Tras los pasos de Francisco de Cuéllar, superviviente del naufragio de la Gran Armada en Irlanda
La Gran Armada regresó a España bordeando la costa oeste de Escocia e Irlanda porque los ingleses habían bloqueado el canal de la Mancha. Durante la travesía, 26 naves naufragaron en su litoral empujadas por grandes tempestades
En septiembre de 1588, tres naves españolas naufragaron frente a la playa de Streedagh, en el actual condado de Sligo, al oeste de Irlanda. Una enorme tempestad había separado a La Lavia, La Juliana y La Santa María de Visón de la escuadra que regresaba a España. En el naufragio murieron unos mil hombres. Cinco siglos después se conoce lo sucedido gracias a los restos encontrados en aquella playa, pero sobre todo por la carta que escribió al rey, el Capitán Francisco de Cuéllar.
Al pasear por Streedagh acompañado de la misiva, es fácil imaginar lo afortunado que fuel el capitán al salvarse de un naufragio que el mismo describe como «cosa jamás vista, porque en espacio de una hora se hicieron todas tres naos pedazos, de las cuales no se escaparon 300 hombres, […] Tan grande espectáculo de tristeza; ahogarse muchos dentro de las naos, otros sobre balsas y barriles y caballeros sobre maderos; otros daban grandes voces en las naos llamando á Dios». Aunque la fortuna de Francisco de Cuéllar para esquivar la muerte empezó semanas antes, cuando era capitán de la San Pedro y ordenó abandonar la formación – incumpliendo las órdenes del duque de Medina Sidonia – para realizar una serie de reparaciones. Fue condenado a muerte y trasladado a La Lavia, pero la ejecución se retrasó. Paradojas de la vida, en las aguas de Streedagh Francisco de Cuéllar compartió un madero a modo de bote salvavidas con el auditor que le tendría que haber ejecutado por traición. Un golpe de mar los empujó a ambos, pero solo Cuéllar llegó con vida a la orilla. El relato de la brutal tempestad que describe el capitán queda corroborado por la arqueología subacuática, que es la prueba material.
«Karl iba mirando a todos los lados del pecio hundido y vio un arma. Era uno de los cañones de la Juliana», explica con emoción FionnBarr Moore, jefe de la UAU
Se sabía desde 1985 que había restos de barcos hundidos en aquellas aguas, que el mar había ido tapando con arena durante el paso de los años. En el invierno de 2014, grandes tormentas expusieron partes del naufragio y la corriente trasportó artefactos hasta la playa que anteriormente estaban ocultos. Ante esta situación el Servicio de Monumentos Nacionales de Irlanda decidió enviar a la playa de Streedagh a su Unidad de Arqueología Subacuática (UAU) para analizar el fondo marino. En abril del año siguiente, el equipo se acercó «a un área donde pensamos que estaba la ubicación exacta de La Juliana. Y Karl iba mirando a todos los lados del pecio hundido y vio un arma. Era uno de los cañones de la Juliana», explica con emoción FionnBarr Moore, jefe de la UAU.
Además, los cañones estaban tan bien conservados que «incluso se podían ver las figuras de los santos: San Pedro, Santa Matrona, Santa Valeria, y varios más, todos representados al estilo renacentista», detalla Moore. En tres meses de trabajo descubrieron nueve cañones más, varias anclas, ruedas del soporte de los cañones y otros objetos menores. Para FionnBarr «fue increíble la sensación estando allí abajo porque estábamos realmente tocando la historia»; y así era, en agosto 1588 los cañones se habían usado para combatir a los ingleses en el Canal de la Mancha.
El hallazgo dio vida al relato de Francisco de Cuéllar, y el trabajo en el agua se trasladó a tierra firme donde se creó The Cuellar Trail, un recorrido por las localizaciones por la que pasó el capitán español durante su periplo. El punto de partida es la playa donde esperaban los soldados de Isabel I de Inglaterra para ejecutarlos al instante, sin ningún tipo de clemencia. También los salvajes locales irlandeses, como los llama Cuéllar, mataron y despojaron de ropas y objetos de valor a sus compañeros de armas. Pero de nuevo, la suerte estuvo de su lado y, según cuenta, «no me tocaron ni llegaron a mí, por verme como he dicho, las piernas y manos y los calzones de lienzo llenos de sangre», y consiguió guarecerse en unos matorrales donde se quedó dormido. A la mañana siguiente, el capitán quedó desolado al ver más de 600 cadáveres esparcidos por la arena. Con una herida en la pierna, hambriento, descalzo y casi desnudo buscó refugio en una abadía cercana donde encontró a doce españoles ahorcados en los ventanales, tampoco había monjes o pertrechos, la habían abandonado. Cuéllar se guiaba por intuición.
Un grupo de vecinos creó la Spanish Armada Ireland, una asociación que todos los años organiza un festival para recordar a los españoles que naufragaron en sus costas
The Cuellar Trail ofrece un mapa para los turistas con dos lugares diferentes para «esconderse de los ingleses»´. El primero son las ruinas de lo que fue la pequeña abadía de Staad, que ahora sirve campo de pastos para las vacas que la rodean. La segunda localización es la antigua iglesia de Ahamlish, en Grange, el pueblo más próximo al naufragio donde la historia de Cuéllar y la Gran Armada se han convertido en enseña local. Tanto es así que un grupo de vecinos creó la Spanish Armada Ireland, una asociación que todos los años organiza un festival para recordar a los españoles que naufragaron en sus costas. Aunque el resto del año también organizan ponencias y actividades en su centro de visitas de Grange, que funciona como pequeño museo local de la Armada. Con ellos colabora la plataforma española Armada Invencible, que crea contenido divulgativo sobre la Armada de 1588.
Straadagh y Grange son el punto de partida de la historia de Francisco de Cuéllar, pero su aventura durará siete meses más. Caminando hacia el norte consiguió reunirse con más españoles en el castillo de O’Rourke, un noble católico que ofrecía protección a los españoles y perdió la cabeza por ello. Allí pasó el invierno mientras se recuperaba de sus heridas antes de seguir hasta Derry, que hoy es una localidad fronteriza de Irlanda del Norte. Gracias al obispo de la ciudad conseguirá llegar a Escocia en un bote con otros españoles y desde tierras escocesas embarcó para dirigirse a Flandes, pero naufragó de nuevo y la divina providencia, que le había acompañado toda su vida, le salva de morir ahogado. En 1589 Francisco de Cuéllar escribió su carta en Amberes. Su narración además de ser impresionante descubre al lector moderno cómo era la Irlanda del siglo XVI, sus gentes, sus costumbres y que compartían con los españoles el odio hacia el hereje inglés.