La moda en el fascismo: un arma de comunicación para la ideología de Mussolini
La fascinación que sienten los totalitarismos de cualquier color por la estética y por su manejo como arma de comunicación y seducción se deja ver de especial manera en el fascismo italiano
La moda italiana bajo el contexto histórico del fascismo, adquiere una dimensión que va más allá de las tendencias. La fascinación que sienten los totalitarismos de cualquier color por la estética y por su manejo como arma de comunicación y seducción se deja ver de especial manera en el fascismo italiano. Más allá de uniformes y puestas en escena a través del control de la imagen, la capacidad de comunicación unida a las posibilidades que ofrece la moda para construir identidades e imaginarios son aspectos que hacen de la moda un territorio atractivo para los intereses de Mussolini. La estética en manos de la ideología hace del objeto del color símbolo, el ejemplo de las camisas negras aunque obvio es inevitable, siendo un vehículo privilegiado para filtrar dichos valores en el cotidiano de las personas gracias a su intrínseca naturaleza de segunda piel.
¿Cuestión de estilo?
La moda se presenta para el proyecto fascista como un arma de comunicación y reafirmación de los valores y objetivos de su programa, así como un importante refuerzo a la construcción de la identidad de la nueva Italia. En términos de moda el contexto internacional coetáneo al fascismo (desde 1922 a 1947), la moda mira a París, así como toda la iconografía a través de las biblias de la moda como la francesa Foemina, o las americanas Vogue y Harper´s Bazzar y con ellas sus contenidos y fotografías.
La idea de crear una moda italiana que no se «inspire» tan directamente de la francesa aparece ya en los albores del siglo XX, de hecho, revistas como Lidel fundada en 1919 nacen como comenta Kate Nelson Best en El estilo entre líneas, «con el fin de promover el sentido de la italianidad a través de la moda». La misma diseñadora de moda Rosa Genoni, había defendido dichos postulados desde el feminismo y el socialismo, así como trabajado duramente para llevar a cabo una moda italiana que conecta con las raíces de su historia y tradición. Momentos especialmente esplendorosos como el Renacimiento y el clasicismo grecolatino con estilos en los que además se libera el cuerpo de las mujeres y que inspirará su estética con el modelo Tanagra como símbolo. Proyecto que reaparece en el fascismo y del que desaparece la diseñadora al negarse en 1925 a jurar fidelidad al fascismo en su cargo de directora del departamento de confección de la sociedad Umanitaria.
Ideal de belleza
El fascismo ve en la moda un medio privilegiado para transmitir los valores y objetivos de su ideario. Una vía para trasladar por un lado los postulados ideológicos al cotidiano de los italianos, pero también para activar el modelo económico autárquico como garantía de la pervivencia del sistema al margen del apoyo o no del exterior. A través de la moda la ideología fascista, no solo se va a adentrar en el armario femenino, sino que se instala en el espejo de su habitación, redibujando el canon de belleza en el que más allá de la estética, se proyecta el rol esperado de la mujer en su plan político y económico. El fascismo alaba las curvas propias de la belleza mediterránea identificándola con la idea de maternidad, matrimonio y dedicación a la familia, con la belleza campesina natural y libre de artificio como referencia y que responde a medidas concretas « 1,56/ 1,60 metros de altura, 55/60 kilos» según el endocrino Nicola Pende como cita Sofía Gnoli en su libro L´eleganza fascista. Un símbolo del espíritu de la tierra alejado de las luminosas y estilizadas diosas del Olimpo hollywoodiense, o de la independiente e imprevisible Garçonne que surge tras la primera guerra mundial y de la que hace eco Victor Margeritte en su novela homónima publicada en 1922. Contrariamente a ella esta bella italiana vuelve a dejar crecer su melena, no lleva tacones, viste con medias oscuras y por supuesto no se maquilla. Un semblante que destila fortaleza a la vez que contrasta con su alter ego, de «bella figura» en términos de Mussollini, encarnación de la belleza clásica y renacentista y que esculpe su figura vigorosa y reproductivamente sana con la práctica deportiva.
«Verso una moda italiana»
El plan que el fascismo dibuja para la moda se va a transmitir a través de diferentes plataformas, en la que los medios de comunicación y las revistas femeninas; Dea, Vita Femminile, Annabella o Sovrana, transformada en Grazia en 1938 entre otras , sin olvidar el cine italiano, Cinecittà se inaugura en 1937, van a ser clave. Un plan que culmina con el Ente Nacional de la moda creado por Mussolini en 1932 como regulador de la moda italiana bajo los auspicios de los intereses del fascismo, desde donde se promocionará una moda distinta y única ideada desde el estado para competir contra « el lujo extranjero» y así poder cumplir el objetivo de estado de redirigir la economía hacia una autarquía. La escasez de materiales fruto del castigo europeo por la declaración de guerra a Etiopia en 1934, obliga a Mussolini y a su gobierno a replantearse el futuro del proyecto político iniciando un plan de abastecimiento desde dentro de la propia Italia que también afectará a la moda.
La idea de alinear diseño, industria y prensa, con un calendario de desfiles orquestados desde el poder se pone en marcha para generar deseo a un público para el que la moda es sinónimo de París y por tanto se diseña, desfila y habla en francés. No es casual que como detalla en Una Giornata Moderna sus autores Mario Lupano y Alessandra Vaccari, sea bajo el fascismo cuando se creará entre 1936 y 1938 un diccionario de la moda en términos italianos, encargado al periodista Cesare Meano, para nutrir las crónicas y descripciones de las paginas de las biblias de la moda e ir educando a público italiano en una terminología propia. Las consecuencias de estas medidas se verán décadas después superada la guerra y derrocado el fascismo, siendo en parte las bases del florecimiento en el futuro de la moda italiana como una de sus industrias más poderosas en la que nombres como Ferragamo, Fendi, Gucci o Prada ya empiezan a resonar en aquellos días.