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El dux en el Bucintoro se dirige a San Nicolò di Lido, (1766), Francesco Guardi, Museo del Louvre

La vida cotidiana en la Venecia de los siglos XVII y XVIII: la lenta decadencia

Hacia el siglo XVIII, la Serenísima República no era más que una pálida sombra de su antigua potencia

En la Europa de los siglos XVI al XVIII, las sociedades ahogaron al individuo bajo el peso de los comportamientos familiares, comunitarios, cívicos y aldeanos. Se impulsó la utilización de utensilios de mesa como platos individuales, vasos, cuchillos, cucharas, tenedores. Todos los manuales de aquella época recomendaban que se cortara el pan con un cuchillo y que no se rompiera con las manos. En cuanto a la educación, se sucedieron las formas sucesivas de internado y media pensión en la infancia.

Individuo ahogado por el peso familiar

La mujer era sirviente, pero también ama –subordinada al jefe de familia–. La mujer no participaba en la economía exterior, en los negocios –a menos que perteneciesen a clases superiores o fuesen viudas–. Eran amas de casa obligadas a mantener los secretos de familia, pero eran las creadoras de rumores.

Entre padres e hijos no había entendimiento para evitar engendrar confianzas indecorosas, y no deseaban la amistad entre ellos y sus hijos. Con las mujeres solamente podía existir amos y el matrimonio. Se creó la división entre hermanos por culpa de las herencias. Montaigue no creía en la igualdad de los sexos. Creían que las mujeres no eran aptas para la amistad.

En cuanto a la sanidad, el hambre hacía estragos en la sociedad. En el Mediterráneo el gran enemigo fue la sequía. Las enfermedades más frecuentes eran el tifus, la fiebre entérica, los trancazos, la viruela, la peste bubónica. En Estocolmo, Ámsterdam y Venecia el agua encharcada y la humedad de las casas ofrecía grandes oportunidades a las tifoideas y a la malaria. A consecuencia del aumento demográfico hubo una demanda muy importante de alimentos. Durante la peste del 1630, Venecia perdió 50.000 habitantes de los 150.000 censados.

El vicio, los turistas y el juego

Durante el siglo XVIII, Venecia vivió del vicio, de los turistas y la explotación de espejos. El juego se inició en el 1760. Fue tal la expectativa creada que, en el 1797 había 136 casinos en la ciudad. Arruinó a muchas familias venecianas. Esto provocó que el 27 de noviembre del 1774 el Gran Consejo firmara una ley donde quedó prohibido el juego en todo el territorio del Véneto, y clausuraba el Ridotto, centro de juego por excelencia, por ser un infame albergue de todos los vicios, hogar de lo abominable y la desgracia.

En Venecia había censadas 600 prostitutas. Las mujeres se dejaron ir y ejercieron la prostitución de clase. Algunos maridos fueron tentados y, a más de uno le ofrecieron a su propia mujer. El número de prostitutas descendió con los años. Si eran 600 en el siglo XVIII, en el siglo XVI eran 10.000 sobre una población de 130.000 habitantes. Los pobres vendían a sus hijos para la prostitución. Su precio oscilaba entre los 100 y 200 cequíes.

En la sociedad de aquel tiempo la moda francesa se impuso. Llevaban calzones blancos, sombrero en la mano y peluca alla delfina. Las pelucas se introdujeron en el 1665 y, ya en el 1797, había en Venecia 852 peluqueros.

Fue tan elevado el número de malviventi que, en el 1782, se aprobó una ley por la cual, para reducir su número, enviaban a galeras o a trabajos forzados a los mendigos de la ciudad. Se les podía condenar por cualquier causa como vida ociosa, vagar sin rumbo, no trabajar, por borracho, por seductor.

En el 1704 el Consejo de los Diez aprobó una ley por la cual un patricio sería multado con mil ducados –unas 234.720 mil pesetas actuales– y cinco años de cárcel si acudía al trabajo con capa gris o escarlata y traje civil. También se condenaba a 250.000 ducados –unos 58.675.000 millones de pesetas actuales– al patricio que gastara bastones, galones u ornamentos de oro y plata.

Una religión colectiva

Carlo Goldoni (1707-1793) fue el más ilustre literato de aquel período. Voltaire lo consideró como un pequeño-mediano Moliere. Fue considerado un dramaturgo excelente. Introdujo el realismo en la comedia italiana, reemplazando la Commedia dell'Arte por la comedia de costumbre. Llegó a escribir 136 obras. En un principio escribió para gustar al público pero, posteriormente, cambio su estilo y siguió gustando al público. Goldoni fue un italiano tranquilo, calmado, enormemente discreto y bien educado, sin la más mínima retórica ni el menor enfrentamiento, un ciudadano perfectamente correcto. Tenía tendencia a una normal mediocridad. Goldoni escribió así sobre Venecia y las canciones que allí se cantaban que «cantan en las esquinas, en las calles y en los canales. Los vendedores cantan al gritar sus mercancías, los trabajadores cantan al dejar sus puestos de trabajo, los gondoleros cantan mientras esperan a sus clientes».

La Iglesia prefirió, a partir del siglo XVII, una religión colectiva a una religión individual, demasiado poderosa, por la cual lucharon incansablemente contra las Reformas que se habían instaurado. La sociedad crecía bajo esos parámetros estructurales. Es decir, una colectividad creyente, sin voz ni voto, únicamente dócil al mandato supremo instaurado, en cada iglesia, parroquia, catedral por el representante de Dios. Era obligatoria la asistencia los domingos y festivos a misa. Veamos, por ejemplo, lo que decía el misal de París del 1701: «aunque no condenamos a quienes, durante el divino servicio, se implican en oraciones, bien mentales, bien vocales, siguiendo lo que su devoción puede inspirarles, seguiremos convencidos siempre, de modo que podamos penetrar en el espíritu de las palabras que pronuncia».

Gracias a todo esto, durante la primera mitad del siglo XVIII se incrementó el número de sacerdotes. En el 1766 había un sacerdote por cada 56 personas en Venecia, lo cual se corresponde con un bajísimo nivel cultural y con una escasa riqueza, en la raíz, con solo un 8 % de suelo. El senado veneciano nombró prelados patricios para las sedes de mayor prestigio. Los patronatos estaban muy desarrollados.

En el período que comprende el 1768-70 fueron suprimidos los establecimientos religiosos decadentes o superfluos. Existía una gran mediocridad en los seminarios, un bajo nivel cultural, con dudoso nivel moral, reflejado en la disciplina y el aletargamiento religioso de los monasterios.