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Los miembros del Comisariado General para la Reclasificación de Prisioneros de Guerra, François Mitterrand (a la derecha) y Marcel Barrois (en el centro) son recibidos en audiencia por el Mariscal Pétain el 15 de octubre de 1942

François Mitterrand (a la derecha) y Marcel Barrois (en el centro) son recibidos en audiencia por el Mariscal Pétain el 15 de octubre de 1942

80 años

Mitterrand, Vichy, el antisemitismo y la «superioridad moral» de la izquierda

El 15 de octubre de 1942, hace ochenta años, el futuro presidente socialista era recibido por el mariscal Pétain. Un encuentro que ocultó durante décadas para poder medrar en política

Escribe Jacques Attali en el libro que dedicó a François Mitterrand, del que fue asesor áulico durante sus últimos años en la oposición y durante la mayor parte de su larga presidencia, que un día de la primavera de 1977 el entonces jefe del Partido Socialista le convocó en su domicilio para preparar un discurso que tenía que pronunciar días después en el Parlamento. Al llegar al dúplex del número 22 de la rue de Bièvre, en pleno centro de París, la secretaria de Mitterrand le indicó que el político le esperaba en un restaurante cercano.

Attali acudió al lugar indicado, donde Mitterrand almorzaba en compañía de un grupo de amigos. Todos eran varones de su generación. Al volver a Bièvre, Attali preguntó a Mitterrand quienes eran los comensales. El futuro inquilino del Palacio del Elíseo empezó a enumerar la lista, en la que figuraba, entre otros, Henri Frénay, uno de los resistentes más legendarios de Francia. Prosiguió Mitterrand la enumeración: «René Bousquet, joven subprefecto, que luego fue secretario general de la Policía de Vichy…»

Attali, de confesión judía, sorprendido y hasta embargado por la emoción, le pregunta: ¿Me ha invitado usted a comer con el secretario general de la Policía de Vichy?

–Mitterrand, sin pestañear: «Fue un periodo complicado».

–Attali: «De todos modos, el secretario general de la Policía de Vichy…»

–Mitterrand, zanjando el asunto: «Salvó la vida de todos los que estaban sentados alrededor de la mesa».

Aseveración convalidada posteriormente por Eric Roussel, uno de los historiadores más solventes de la compleja historia de la Francia contemporánea.

Año y medio después, en octubre de 1978, Louis Darquier de Pellepoix, antiguo Comisario de Asuntos Judíos de Vichy, exiliado en España, concedió una entrevista a L’Express en la que, tras incurrir en una serie de barbaridades –«En Auschwitz solo nos cargamos a los piojos»– reveló que el instigador de la redada del Velódromo de Invierno –12.000 judíos parisinos detenidos los días 16 y 17 de julio de 1942, antes de ser deportados– no era él, sino Bousquet. El aludido calló, pudiendo haber desmentido, puntualizado, matizado, o rectificado.

El revuelo que se armó fue considerable: el empresario Antoine Veil, marido de la entonces ministra de Sanidad y superviviente de Auschwitz, Simone Veil, amenazó con dimitir del consejo de administración de la compañía de transportes Wagon-Lits si Bousquet seguía formando parte de él. Obtuvo satisfacción. Attali, por su parte, volvió a la carga: «Votre ami Bousquet…». Mitterrand prometió que no volvería a verle.

Mintió: siguió viéndole, veladas en el Elíseo incluidas, hasta bien entrados los ochenta, cuando la atribución del carácter de imprescriptibilidad al delito de crímenes contra la Humanidad así como las nuevas revelaciones historiográficas desembocaron en la presentación de varias querellas contra el alto cargo del régimen colaboracionista.

Un régimen colaboracionista al que Mitterrand sirvió, tras lograr evadirse –a la tercera fue la vencida– de un campo de prisioneros en Alemania, entre enero de 1942 y julio de 1943 como funcionario del Servicio de Prisioneros de Guerra. Fue en esa condición que hace ochenta años, el 15 de octubre de 1942, fue recibido en audiencia por el mariscal Philippe Pétain, jefe del «Estado francés», máxima autoridad de Vichy y símbolo de la colaboración con el ocupante alemán.

La publicación de esa foto en portada de Une jeunesse française, el libro que el prestigioso periodista de investigación Pierre Péan escribió sobre la juventud de Mitterrand, desató un terremoto en la Francia política e intelectual: las tres semanas en Vichy de la biografía oficial eran en realidad dieciocho meses. Mitterrand había colaborado con Péan para aclarar definitivamente su pasado y cerrar definitivamente el asunto, pero consiguió exactamente efecto contrario.

La revelación fue de tal magnitud que al presidente de la República no le quedó más remedio que explicarse ante las cámaras. La entrevista conducida por el veterano Jean-Pierre Elkabbach –sigue en activo a sus 85 años– duró más de hora y media sin cortes publicitarios. Mitterrand, en cuyo rostro ya se percibía los estragos del cáncer que acabaría con su vida, estuvo casi todo ese tiempo a la defensiva.

Bousquet. «No era un íntimo, le debí de ver una docena de veces en compañía de otras personas». Muchas más, según varios investigadores. Hay incluso testimonio gráfico, publicado por Paris Match, de la participación de Bousquet, fechada en 1974, en una cena en la residencia privada de Mitterrand en las Landas. El ambiente era relajado y los escasos participantes llevaban ropa de sport.

El viejo mandatario alegó que Bousquet había sido absuelto en el juicio celebrado en 1949, año a partir del cual se había convertido en un miembro frecuentable del establishment, como atestigua su presencia en una decena de influyentes consejos de administración a partir de 1950.

Esto último es cierto. Además, fue en esa época cuando Mitterrand y Bousquet entablaron su amistad: en Vichy no coincidieron. En cuanto al juicio de 1949, en el que la criminal redada de 1942 se sustanció en menos de dos horas –prueba de la voluntad de la élite gala de la época de pasar página sobre la colaboración–, Mitterrand omitió decir que Bousquet sí fue condenado a la pena de indignidad nacional –no conllevaba cárcel ni multa, pero sí ostracismo–, que fue anulada poco después. Con todo, ¿por qué seguir frecuentando a Bousquet después de las revelaciones de Darquier de Pellepoix? No era un testigo fiable, según Mitterrand. Puede. Pero en L’Express dijo toda la verdad.

¿Las leyes antisemitas del régimen de Pétain? «No tenía conocimiento de ellas». ¿Su larga estancia en Vichy? El viejo estadista afirmó que desde muy pronto empezó a ejercer de agente doble y de pasar información a una Resistencia a la que se incorporó definitivamente –y con actos de heroicidad encomiable– a partir de julio de 1943. También es cierto. ¿Por qué entonces haber ocultado esa condición de vichysto-resistente?

El relato idílico del comportamiento de Mitterrand durante la Segunda Guerra Mundial fue una de las principales bazas usadas por la izquierda francesa para afirmar una supuesta superioridad moral sobre la derecha. En 1984, sin ir más lejos, a dos diputados conservadores, se les privó de un mes de sueldo parlamentario por haber cuestionado la hoja de servicios de Mitterrand entre 1940 y 1944. Aún imperaba el relato idílico que se desmoronó con el libro de Péan.

Los coqueteos, acaecidos antes de la guerra, del mandatario socialista con organizaciones de extrema derecha fueron otro plato fuerte del suplicio televisivo. Mitterrand intentó justificarse invocando su procedencia familiar, la pequeña burguesía católica de provincias. «Pero mi familia era muy tolerante». Teniendo en cuenta esa premisa, ¿por qué participó en febrero de 1935 en una manifestación estudiantil cuya pancarta principal rezaba «¡Fuera mestizos!? «Lo ignoraba». ¿Antisemita? Bien es verdad que hubo muchos judíos en sus gobiernos y en su entorno amistoso. Pero no es menos cierto que el último día que pasó en el Elíseo confesó al periodista y académico Jean D’Ormesson que la persecución mediática de la que era objeto por su amistad con Bousquet se explicaba por la «influencia poderosa y nociva» del lobby judío en Francia. Un léxico muy vichysta. La historia contemporánea de Francia es harto compleja.

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