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Discurso político de Mussolini en la tribuna de la plaza de Milán en mayo de 1930

Entrevista | Marco Tarchi y Matteo Ree

«El régimen fascista representó para Hitler un modelo en el que inspirarse»

Con motivo del congreso que se celebra estos días en la Universidad CEU San Pablo sobre el centenario de la Marcha sobre Roma, El Debate ha querido preguntar a dos expertos

Marco Tarchi es un politólogo italiano, profesor en la Escola de Ciencias Políticas «Cesare Alfieri» de la Universidad de Florencia. Sus líneas de investigación se refieren, principalmente, al populismo, área de investigación en la que es uno de los mayores expertos en Europa.

Matteo Ree es profesor en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Es miembro del Grupo de Investigación en Historia de las Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid. Su principal línea de investigación es la violencia política.

–¿Es el fascismo una revisión del marxismo o una táctica del capitalismo?

–Marco Tarchi: Ni uno ni el otro. Es un intento de síntesis entre algunas instancias de izquierda y otras de derecha, en una perspectiva transversal a los alineamientos políticos de la época en que nació. Transformar a los proletarios en productores y convertir al Estado en árbitro de las disputas sociales es uno de los principales objetivos del movimiento fascista, en la base de la ambición de superar el capitalismo y el socialismo a través de la «tercera vía» corporativa.

–Matteo Ree: En el mes de julio de 1912, con 29 años de edad, Mussolini destacó como la «figura más popular del socialismo italiano» en el XIII Congreso Nacional del partido Socialista Italiano. Desde ese momento lideró la corriente revolucionaria, profesando una radical oposición al socialismo reformista, corriente que, de hecho, salió derrotada de la asamblea. En noviembre de ese mismo año, acabó siendo elegido miembro de la nueva dirección nacional del partido y nombrado director del periódico socialista Avanti!

El futuro Duce comprendió que el partido socialista no tenía la capacidad de desencadenar ninguna revolución, sino que llegaría con la guerraMatteo ReeProfesor en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid

El idilio entre Mussolini y los socialistas no duró mucho. El casus belli se dio cuando este, en proximidad de la Primera Guerra Mundial fue paulatinamente mudando su ferviente antimilitarismo y neutralismo hacia el apoyo a la intervención.

Ese cambio se acompañaba a la nueva idea de Estado, concepto que hasta ese momento Mussolini había rechazado y que, en cambio, se convertiría con el paso del tiempo en una pieza clave de su fase posterior, la fascista. Tras el conflicto bélico, de hecho, el futuro Duce irá incluyendo unos marcados toques patrióticos a su discurso, abandonando la lucha de clases, lejana reminiscencia de su periodo socialista. En esta nueva fase fue sentando las bases de una «revolución sin proletariado» o, lo que es lo mismo, una «revolución nacional».

Acabó siendo expulsado del Partido Socialista y tuvo que abandonar la dirección del Avanti!

Acto seguido, fundó otro periódico, Il Popolo d’Italia (financiado por importantes grupos industriales como Ansaldo, Montedison y FIAT, lo que suscitó fervientes críticas y acusaciones de haberse vendido al capital). Este nuevo rotativo, por lo menos en su primera fase, pretendía mantener viva la tradición socialista (en el propio subtítulo se definía como «periódico socialista»).

El futuro Duce comprendió que el partido socialista no tenía la capacidad de desencadenar ninguna revolución y que, al contrario, el proceso revolucionario podía llegar a través de la guerra, interpretada como la ocasión para el despertar político de las masas y su rescate social, acompañado por un novedoso sentimiento de identidad nacional.

Tras el conflicto, Mussolini impulsó la colaboración entre la burguesía productiva y, aunque fuera desde una posición de inferioridad, el proletariado productivo. Fue introduciendo así en su doctrina fascista unos toques capitalistas, fascinado por su vitalidad y por su capacidad de facilitar la reconstrucción y el progreso nacional. El lema de Il Popolo d’Italia, «periódico socialista», fue sustituido por el de «periódico de los combatientes y de los productores».

El siguiente paso fue fundar los Fasci di Combattimento, el 23 de marzo de 1919, el Partido Nacional Fascista en 1921 y, al año siguiente, llegar al poder a través de la Marcha sobre Roma. El protofascismo de los Fasci di Combattimento, decididamente revolucionario, apoyado y auspiciado por las clases medias emergentes colocadas entre la burguesía y el proletariado, cedió poco a poco el paso al fascismo régimen, ya antirrevolucionario y conservador, un fascismo que llega a acuerdos con la clase dirigente tradicional, con los poderes fuertes y las instituciones, poco o nada innovador, cuyo objetivo no era subvertir el sistema, sino reforzarlo y dinamizarlo.

La Marcha sobre Roma en su centenario: la crisis de las democracias liberalesCEU

–¿Cuáles son las características principales que distinguen al fascismo?

–Marco Tarchi: El culto al Estado y a la Nación, el deseo de superar la lucha de clases y sentar las bases para una transformación de la sociedad en una comunidad orgánica fiel a las tradiciones e historia nacionales, la voluntad de erradicar el materialismo y difundir una concepción espiritual, heroica y jerárquica de la vida, la incorporación de la población a una estructura política autoritaria donde una élite debe forjar al pueblo y mostrarle el rumbo a seguir.

–Matteo Ree: Hace muchos años ya que el fascismo no se estudia como un bloque monolítico. Más allá de la clásica división entre un protofascismo (comúnmente definido como fascismo movimiento) y un fascismo en el poder (definido como fascismo régimen), el primero más revolucionario, el segundo conservador. Es necesario entender que del fascismo participaron nacionalistas, laicos anticlericales, futuristas, excombatientes de la Primera Guerra Mundial, republicanos mazzinianos, sindicalistas revolucionarios. Dicho esto, una vez inaugurado el periodo dictatorial, que suele coincidir con ese famoso discurso del Duce en la Cámara de los Diputados del 3 de enero de 1925, en el cual reconoció su responsabilidad política, moral e histórica de lo ocurrido con Matteotti, la escalada iliberal, la idea de fascistización del país, el totalitarismo, fueron imparables.

–¿Qué distingue al fascismo del nazismo?

–Marco Tarchi: La primacía de la tradición cultural sobre la raza como criterio fundamental de la identidad de la nación y la negativa a subordinar el Estado y sus órganos al partido único.

–Matteo Ree: Ambos regímenes nacen después de la Primera Guerra Mundial y son fruto de la crisis del Estado liberal, incapaz de responder a las exigencias del proletariado y, sobre todo, de la nueva clase media productiva emergente.

El régimen fascista representó para Hitler el modelo al cual inspirarse para llevar a cabo su acción política. A pesar de esto, entre fascismo y nazismo hay claras diferencias. En el nazismo el partido se coloca en una posición de superioridad, mientras que en el fascismo el Estado y Mussolini siempre ocuparon una posición predominante con respecto al partido Nacional Fascista. El fascismo quería llevar a la sociedad hacia una dirección nueva y desconocida (con evidentes pretensiones revolucionarias), el nacionalsocialismo se apoyaba en los valores tradicionales y antiguos de la sociedad alemana, pretendiendo ser ya desde el principio conservador y reaccionario.

El fascismo quería llevar a la sociedad hacia una dirección nueva y desconocida mientras que el nacionalsocialismo se apoyaba en los valores tradicionales y antiguos de la sociedad alemanaMatteo ReeProfesor en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid

El fascismo no impulsó una ideología antisemita ni racial, a pesar de la aplicación de las leyes raciales a partir de 1938. Según los fascistas la decadencia del sistema no se debía, así como interpretado por los nazis, a la mezcolanza de razas que llevó al declino de los valores nacionales, tenía más bien que ver con la decadencia de la clase política tradicional. El nazismo era más nihilista, su discurso más funerario, basado en un «pesimismo trágico» –como decía Renzo De Felice– y en la angustia producida por la decadencia de la civilización occidental, aspectos estos que serán retomados por el último fascismo, el de la experiencia de la República Social Italiana, y que, tras el final de la guerra, el filósofo Julius Evola aplicaría a una parte del neofascismo italiano.

La rigidez programática es más evidente en el nazismo que en el fascismo. No olvidemos que cuando Hitler llegó al poder, su obra, el Mein Kampf, llevaba unos años en circulación. Sin embargo, la Doctrina del Fascismo, el fundamento cultural del fascismo, se publicó en 1932, diez años después de la Marcha sobre Roma.

Por último, el fascismo republicano, aquel fascismo de última fase, dogma de la República Social Italiana, se fue acercando a determinados conceptos más típicos del nazismo. Uno de ellos era el concepto de nación, que pasaba a ser, en esta nueva fase, una «comunidad nacional» y, por ende, a promover una Europa fascista.

Este concepto se mantendrá en el neofascismo, creando el mito de Europa, que abandonaba las inclinaciones nacionalistas para proponer una tercera vía equidistante entre comunismo y capitalismo, entre la Unión Soviética y los Estados Unidos. Se fue promoviendo así una unidad territorial, cultural e ideológica europeas, abandonando los nacionalismos internos y retomando el concepto nazi propulsado por las Waffen SS de lucha común de los europeos. Fue así como, dentro del neofascismo nostálgico se impuso la idea de Europa-nación, basada en un modelo supranacional anticomunista centrado en una Europa que se extendía «de Brest a Budapest».