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La primera foto tomada por los rescatistas el 22 de diciembre de 1972Flickr

50 años de la tragedia de los Andes: 16 personas sobrevivieron a base de canibalismo

El accidente pasó a la historia como tragedia o milagro de los Andes, uno de los episodios más impactantes de la aviación y que ha inspirado decenas de documentales, películas y libros

El 13 de octubre de 1972 el avión 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya se estrellaba en una de las zonas más recónditas e inaccesibles de la Cordillera de los Andes. De los 45 pasajeros que iban a bordo –un equipo de rugby aficionado compuesto por jóvenes exestudiantes de un colegio católico, algunos familiares y la tripulación– 12 murieron instantáneamente, otros 17 fallecieron en los días siguientes debido a las heridas, la falta de alimentos y las duras condiciones a las que se enfrentaron. Al final, sólo sobrevivieron 16 personas después de 72 días de agonía en la montaña.

Restos del avión estrellado

El accidente pasó a la historia como tragedia o milagro de los Andes, uno de los episodios más impactantes de la aviación y que ha inspirado decenas de documentales, películas y libros.

Su historia de supervivencia la narra Pedro Algorta en su obra Las montañas siguen allí: la tragedia de los Andes contada como nunca por uno de sus protagonistas. En ella, recuerda cómo en los primeros días después del accidente había alguien encargado de administrar los alimentos que se iban encontrando «pero a medida que fue pasando el tiempo las provisiones empezaron a escasear. Entonces cada cual miraba por su propio interés». En aquellas condiciones y con una temperatura de -30 °C, «la supervivencia era un problema individual».

En aquel entonces Algorta tenía apenas 21 años y sin demasiadas dotes de liderazgo sabía que para defender su espacio tenía que socializar. «Así que dejé de lado la timidez y empecé a fumar como hacían los demás. No se puede decir que disfrutara haciéndolo, pero sabía que era una forma de integrarme en el grupo, una especia de ritual a 4.000 metros de altura». Con las reservas de comida ya agotadas, con unas condiciones que iban de mal a peor y la noticia que escucharon por radio en el que se informaba de que su búsqueda había sido suspendida; todo aquello acabó por destrozarles. Por ello, no se escandalizó el día en que alguien propuso recurrir al cuerpo de sus compañeros muertos para alimentarse. «El hambre que sentí en aquellos días nada tiene que ver con el que había experimentado antes (…). Era algo mucho más fuerte, que se apoderaba de tu voluntad y te impedía pensar», testifica en el relato.

Antropofagia como última esperanza

Nada con lo que se intentaban alimentar (trozos de asiento, el cuero de las maletas o los zapatos) saciaba su hambre por lo que la antropofagia acabó siendo la última esperanza del grupo y no la desaprovecharon. «¿No es el sacramento de la comunión justamente eso, comer el cuerpo de Jesucristo para recibir a Dios y la vida eterna en nuestros corazones?», apeló Algorta a su religión para romper aquel tabú que tarde o temprano acabarían cometiendo. «Nuestros amigos habían muerto para que nosotros siguiéramos viviendo. Teníamos la obligación de alimentarnos de su carne. No era simple canibalismo, sino un acto de amor descomunal».

Tras días de espera, se dieron cuenta de que la única manera de salir con vida de aquel infierno era escalar las montañas y buscar ayuda. Tras semanas de preparación, el plan se puso en marcha el 12 de diciembre siendo Fernando Parrado y Roberto Canessa los dos voluntarios para realizarlo. Después de días caminando, llegaron al estrecho valle que Parrado había visto en la cima de la montaña donde encontraron el nacimiento del río San José. Siguiendo el curso del río fueron descubriendo más y más signos de presencia humana hasta que se toparon con el arriero Sergio Catalán en la remota localidad chilena de Los Maitenes. Este les dio pan y montó a caballo durante diez horas para pedir ayuda. Se transmitió la noticia al comandante del Ejército en San Fernando (Chile), quien se comunicó con el Ejército en Santiago.

En la mañana del 22 de diciembre de 1972, después de 72 días al borde de la muerte, los 16 supervivientes fueron rescatados por los equipos de búsqueda y rescate. No habían pasado ni tres días del rescate y los rumores sobre canibalismo pusieron aún más en el punto de mira a los supervivientes. Querían explicar aquella decisión tan drástica de comer carne humana para sobrevivir primero a sus familias y en la intimidad, pero la prensa chilena no se lo permitió.

El día 28 de diciembre, los supervivientes dieron una rueda de prensa. Contaron su terrible experiencia y explicaron el pacto que hicieron para sacrificar su carne si morían y ayudar así a los demás a sobrevivir. De ese modo lograron la comprensión y la compasión de la opinión pública que, en un principio, había recibido mal las noticias de que para evitar la muerte habían practicado el canibalismo. Aquella aceptación y perdón fue lo que les permitió reintegrarse en la sociedad.