oriente. Por lo tanto sí podemos hablar de caída.

–El espinoso asunto de los «bárbaros»… Desde el mismísimo Renacimiento italiano, heredero de las luchas entre güelfos y gibelinos, y hasta el Romanticismo, los historiadores interpretaron la entrada de los pueblos germánicos en el Imperio como una causa de decadencia de este, destacando al famoso Edward Gibbon: ¿qué opina de estas teorías?

–Fíjate, es una cosa muy interesante lo que me dices, vamos a analizarlo. Hablamos de pueblos germánicos, porque tenemos un contexto nacional a través de la historiografía del siglo XIX. Esos pueblos no existían, eran ejércitos, ejércitos-pueblos muy mezclados. Los visigodos los crea Alarico, no existían antes de Alarico, y Alarico llevaba detrás de sí gente proveniente de muchas tribus godas, pero también sármatas, alanos, taifales, gépidos y provinciales romanos a mansalva. Es gente desesperada que se suma a un caudillo de éxito. Eso son las invasiones: gente desesperada, armada, en busca de seguridad, de un lugar donde establecerse, de integrarse en el Imperio romano. Yo creo que las invasiones tuvieron un papel muy importante, no porque fueran bárbaros. A Roma nunca le falló la capacidad de integrar. Integraba muy bien. Mira los generales bárbaros como Arbogastes, que eran más romanos que los romanos… Integraban muy bien. Lo que les falla en el siglo V es que el Imperio ya no tiene la fuerza para que esa integración sea el único camino posible. Cuando un Estado colapsa, y no tiene capacidad de imponer la integración, evidentemente esas minorías armadas y violentas, que es lo que son, minorías armadas y violentas, aprovechan la situación. Ya no optan por la integración, sino por crear su propio contexto.

El cristianismo es usado por los emperadores como una argamasa, porque cree que va a ser un elemento que va a poder hacer más homogéneo y todavía más unido al imperio

–Continuando el hilo de Gibbon, el más significativo exponente de la historiografía de la caída de Roma, ¿qué opina de la influencia del cristianismo en dicha caída? ¿Cree que influyó, como teorizó Gibbon, en el debilitamiento y decadencia de los valores militares del Imperio?

–Esto se contesta por sí solo. Basta, como digo yo, con mirar un poco más allá. El Imperio romano de Oriente, Bizancio, en el siglo VI no era menos cristiano que el occidente del siglo V, sino todo lo contrario. Los ejércitos de Justiniano eran mucho más cristianos que los ejércitos de Teodosio I. Tienes a un Belisario, tienes a un Narsés, tienes a un Salomón… ¿Dónde está la influencia perniciosa del cristianismo? La propia historia se contesta a sí misma. Lo que pasa es que Gibbon, como todo ser humano, tiene su propio condicionamiento personal: el viene de una conversión al catolicismo de la que luego se retracta, y estaba en una crisis personal importante. Pero dicho lo cual, el cristianismo es usado por los emperadores como una argamasa, porque cree que va a ser un elemento que va a poder hacer más homogéneo y todavía más unido al imperio.

–Usted fue militar profesional, y después se formó como historiador, labor que desempeña incansablemente en la actualidad. Esto no puede dejar de evocarme las famosas palabras del historiador tardío Amiano Marcelino al final de su obra: ut miles quondam et Graecus. ¿Se siente especialmente cercano en la experiencia a este autor antiguo? ¿Algún autor antiguo favorito?

–Pues mira, me alegra mucho que me hagas esta pregunta, porque efectivamente empatizo mucho con Amiano Marcelino por esa doble condición de historiador y de soldado. Y en su obra –lo puedes ver en el libro– está muy presente, porque para mí es un observador privilegiado precisamente por eso. Lo que cuenta Amiano Marcelino y cómo lo cuenta, emociona especialmente a personas como nosotros por eso, primero, por su grado de compromiso con lo que cuenta, y luego por esa capacidad de observar el mundo con unos ojos muy, muy críticos para la época. Así que sí, sí, me siento interpelado por Amiano Marcelino, y dentro de todas las fuentes que he usado –que han sido muchas, docenas y docenas– probablemente Amiano Marcelino ha sido el compañero más cercano que he tenido en esta aventura.