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Puerta Dorada o de la Misericordia, Jerusalén

Así es la Puerta Dorada de Jerusalén, tapiada por los otomanos en el siglo XVI

La ciudad vieja y sus murallas construidas por los otomanos en el siglo VI son Patrimonio de la Humanidad desde 1981

Jerusalén tiene ocho puertas que dan acceso a la Ciudad Vieja, pero solo siete están abiertas. La octava, que es la más antigua, se sitúa en la parte oriental de la Explanada de las Mezquitas, y según cuenta la tradición judía, será la elegida por el Mesías para liberar la ciudad en su segunda venida, la definitiva, el Día del Juicio Final. Para impedirlo, el sultán Solimán el Magnífico ordenó tapiarla en 1541, y así permanece desde entonces.

En una tierra donde los lugares siguen teniendo un significado político o religioso, cada piedra que forma la muralla y sus accesos tienen uno o varios nombres. La octava puerta, construida en el siglo VI, es la puerta Dorada, pero también se conoce por árabes y judíos como de la Misericordia o de la Vida Eterna. En torno a ella, Solimán mandó construir en 1542 la muralla que hoy protege la ciudad. La estructura otomana se superpone a los restos que se remontan a la Jerusalén del rey Salomón y la puerta construida por Nehemías en el siglo X a.C., de la que se ha documentado su existencia. Por lo que es probable que Jesús de Nazaret y sus coetáneos accedieran al Segundo Templo por esa misma entrada, a pesar de que el ejército babilónico de Nabucodonosor arrasara el Primer Templo y parte de la ciudad en el 587 a.C.

La octava puerta, construida en el siglo VI, es la puerta Dorada, pero también se conoce por árabes y judíos como de la Misericordia o de la Vida Eterna

Como parte indispensable de su historia, las puertas de Jerusalén aparecen mencionadas en varios textos bíblicos y evangelios, pero también pintadas sobre las paredes de iglesias y templos durante la Edad Media y el Renacimiento tanto en Oriente como en Occidente. Una de las escenas en las que se identifica la puerta Dorada es el encuentro entre los padres de la Virgen María, que se relata en varios evangelios apócrifos como el Libro de Santiago. Los frescos reflejan a san Joaquín y santa Ana abrazándose, e incluso besándose en algunos casos de arte bizantino, alegres por la noticia inesperada del embarazo de santa Ana, que a su avanzada edad no esperaba tener descendencia. La Puerta de la Misericordia siempre aparece detrás de los dos personajes principales, aunque las formas de representación varían según el estilo del artista, entre los que destacan el arquitecto y escultor florentino del Trecento Giotto di Bondone, que plasmó sobre paredes de estuco la alegría de los padres de la Virgen María, que se besan frente a la puerta oriental, pintada con un estilo que anticipa el incipiente arte renacentista, de piedra blanca y un arco de acceso revestido de rojos y dorados.

Plano de la ciudad vieja de Jerusalén

Poco tiempo después, Alberto Durero, el mayor representante del romanticismo alemán, incluyó entre sus xilografías sobre la Vida de la Virgen esta misma escena, pero con un estilo muy diferente. Con el molde de madera tallada estampó su diseño en un soporte –como un sello– monocolor, donde los dos santos se abrazan ante una puerta más parecida a un castillo renacentista que a una fortificación de época antigua. En esta serie de xilografías, Durero redactó por el reverso una serie de frases que describían la imagen representada, en este caso escribe como «la exaltada Ana se arroja en los brazos de su marido; juntos se regocijan del honor que se les ha conferido en forma de descendencia. Saben, por un mensajero celestial, que su hija será una Reina, poderosa en cielos y tierra». La misma historia se plasmó en los altares de las catedrales españolas como la de Jaén o Burgos. En esta última, el escultor gótico Gil de Siloé se encargó de tallar el conjunto de figuras de ambos santos y la puerta en el retablo mayor de la capilla de Santa Ana. Rodrigo y Martín de la Haya hicieron lo mismo en el retablo mayor de la catedral burgalesa, pero empleando un estilo manierista.

En esta última, el escultor gótico Gil de Siloé se encargó de tallar el conjunto de figuras de ambos santos y la puerta en el retablo mayor de la capilla de Santa Ana

Las siete puertas restantes que hoy siguen utilizándose para entrar en la Ciudad Vieja comparten esa faceta funcional con la simbólica y estratégica, como la puerta del Estiércol, que se utilizó durante siglos para sacar las basuras, pero también es el principal acceso al muro de las Lamentaciones y la Explanada de las Mezquitas. Siguiendo la muralla hacia el este se encuentra el barrio armenio, al que se entra por la puerta de Sión, a la que los musulmanes han dado el nombre de David porque creen que la tumba del profeta está junta a ella. Al oeste de la ciudad la única puerta que hay es la de Jaffa, por la que accedían los peregrinos cristianos y judíos. Durante siglos fue la única forma de entrar al barrio cristiano, hasta que los otomanos construyeron en 1887 la puerta Nueva, separada de la muralla original. En el norte, para internarse en el barrio musulmán hay que atravesar la puerta de Damasco – la más grande de todas – o la de Herodes –próxima al palacio del rey vasallo de Roma–. Al situarse de nuevo en la parte este de la muralla, los peregrinos cristianos pueden seguir los pasos de Jesús y comenzar la Vía Dolorosa al adentrarse en Jerusalén por la puerta de los Leones, que se sitúa frente al Monte de los olivos.

Xilografía de Durero de San Joaquín y Santa Ana en la Puerta Dorada de 1504

Las milenarias puertas de acceso demuestran una historia de rivalidades geopolíticas entre cristianos, musulmanes y judíos. Pero al mismo tiempo demuestran la oportunidad de crear una Jerusalén liberada, no como la de Tasso, sino despojada de su rencor para que se acepte a sí misma como hogar de la humanidad.